Por Ricardo R. González
La vigésimo quinta Feria Internacional del Libro escogió a la República Oriental del Uruguay como país invitado, pero casi siempre ocurre que la literatura de las naciones convidadas apenas traspasan los límites del túnel habanero.
Esta vez no fue la excepción, y llegaron a Santa Clara algunos volúmenes dispersos por nuestras librerías y en las carpas que bordean al Parque Vidal.
Entre los pocos sobresale el «Libro uruguayo de los muertos», de Mario Bellatin (México 1960), que obtuvo el Premio de narrativa de Casa de las Américas el pasado año.
La obra está considerada la más importante del autor basada en una especie de complicidad de realidad y ficción que pierde el límite entre una autobiografía y lo puramente imaginario, a tal punto que la crítica considera que cada libro suyo es como un juguete oscuro y radiante a la vez.
Bellatin utiliza personajes reales o ficticios pero además dota a cada uno de rasgos que cobran vida a largo plazo.
De Hiber Conteris (Uruguay 1933) llega «El rastro de la serpiente», una novela negra con el protagonismo de dos antropólogos involucrados en la desaparición de una periodista y crítica de arte. La trama atrapa al lector mediante una mezcla de intriga policial y de exploración de culturas selváticas.
El argumento fue presentado por su creador en Casa de Las Américas, a la que considera, junto a su patria, una parte inseparable de su vida.
«Veinte cuentos», de Mario Arregui (1917-1985) también aparece en la fiesta del libro a partir de una selección sustentada por la impronta rural que sirve de base para trasmitir los sentimientos de ese segmento.
Sin descartar otros pasajes relacionados con la ciudad e impregnados por la fantasía Arregui refleja su interés personal por plasmar la sicología solitaria del hombre de campo.
Lillián Moreira de Lima regala sus «Cien preguntas sobre Uruguay, y cierra las opciones «Antología de narrativa nueva/joven uruguaya.
El ávido lector quedó con las ganas de disfrutar las reimpresiones —anunciadas en la capital— de varios clásicos atribuibles a Horacio Quiroga o Enrique Rodó, al tiempo que las editoriales cubanas se encargarían de llevar al papel las poesías de Benedetti, y determinadas obras surgidas del talento de Eduardo Galeano.
Precisamente la edición habanera amplió el espectro para presentarnos a un Galeano más completo que incursionó como caricaturista, sin dejar de ser un hombre amante del fútbol y del amor.
Propuesta de interés hubiera sido «Las cenizas del cóndor», de
Fernando Butazzoni, junto a otras muestras de creadores con realce en un país que supera los 3 millones de habitantes.
A pesar de que la República Oriental del Uruguay constituye el segundo territorio más pequeño del Cono Sur su literatura posee un distintivo especial, si se tiene en cuenta que en un inicio no escapó de las influencias europeas pero consolidó su sello propio con el paso del tiempo.
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