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A mi Entender

La que se llamó de Sancti Spíritus

El parque Serafín Sánchez, la plaza más emblemática de la ciudad. Foto: Vicente Brito

SANCTI SPÍRITUS.— Hasta su propia biógrafa Sor María Rosa Miranda debe haber quedado seducida con la manera tan preciosista y detallada que usara el Padre Bartolomé de las Casas en su imprescindible Historia de Indias para relatar aquel viaje suyo a la comarca espirituana hace justamente 500 años.

“(…) y porque Diego Velázquez —escribiría el fraile— con la gente española que consigo traía, se partió del puerto de Jagua para hacer y asentar una villa de españoles en la provincia donde se pobló la que se llamó de Sancti Spíritus, y no había en toda la isla ni clérigo ni fraile después de en el poblado de Baracoa donde tenía uno, sino el dicho Bartolomé de las Casas, llegándose la Pascua de Pentecostés, acordó dejar su casa que tenía en el río Arimao, la penúltima luenga, una legua de Xagua, donde hacía sus haciendas, e ir a decirles misa y predicarles aquella Pascua”.

Mientras Sor María Rosa asegura que en predios espirituanos el dominico fue recibido con calurosas frases de bienvenida, el historiador trinitario Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara, después de haber buceado más de una vez en el Archivo General de Indias, en Sevilla, niega categóricamente que De las Casas haya asistido al acto fundacional de la cuarta villa.

“Si no lo trajeron en un helicóptero, no podía estar en Sancti Spíritus”, respondió Carlos Joaquín antes de morir, alegando que para entonces —entre abril y junio de 1514— y a solicitud del propio Velázquez, el fraile cumplía el difícil encargo de apaciguar a Pánfilo de Narváez en el occidente del país, una hipótesis que si bien no ha sido secundada por otros estudiosos, hasta donde se sabe tampoco ha sido desmentida.

En esclarecedor ensayo sobre el tema, el historiador espirituano Mario Valdés Navia se aferra a la descripción de Bartolomé de las Casas, no solo para validar la fecha fundacional (la Pascua de Pentecostés de 1514), sino para probar otros asuntos no menos interesantes: en primer lugar, que fue el propio Velázquez quien dirigió el proceso de asentamiento de la villa y en segundo, que para entonces ya los españoles se habían establecido en la región, incluso De las Casas vivía en Arimao, asentamiento originario de Trinidad, donde, según él mismo dice, “hacía sus haciendas”.

Como no fue hasta 1582 que se implantó el modo actual de medir el tiempo (calendario gregoriano), otro historiador, Santiago Prieto, necesitó paciencia de orfebre para determinar que la Pascua de Pentecostés a que alude el fraile en su memorable pasaje correspondía al domingo 4 de junio, justamente el día que han abrazado los espirituanos para celebrar la fundación de la villa.

MEDIEVAL Y MEDITERRÁNEA

El villorrio, que según consenso de los arqueólogos nació a orillas del río Tuinucú, entre dos arroyos que luego tendrían por nombre El Fraile y Pueblo Viejo, no tardó más que unos pocos años en iniciar su repliegue hacia las márgenes del Yayabo, ubicación que mantiene hasta los días de hoy.

Versiones folclóricas y apocalípticas sostienen que la migración se debió a una invasión de hormigas gigantes que horadaban el ombligo de los recién nacidos, pero criterios bien fundamentados hablan de causas tan diversas como conflictos entre las autoridades, búsqueda de una mejor ubicación geográfica y carencia de mano de obra para las encomiendas.

Cientos de edificios públicos y de viviendas del centro histórico han sido remozados para la celebración. Foto: Vicente Brito

Menguada primero por las expediciones de Fernández de Córdoba a Yucatán, en 1517, y de Hernán Cortés contra el imperio de los aztecas, en 1518, y asaltada y saqueada por piratas siglo y medio después, la villa del Yayabo, no obstante, fue multiplicando su gente y su infraestructura.

Después de 60 años de construcción, en 1680 quedó concluida la Iglesia Parroquial Mayor, símbolo arquitectónico que perdura hasta nuestros días, y en 1690 la Ermita de la Vera Cruz; hacia 1760 se crea la primera escuela de la villa; en 1831 se concluye el puente sobre el río Yayabo; en 1839, el Teatro Principal; en 1864, el ramal ferroviario entre Sancti Spíritus y Tunas de Zaza y en 1867, después de una larga espera, por Real Orden, se le concede a Sancti Spíritus el título de ciudad.

