El 17 de diciembre de 2014, los presidentes de Cuba y los Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, hicieron inesperados anuncios simultáneos que se distancian de una política que ha estado en vigor durante más de medio siglo. La declaración de que ambos países restablecen relaciones diplomáticas plenas, aunque ya es un hito histórico, aún no se ha cumplido. Ambas administraciones han dicho que este proceso acaba de empezar y puede tomar tiempo. Esta es una oportunidad excepcional, pero sólo si hay una visión nueva y audaz en ambos lados que permite que tenga éxito.
Aunque es la primera vez en todos estos años que ambos gobiernos han anunciado la intención de renovar las relaciones diplomáticas plenas, hubo intentos anteriores por ambas partes de establecer relaciones constructivas. Por desgracia, esos intentos siempre fueron descarrilados. A pesar de las malas relaciones diplomáticas, instituciones científicas de larga data de los Estados Unidos y de Cuba han encontrado maneras de trabajar juntas. El trabajo de los investigadores contribuye al avance del conocimiento en pequeños pasos. Aunque el proceso científico se ve limitado por elementos sociales, económicos y políticos, la investigación básica tiene un ritmo y escala propios.
La colaboración seria entre instituciones científicas cubanas y de los Estados Unidos comenzó en la mitad del siglo XIX, sobre todo entre la Institución Smithsonian (fundada en 1846), en Washington DC., y la sección de ciencia de la Sociedad Económica de Amigos del País (fundada en 1793), así como la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales (fundada en 1861), ambos en La Habana. Otras instituciones de los dos países se involucraron en esta colaboración durante las siguientes décadas.
Un intercambio regular de cartas, documentos, publicaciones científicas y muestras se produjo entre algunos de los fundadores de las instituciones científicas cubanas y estadounidenses, siendo notable el acontecido entre Felipe Poey, en La Habana, y Joseph Henry y especialmente el naturalista Spencer Baird, segundo secretario del Instituto Smithsonian en Washington, DC. Su correspondencia, que abarca varias décadas, se mantiene en los archivos del Smithsonian y de la Academia de Ciencias de Cuba, junto con la de otros naturalistas que han seguido sus pasos.
Poey, Henry y Baird son los antepasados de una tradición que continúa hasta nuestros días, según la cual científicos de ambos países se esfuerzan por profundizar el conocimiento mediante el intercambio de ideas, experiencias y resultados. Así, cuando la Academia Nacional de Ciencias y la Academia Cubana fueron creadas en la década de 1860, los lazos entre algunos de sus miembros fundadores ya era fuerte 1.
Esta tradición continuó en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, las inversiones norteamericanas en Cuba desde el siglo XIX estuvieron prácticamente limitadas a grandes plantaciones e ingenios azucareros. Las instituciones científicas, entre ellas la Academia Cubana, tenían poco apoyo y un perfil social bajo. Cuba también se convirtió en un campo de pruebas para muchos productos industriales de los Estados Unidos, por lo que las tecnologías e innovaciones se abrieron camino desde temprano en el mercado cubano, pero ninguna investigación se llevó a cabo con la participación de Cuba. La Habana se convirtió en muchos sentidos en la segunda ciudad más sofisticada del hemisferio norte después de Nueva York, pero todo ese progreso no tuvo casi ningún fondo local o vinculación orgánica con el resto de la economía o la sociedad del país.
A pesar de las limitaciones de la investigación científica creativa, algunos científicos cubanos distinguidos continuaron su cooperación con destacados naturalistas estadounidenses mediante la colaboración en publicaciones y participando en exploraciones conjuntas 2. Investigaciones sobre Historia Natural y Geografía fueron realizadas por científicos individuales, con poco apoyo del gobierno, y sin posibilidad garantizada de continuar dichas labores. La investigación de laboratorio en Cuba se limitó principalmente a un pequeño número de estaciones experimentales agrícolas y muy pocas instituciones médicas. Las instalaciones de investigación eran tan escasas y mal financiadas que una comisión enviada en 1950 por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (una rama del Banco Mundial), para evaluar la posible concesión de los préstamos al gobierno cubano declaró que “el desarrollo económico de Cuba demanda instalaciones de investigación efectivas para laboratorio y de campo. Pero la misión no pudo encontrar ningún laboratorio adecuado para la investigación aplicada” 3.
