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A mi Entender

¿Devoradora de hombres?

Quiero ser solo esa muchacha pobre, esa muchacha rubia parecida a la hierba, al pan y al cobre.

Carilda Oliver

En su sillón me recibe esta ilustre dama de las letras, seductora, amable y candorosa. Con una sonrisa me invita a sentar muy cerca de ella para que la escuche bien y me brinda un café.

Carilda Oliver Labra, eminente poetisa cubana, premio nacional de Literatura en 1997, opina acerca de las mujeres en Cuba y los preceptos que aún les impone la sociedad:

«La mujer libra un combate permanente, incluso en países como el nuestro, con disminución en las asimetrías de género, debido a las diversas asignaciones culturales de su realidad cotidiana y a la manera en que se continúa construyendo el estereotipo de lo que “debe ser” una mujer.

«Muchos mitos todavía pretenden encasillarla en ciertas actividades o funciones para las cuales se presume su eficiencia y validez; sin embargo tales constructos guardan más relación con las herencias culturales, las creencias, la visualización que la sociedad elabora de nosotras.

«Se ha logrado muchísimo. Esa lucha contra lo que la intenta mantener dentro del gueto de su género ha propiciado que el horizonte de su humanidad se expanda y emerjan otras problemáticas más específicas de su realidad contemporánea».

—¿Cómo se orienta desde sus poemas hacia la defensa de la mujer?

—Nunca tuve el propósito de hacer un manifiesto feminista a través de mi poesía. Quizá no era totalmente consciente de que al relatar mis anécdotas también iba describiendo las circunstancias públicas y privadas de las mujeres de mi generación.

«En la década de los 50, e incluso mucho después, el discurso femenino en Cuba desde la literatura estuvo dominado por los hombres, por una estética masculina. Yo me atreví a un discurso en el que la mujer pasa de ser objeto cantado o revelado por el hombre a constituirse en protagonista de su circunstancia amorosa, política o social.

«Al decidirme a expresar sin trivialidad pacata el cuerpo y el espíritu femeninos, comencé a construir desde mis versos una sensibilidad con la que muchos se sintieron identificados. No me refiero solamente a las mujeres, esas lectoras eternas que me acompañan, sino también a hombres que descubren en mi poética temas impostergables: la patria, el amor, la guerra, la familia, el exilio, la soledad, la muerte y la memoria».

—¿Qué reacción tuvieron las mujeres de su época al salir a la luz poemas llenos de pasión y erotismo, como los publicados en el libro Al Sur de mi garganta?

—Sin quererlo agredí un área muy sensible. Conoces aquella famosa frase de Einstein: «Es más fácil dividir el átomo que destruir un prejuicio», así que podrás imaginarte la reacción de aquellas damas católicas, que vieron en mi disensión una especie de travesura satánica.

«Lo más pequeño que intentaron fue excomulgarme, y el legado más penoso fue el mito —que pienso superado en la actualidad— que intenta emparentarme con las “devoradoras de hombres”, ese cliché de la literatura o la mitología popular cuya maldad reside en su poder de seducción y sensualidad desbordada.

«Mi conducta, entonces desaprobada por ciertos sectores de la clase media y alta de la ciudad, hubiera sido evaluada en el presente como algo muy natural. En definitiva, yo era una muchacha con la ambición de ser libre, de elegir por mí misma y escribir con franqueza sobre sentimientos que encontraron en el libro una plaza para interactuar con otros».

—¿Qué opinión tiene de las acciones en Cuba para que las mujeres desempeñen su rol social?

—El horizonte siempre puede ampliarse a medida que el tema femenino se convierta en reflexión permanente. Creo que se deben tener en cuenta las fuentes teóricas y sociales que inclinan a que las mujeres no obtengan aún igualdad en las disímiles funciones sociales; estoy segura de que ello arrojará más claridad sobre el asunto: ¿Cuántas oficiales de las FAR tenemos? ¿Cuántas operarias de equipos pesados? ¿Cuál es la presencia de la mujer en la vida gerencial?

«Sobre todo se debe analizar de cerca el papel de la mujer al interior de la familia, sus deberes, y en sentido general hasta dónde se extienden las fronteras de su ejercicio cívico. Todo ello dará indicios de los espacios en los que puede ser más intensa esa defensa por la equidad de género».

—¿Cómo catalogaría la posición de las mujeres en momentos de cambio?

—Esa posición está forzada necesariamente a ser la de cualquier ser humano despierto con la urgencia de participar y reaccionar ante la historia. En ese aspecto no puedo lidiar con diferencias. Hombres y mujeres son iguales ante la patria y el deber.

—¿Cuál es su visión acerca del erotismo y la feminidad en el contexto actual?

—La sociedad va progresivamente modificando las formas en las que se construye el eros. Siento que vivimos una etapa donde las emociones están más liberadas, las personas reaccionan con más espontaneidad y logran estructurar un erotismo que puede ser tan diverso como las propias filosofías personales, las creencias religiosas y los valores que se practican.

«De todas maneras, creo que definitivamente el amor, y por consiguiente el eros, no desaparecerán, aunque varíen sus maneras de expresión. No podemos olvidar que el ser humano habita en un universo de carne y tiene su centro en ese espacio físico y poderoso que es el cuerpo».

—Alguna experiencia de su juventud que la haya motivado a escribir versos tan fogosos…

—Todos mis versos tienen en su raíz un sentir. En cierta ocasión, durante una velada en Monserrate, vislumbré una pareja de jóvenes que bailaban al compás de un saxo romántico. Era tan mágico su danzar a media luz y tan excelsa la ternura de sus rostros que no podía dejar de mirarlos. A mi lado, una señora muy molesta, que parecía ser la madre de la chica que movía su cuerpo cual ola desenfrenada, se abalanzó ante la muchacha diciéndole: ¡Es usted muy atrevida!

«Me acerqué a aquella mujer y le dije: “¡Déjales que disfruten su sentir! ¿Por qué reprimir una necesidad del alma?”, y me respondió a gritos: “¡Ella está muy desordenada!”. De ahí surge mi poema Me desordeno amor, me desordeno… por esa libertad que me inspiró aquel hecho».

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