“En esta villa fue habitual construir lo nuevo sobre lo viejo —escribió la doctora Alicia García Santana, experta en temas de patrimonio arquitectónico—, lo que dio por resultado un rico perfil de edades superpuestas que la convierte en la más ‘medieval’ de nuestras poblaciones primitivas”.

HUMILDE, PERO REBELDE

Como Sermón del Arrepentimiento recogió la historia criolla aquella primera misa del Padre Bartolomé de las Casas el 4 de junio de 1514, una plegaria que se tornó acusatoria para los conquistadores y hasta para el propio Diego Velázquez, amigo personal del fraile.

El padre reprochó a los presentes “ser injusto y tiránico todo cuanto cerca de los indios en estas tierras se cometía” y habló de ofrendas “manchadas de lágrimas y sudor humano”, lo cual, según la doctora Hortensia Pichardo, constituye la primera gran  página de denuncia de la explotación aborigen en el territorio nacional.

En fecha tan lejana como 1520, la villa fue escenario de la llamada “rebelión de los comuneros”, cuando sus pobladores se negaron a aceptar otro regidor que no fuera Hernando López, episodio que provocó la intervención de Vasco Porcallo de Figueroa, quien llegó desde Trinidad con un respetable séquito para sofocar como solo él sabía, a puñaladas y a golpes, aquel intento de insubordinación.

La defensa frente al asedio pirata en la villa de tierra adentro y la participación de cientos de espirituanos y trinitarios para hacer frente a la invasión de los ingleses a La Habana, en 1762, constituyen páginas de una temprana hidalguía que los lugareños, a posteriori, tendrían la oportunidad de reafirmar.

Desde que Marcos García y los suyos se fueron a la manigua a inicios de 1869, los espirituanos se hicieron sentir en las tres guerras por la independencia; uno de ellos, Serafín Sánchez, tuvo el privilegio de contar con la amistad de Martí y de Gómez y es considerado hombre clave en la consecución de la unidad entre viejos y nuevos guerreros.

La herencia rebelde llegó a la República, cuando cientos de sus hijos enfrentaron la deslealtad de los gobiernos de turno y abocado el momento de la lucha por la definitiva independencia marcharon a la Sierra Maestra o a las montañas del Escambray, de donde solo regresaron con la libertad conquistada.

“Si las ciudades valen por lo que valen sus hijos (…), por lo que se han sacrificado en bien de la patria (…), Sancti Spíritus no podía ser una ciudad más”, proclamó Fidel el 6 de enero de 1959 en su ruta triunfal hacia La Habana. Cuarenta años después, él mismo se admiraría de que el pueblito humilde y triste de entonces se hubiera convertido en lo que llamó “una digna capital de provincia”.

EN EL REINO DE LA MODERNIDAD

En su tránsito de 500 años desde que fuera fundada a orillas del Tuinucú hasta hoy, Sancti Spíritus —primero villa, luego ciudad— ha crecido con apego a una fuerte tradición que, no obstante, mantiene vasos co­municantes con el reino de la modernidad.

El debate entre lo viejo y lo nuevo puede respirarse hasta la hora de decidir qué sillas ubicar en el parque Serafín Sánchez, plaza emblemática de toda ciudad, escenario de una necesaria reparación y también de no pocas discusiones en torno a cómo ejecutarla.

Lo han cambiado todo de un día para otro, se lamenta Bernarda Rodríguez a pocos metros de la máquina pulidora que, de tanto ruido, casi se traga su discurso.

La preservación de lo mejor del patrimonio edificado; el empedrado de algunas calles coloniales y el asfaltado de otras más modernas; la rehabilitación de parques, plazas, plazuelas y paseos, el mejoramiento de fachadas y aceras han transfigurado al centro histórico en una suerte de postal a cielo abierto, representativa, pero cambiante, que a estas alturas tiene muy poco o nada que ver con aquella aldea de hace 500 años construida con guano y yagua que, como contara el fraile, “se llamó la de Sancti Spíritus”

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