Después de 1959, como Cuba y Estados Unidos se distanciaron las autoridades cubanas eligieron una ruta independiente hacia el desarrollo, sobre la base de un esfuerzo extraordinario en la educación, así como una unidad sostenida para construir una comunidad científica fuerte. Desde 1962, la Academia Cubana ha adquirido funciones similares a las de los consejos de ciencia y tecnología establecidos en varios países de América Latina, y las tres universidades públicas existentes se reorganizaron en ese mismo año. Se establecieron nuevas escuelas de ingeniería, medicina y agricultura, y se organizaron muchos institutos de investigación científica en varias disciplinas.
Casi veinte años después, a finales de 1970, Cuba ya estaba en condiciones de beneficiarse de los estudios generados por sus investigadores pioneros y las instalaciones de tecnología de punta que se habían construido para promover la investigación. Cuba comenzó a generar resultados científicos que dieron como resultado varios productos sofisticados, principalmente en el área farmacéutica y de equipamiento técnico médico. El ciclo de ciencia-tecnología-innovación-producción fue completado localmente por primera vez.
Durante esos esfuerzos iniciales para desarrollar un organismo científico nacional, Cuba envió a muchos estudiantes al extranjero a los países socialistas de Europa del Este para los estudios universitarios y de formación doctoral y postdoctoral, y recibió cientos de sus asesores técnicos y científicos a cambio, pero también dio la bienvenida a científicos y académicos de muchos otros países y mantuvo intercambios científicos con instituciones de todo el mundo. Los científicos cubanos estaban recibiendo sus maestrías y doctorados en otros países, incluso algunos en los Estados Unidos. Varios científicos estadounidenses contribuyeron al desarrollo de la comunidad científica cubana, con visitas, investigación cooperativa y nuevas idea.
Sin embargo, a mediados de la década de 1970, con el fin de construir un puente científico más duradero entre Cuba y Estados Unidos, Abelardo Moreno, alumno y seguidor de Carlos de la Torre y Huerta 5 -que fue miembro de la Academia Cubana, director del Zoológico Nacional de Cuba y un miembro distinguido de muchas organizaciones zoológicas nacionales e internacionales- estableció contactos iniciales con Theodore Reed, director del Zoológico Nacional de Estados Unidos en Washington. Ambos comenzaron a discutir la posibilidad de un programa de intercambio continuo entre el Smithsonian y la Academia Cubana. Moreno había sido corresponsal asiduo y distinguido visitante del Smithsonian por muchos años, y era un amigo y compañero de su ex secretaria, Alexander Wetmore, hasta cerca de 1973, cuando la correspondencia se disipó dada la creciente dificultad de Wetmore en la superación de la creciente división política.
Las primeras evidencias de los esfuerzos de Estados Unidos para establecer un puente ocurrió el 29 noviembre de 1977, un memorando, ahora en los archivos del Smithsonian, en el que Ross Simons, de la Oficina del Secretario Adjunto de Ciencia, informa de una reunión con representantes de la Fundación Nacional de Ciencia (NSF) en las que se discutió una primera visita prevista de una delegación Smithsonian a Cuba. Esta nota muestra que en algún momento durante los primeros años de la administración Carter, incluso la NSF había contemplado el establecimiento de vínculos con algunas organizaciones cubanas con el fin de financiar programas conjuntos de investigación y que la NSF quería asegurarse de que este nuevo movimiento hacia un entendimiento con la Academia Cubana no haría al Smithsonian socio estadounidense exclusivo 6.
A finales de 1977, Moreno destacó a los funcionarios cubanos la importancia de renovar los contactos entre la Academia Cubana y el Smithsonian 7. Fue bajo la dirección del secretario adjunto para la ciencia, David Challinor, a través de los buenos oficios de Simons y con un tratamiento muy diplomático de todas las alternativas, que a principios de 1978 se defendió una propuesta de visita de una delegación del Smithsonian a Cuba con el argumento de ser un compromiso no gubernamental. De hecho, el viaje sería financiado en su totalidad por fuentes privadas.
En ese momento, la Academia Cubana tenía responsabilidades que la hicieron el socio equivalente a varias instituciones estadounidenses. En su función de asesoramiento y como representante de la comunidad científica nacional, era un equivalente de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense. En cuanto a su papel como coordinador y facilitador de la red integrada de las sociedades científicas nacionales, fue el socio natural de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, editor de Ciencia y Diplomacia).
Como el organismo gubernamental nacional a cargo de la coordinación de las actividades relacionadas con el sistema nacional de ciencia y tecnología, tenía algunas responsabilidades similares a las de la NSF. Por último, como el principal organizador y administrador de los museos de ciencias, parques zoológicos, y acuarios, la Academia Cubana tenía funciones equivalentes a las del Smithsonian. Estas últimas recién habían sido dadas y era natural que los cubanos debieran buscar asesoramiento especializado de las instituciones más desarrolladas disponibles. Además, estaban en marcha ambiciosos proyectos para desarrollar un nuevo parque zoológico y un jardín botánico nacionales. Cualquier institución con experiencia en esos campos era el socio más conveniente para el intercambio científico.
La Academia Cubana acordó un calendario y comenzó la coordinación nacional necesaria para invitar a una delegación de científicos del Smithsonian, y Reed contó con la participación del Museo Nacional de Historia Natural. A finales de 1977, casi todo estaba listo para que esto ocurriera. Tal como estaba previsto, esta primera visita se realizó a principios de 1978.
Es importante señalar aquí el contacto personal entre los investigadores y la extraordinaria productividad de esa primera visita. La delegación de científicos del Smithsonian llegó a La Habana el 26 de febrero de 1978, y su visita se extendió durante una semana. Previo a la visita, la Academia Cubana había recibido la lista de los investigadores y sus campos de especialización y se había iniciado la identificación de contrapartes para asistirlos. 8
Aunque la limitación de tiempo impidió viajes de campo, excepto a los lugares muy cercanos a La Habana y un corto viaje a Boca en la Ciénaga de Zapata, el mayor pantano en el Caribe – la mayoría de los anfitriones cubanos llevaron a sus homólogos a ver las colecciones y a la vez discutir posibles proyectos a largo plazo. De hecho, la mayor parte de los anfitriones y contrapartes continuó teniendo relaciones productivas y de colaboración a través de los años que siguieron. 9
El primer resultado impreso de la visita salió de la pluma de Porter Kier, entonces director del Museo Nacional de Historia Natural. Se le concedió el acceso a la colección Sánchez Roig de equinoides fósiles cubanos a través de Amelia Brito, directora adjunta del Instituto de Geología y Paleontología. Esta colección histórica única -que fue dada a conocer por primera vez en la década de 1950 por la revista Anales la Academia Cubana de Ciencias, necesitaba un curador que podría llevar a cabo una revisión especializada.
El propio Roig había sido un distinguido miembro de la Academia Cubana. A través de un acuerdo de préstamo, Kier estudió la colección Sánchez Roig, lo comparó con colecciones equivalentes del Caribe, y publicó una revisión definitiva de los fósiles Spatangoides Equinoideos de Cuba en 1985 10. Esto sirve como un excelente ejemplo de la importancia de esta clase de relaciones científicas que acogen las instituciones.
Acoger la visita también conllevó informar a los huéspedes estadounidenses tan a fondo como fue posible sobre el desarrollo de una comunidad científica cubana y las realidades de la sociedad cubana en la década de 1970. Los participantes cubanos tenían la intención de no convertir esta visita en una vitrina y permitir en cambio que los investigadores visitantes pasaran el mayor tiempo posible con las colecciones y los colegas. Sin embargo, hubo tanta falta de información y propaganda como resultado del conflicto político (como todavía sucede hoy), que se requería al menos una idea sobre la historia de Cuba y sus instituciones. Como resultado, los visitantes estadounidenses pasaron tiempo en las oficinas centrales de la Academia, el Museo de Historia Natural, la Universidad de La Habana, y el Museo de la Ciudad de La Habana.
Que esta primera visita fuera considerada un éxito por las autoridades del Smithsonian se desprende de los informes en sus archivos. S. Dillon Ripley, un ornitólogo por entonces secretario del Smithsonian, expresó a los miembros del Congreso después de la visita que “fue un gran éxito desde el punto de vista del Smithsonian y proporciona importantes oportunidades a nuestro personal para examinar el progreso científico y el estado de las colecciones allí… ” 11 Un detalle interesante surgió de notas canjeadas en la Oficina del Secretario Adjunto de Ciencia justo después de la visita: el coste final asignado por el Smithsonian para un grupo de investigadores de Estados Unidos a pasar una semana en Cuba fue apenas $ 9,388 12.
Esta visita dio paso a una invitación a una delegación cubana de la academia a Washington el año siguiente. El presidente de la academia, el hematólogo Wilfredo Torres, encabezó la delegación cubana. Torres había estado en la vanguardia en la creación de instituciones cubanas de investigación científica. En el marco del Centro Cubano de Investigaciones Científicas (CENIC), una instalación creada en 1964 como laboratorio multidisciplinario e instituto para estudios de postgrado en varias ramas de la ciencia, Torres había estado involucrado en la organización de grupos de investigación que eventualmente contribuirían a formar nuevos centros.
En estrecha relación con las universidades, como una instalación de laboratorio bien equipada, CENIC fue el núcleo del cual surgieron los seis o siete centros cubanos de mayor desarrollo en la investigación biomédica avanzada durante la década de 1970 y principios de 1980, así como la investigación en otros campos, como la salud animal y vegetal.
La delegación cubana estuvo compuesta por varias de las contrapartes de la visita previa.13 Si el énfasis de la primera visita estuvo en la búsqueda de contrapartes para los investigadores interesados en la cooperación de ambas partes, y como tal había tenido éxito, esta segunda delegación, por la parte cubana, tuvo la intención de construir vínculos institucionales más fuertes que podrían proporcionar una base común para las actividades a más largo plazo.
Fue entonces cuando Ripley pasó a estar directamente involucrado en el intercambio. Él había estado en contacto con Moreno, también ornitólogo, durante muchos años. Cada vez que se cruzaban, de inmediato se perdían en la conversación. Asimismo, durante la visita, Ripley pasó la mayor parte de su tiempo involucrado en las discusiones con Moreno.
La reunión fue un éxito y había abonado el terreno para otro encuentro. Tan pronto como la delegación cubana regresó a La Habana, los preparativos se iniciaron para la visita de Ripley a Cuba y la posibilidad de firmar algún tipo de acuerdo a largo plazo delineando una relación continuada basada en algo más permanente que un intercambio ocasional de letras.
A principios del año siguiente, Simons fue a La Habana para prepararse para la visita de Ripley, y Simons y este autor redactaron el memorando de entendimiento (MoU). Este documento fue revisado por asesores legales de ambas partes y fue determinado como no vinculante tanto para ambos gobiernos. Un documento muy simple, que todavía está en vigor y proporciona una base común para una relación científica confiable y continua entre dos instituciones que han estado compartiendo vínculos científicos durante más de un siglo y medio.
En abril de 1980, Ripley y su esposa, Mary, horticultora, visitaron la Academia Cubana. Tirso W. Sáenz, presidente en funciones, Moreno, y el autor lo acogieron. Durante la semana que estuvieron en Cuba, entraron en contacto con la academia y su actividad de investigación, asistieron al acto constitutivo de la Sección Cubana del Consejo Internacional para la Preservación de las Aves, y se reunieron con el vicepresidente cubano, José Ramón Fernández y el miembro del Consejo de Estado Guillermo García Frías.
Se organizó una expedición de observación de aves para la Ciénaga de Zapata, un paraíso para las colonias de aves. De ahí fue a la Bahía de Cochinos y Playa Larga, tristes recordatorios de la dureza del conflicto con los Estados Unidos había estado recientemente en Cuba. Por último, acompañado por el autor, visitó el Museo de la Ciudad de La Habana, donde se reunió con Eusebio Leal, quien en ese momento había iniciado un enorme esfuerzo para recuperar y restaurar el esplendor de los edificios históricos de la Habana Vieja.
Leal, ahora miembro de la Academia de Historia de Cuba, la Academia de Ciencias de Cuba, y de la Academia Cubana de la Lengua, le mostró lo que había sido ya realizado, junto con sus planes e ideas. En las exposiciones, Ripley hizo una pausa para mirar la colección de banderas cubanas de época originales y los restos del acorazado Maine, hundido en el puerto de La Habana en 1898. También leyó un facsímil de la Enmienda Platt bajo la cubierta de cristal de la mesa del último oficial militar de EE.UU. que presidió el país, en 1902. Como regalo de despedida, Leal le entregó retratos de José Martí, con una inscripción facsímil de puño y letra de Martí que dice en español “Y Cuba debe ser libre de España y de los Estados Unidos….”
Ripley firmó el memorando junto con Sáenz y se refirió a la necesidad para que los científicos aumenten ese entendimiento de cada uno. Desafortunadamente, durante su estancia, el aura de cooperación fue perturbada cuando varias personas asaltaron la embajada de Perú en La Habana, para obtener acceso a las zonas diplomáticas, y, en el proceso, mataron a un guardia y se produjo el éxodo del Mariel, durante el cual muchos cubanos trataron de emigrar a los Estados Unidos. Al año siguiente, un gobierno republicano llegaría al poder en Washington, y durante más de una década la relación que había sido tan asiduamente construida, primero se vio disminuida y, finalmente, estancada.
En 1985, el vicepresidente Challinor del Smithsonian, que había ayudado a localizar los fondos privados necesarios para sostener intercambios iniciales con Cuba, visitó la academia, y se discutió y firmó un plan para continuar los intercambios. Tanto Challinor y el nuevo secretario, Robert McCormick Adams Jr., que había sustituido a Ripley después de su retiro el año anterior, batallaron por algún tiempo con el Departamento de Estado de Estados Unidos para defender el derecho del Smithsonian para mantener un intercambio científico con investigadores cubanos, pero la retórica de la administración Reagan se hizo cada vez más dura, hasta que el Smithsonian no tuvo más remedio que esperar.
En el informe de 1985 sobre las actividades internacionales del Smithsonian, sólo una página está dedicada a Cuba, y menciona sólo brevemente una reunión de políticas. El texto se limita a enumerar a los asistentes, incluyendo a Oliver North en representación del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
La situación no mejoró bajo la administración de George H.W. Bush, y no fue hasta 1992 que los contactos se reanudaron. En enero, por invitación de Wayne Smith, profesor de estudios latinoamericanos que estaba entonces en la Universidad Johns Hopkins, una delegación de científicos cubanos visitó el Smithsonian para una mesa redonda sobre la biodiversidad. Acogido por el Museo Nacional de Historia Natural, en virtud de su programa de biodiversidad, y con el apoyo de Don Wilson, el director de biodiversidad en el Museo Nacional de Historia Natural y Simons, el grupo cubano incluyó a María Elena Ibarra, directora del Instituto de Ciencias Marinas de la Universidad de La Habana; Ángela Leyva, directora del Jardín Botánico Nacional; Hiram González, ornitólogo de la Sociedad Zoológica cubana; Gilberto Silva, del Museo Nacional de Historia Natural; Miguel Vales, director del Centro Cubano de la Biodiversidad en el Instituto de Ecología y Sistemática; Jorge Foyos, entonces director adjunto del Instituto de Oceanología; Pedro Rosabal, de la Comisión Nacional del Medio Ambiente; y el autor. Este grupo discutió alternativas para continuar las actividades en apoyo de las colecciones de historia natural, expediciones e investigación conjunta.
Durante los años 1980 y 1990, muchas otras actividades se iniciaron con el Smithsonian a través de diferentes canales, como la colaboración en la historia de la ciencia dirigida por Pedro M. Pruna, José B. Altshuler, y Bernard Finn. Vínculos con los museos de arte, promovidos por James Early en el Smithsonian, y los vínculos entre el Museo Nacional del Indígena Americano y la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y la Humanidad, también fueron fomentados.
A partir de este nuevo comienzo, muchas otras actividades han surgido, a menudo promovidas por los mismos expertos de ambos lados del Estrecho de la Florida que han participado durante décadas. Mucho conocimiento en EEUU sobre Cuba ha surgido. En 1998, el autor tuvo la oportunidad de acompañar al presidente de la Academia Cubana al Museo Nacional de Historia Natural, donde asistieron a un panel donde varios científicos estadounidenses y cubanos discutieron el espectro completo de la investigación conjunta entre los dos países.
Además del MoU, aún efectivo, firmado por el Smithsonian y la Academia Cubana en 1980, la academia firmó memorandos de entendimiento con el Jardín Botánico de Nueva York en 1994 y, unos años más tarde, con el Consejo de Investigación de Ciencias Sociales; con esto último, para el continuo intercambio de investigación no sólo entre las ciencias sociales y económicas, sino también con las ciencias naturales y ambientales. Por último, en 2013, un nuevo memorando de entendimiento fue firmado entre la Academia cubana y la AAAS para continuar este camino de contactos e intercambios científicos.
A lo largo de todos estos años, la Academia Cubana y la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. han tenido un entendimiento común y acciones compartidas, para avanzar en el impacto de la ciencia en los asuntos mundiales a través de actividades basadas en las organizaciones internacionales multilaterales como el Consejo Internacional para la Ciencia, la Asociación Interacadémica, la Red Interamericana de Academias de Ciencias, y sus respectivas redes de centros de excelencia y sociedades científicas especializadas. Todos estos instrumentos a favor de la continuidad de los vínculos que proporcionan la base necesaria para la investigación conjunta para que los científicos y estudiosos pueden participar en proyectos a largo plazo, que a su vez darán a la investigación básica y fundamental la posibilidad de alcanzar los resultados que proporcionan nuevos conocimientos. Sin embargo, como todos esos intercambios tienen que ser apoyados exclusivamente por fondos privados, sólo pueden avanzar muy lentamente y en pequeños pasos.
En las últimas décadas, las comunidades científicas de Cuba y los Estados Unidos han encontrado varias maneras de unirse y estar de acuerdo en lo que es esencial para avanzar en la investigación conjunta para beneficio de ambos países, pueblos y sociedades. Ellos han hecho este punto explícito en una serie de documentos y artículos, pero poco puede realizarse bajo el presente embargo, una limitación que no puede ser ignorada.14
Al trabajar juntos, las dos comunidades científicas pueden crear una fuerza formidable que promueva el desarrollo de habilidades en los demás sectores. Ambas fuerzas combinadas pueden traer una sinergia que proporcionará un nuevo camino de extraordinarios impactos. Un ejemplo de ello proviene de los logros recientes en contener la epidemia del Ébola en África Occidental. Los médicos y enfermeras cubanos quienes estaban bien entrenados para hacer frente a catástrofes y epidemias, apoyados por personal de Estados Unidos, así como de otros países y organizaciones no gubernamentales, parecen haber reducido la propagación de la enfermedad. Aunque todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas, el resultado podría haber sido mucho peor si no fuera por los médicos y enfermeras cubanos, junto a las instalaciones hospitalarias de Estados Unidos.
A través de los años, numerosos vínculos científicos entre Cuba y Estados Unidos han producido resultados cada vez que la cooperación ha permitido proceder de buena fe. Sin embargo, para que los intercambios científicos de los dos países puedan ser realmente productivos a largo plazo, los nuevos esfuerzos requieren una pizarra en blanco y ser guiados por una nueva visión de las relaciones bilaterales.
Sin duda, después de más de medio siglo sin relaciones diplomáticas, varios temas pendientes tendrán que ser resueltos entre los dos países. Y muchos podrían argumentar en contra de una relación más cálida a menos que se tomen tales y tales pasos primero. Pero la ciencia merece una oportunidad. La investigación conjunta en casi cualquier campo sólo puede funcionar para los mejores objetivos y necesidades de ambos países y debe ser favorecida sin requisitos previos. La evidencia sugiere que la investigación científica conjunta entre Estados Unidos y Cuba puede proporcionar oportunidades para el progreso y desarrollo de capacidades en ambos países y en otros lugares.
Este progreso, sin embargo, requerirá licencias generales haciendo caso omiso a muchos aspectos del embargo, la relajación de las diversas limitaciones (por ejemplo, en la banca, asuntos fiscales, las aduanas, los viajes, el movimiento) en ambos países para las actividades de investigación científica, y, lo más importante, un cambio visión fundamentalmente. Al menos en el campo de la ciencia, debemos ser capaces de encontrar formas creativas para participar en la cooperación continua que nos puedan aportar soluciones muy necesarias para los problemas globales urgentes que inciden en ambos países. Esta labor científica conjunta puede ayudar
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