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A mi Entender

Cuba contra la diabetes

Gissel Saldívar, 19 años, técnico en Química, supervisa las placas para los biosensores en el área de impresión de la Planta de Biosensores, del Centro de Inmunoensayo (CIE), de La Habana.  Foto: Ladyrene Pérez/ Cubadebate.

 

Amparo Hernández ha comprando una caja de tiras reactivas para el control de su diabetes, en la farmacia de los bajos de su casa en el Cerro, uno de los municipios más poblados de La Habana. Enfermera jubilada de 80 años, hace 15 que debutó con la enfermedad. “Me cuido como gallo fino”, y muestra el paquete de diez tiras o biosensores que acaba de obtener sin receta médica. “Del azúcar no me voy a morir”, asegura.

No tiene idea de que esa caja que lleva en la mano se ha producido gracias a una transferencia de tecnología, la primera que tiene lugar en Cuba en el sector de la ingeniería biomédica, tras un acuerdo comercial que selló las relaciones entre el Centro de Inmunoensayo (CIE)  y la empresa china Changsha SINOCARE Inc.. Con este convenio,  se están beneficiando desde hace varios años todos los diabéticos tipo 1 –los insulino dependientes- y la población más vulnerable –niños y embarazadas.

“En chino me parecía que estaba el aparatico cuando empecé a usarlo, pero ya aprendí”, dice Amparo refiriéndose al glucómetro que trae en su cartera y con el que mide sus niveles de glucosa en sangre. Lo alcanza con delicadeza, como si fuera un huevo de gallina, totalmente ajena a lo que significa la marca SUMA SENSOR SXT, bajo la cual se comercializa el glucómetro en toda la red farmacéutica nacional por “tarjetón” (medicamentos gratuitos o subsidiados que llevan control facultativo), además de ser utilizado por personal médico cubano que presta servicios en varios países de América Latina.

Acercar el diagnóstico al paciente

En el contexto de la visita oficial del Presiente Xi Jinping al país caribeño, este martes se inaugura la Planta de Producción de Biosensores del CIE, que permitirá producir las tiras reactivas que necesita toda la población diabética del país, unos 800 000 cubanos diagnosticados con la enfermedad.

“Se estima que en la población cubana hay un grupo mayor de diabéticos y no saben que lo son”, afirma la ingeniera Niurka Carlos Pía, directora del Centro de Inmunoensayo. “Queremos llegar también a ellos”, añade.

La Diabetes Mellitus, enfermedad producida por una alteración del metabolismo, ocupa el tercer lugar entre las dolencias más serias que enfrenta hoy la humanidad, después de los tumores secundarios y las enfermedades cardíacas. En Cuba, sin embargo, es la octava causa de muerte, según la Oficinal Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).

Los programas de asistencia a los diabéticos disminuyen notablemente el riesgo de complicaciones. La directora admite que la atención de los diabéticos impacta en el índice de esperanza de vida en Cuba, el más alto en la región -76,5 para los hombres; 80,4 para las mujeres-, “porque no se espera a que el enfermo llegue grave al hospital; se busca en la comunidad”.

Está demostrado que, a pesar de que se instruye a la población para lograr estilos de vida saludables, muchos no lo tienen en cuenta. “Para acercar la tecnología a los necesitados concebimos los Centros de Pesquisa Activa Integral, laboratorios donde están los equipos Suma y que tienen sedes en todos los municipios del país. Acercamos el diagnóstico al paciente”, dice Niurka.

Una primera ventana al futuro

Frente al reto de que las políticas sociales y el avance de la igualdad estén respaldados por una economía fuerte, la Isla dedica a los servicios sociales el porcentaje combinado  más alto de gasto en relación con el presupuesto estatal y el Producto Interno Bruto (PIB), si se le compara con los demás países de América Latina. El gasto total de esos servicios aprobado por el Estado en el presupuesto de 2014, fue del 54 por ciento, que se invierte fundamentalmente en la educación y salud públicas.

Cuba hace una gran inversión social, pero también cualquier cosa le cuesta más. La Doctora en Ciencias Químicas, Mylenén Hernández, que participó en la armazón de la planta, en la investigación y en los entrenamientos que recibieron los cuarenta y tantos trabajadores del centro, se pregunta cuánto podrían ahorrar si los componentes para hacer los biosensores no los tuvieran que adquirir en China, un mercado tan distante. El bloqueo que impone EEUU lo impide y, sin embargo, “no dejamos de soñar”.

Mylenén, que trabajó antes en los laboratorios de Sida del Centro de Inmunoensayo,  hizo su doctorado sobre péptidos sintéticos de VIH y leucemia. Está segura de que esta planta es la primera ventana y no la última a un futuro de enormes posibilidades para el desarrollo y el mercado de la biotecnología en un país como este, cuyo horizonte es el ser humano.

“Se trata de la primera producción de su tipo en el país y utiliza una tecnología de punta, muy valorada en el mundo entero. En 25 segundos y con total precisión usted o su médico sabe exactamente si tiene o no una alta concentración de azúcar en la sangre”, dice. Y esto no termina aquí. “Ahora empezamos los biosensores de la glucosa, pero sabemos que con esta plataforma tecnológica podríamos desarrollar otros sistemas que detecten analitos del colesterol, la creatinina…”

Estos biosensores se basan en reacciones electro-químicas, pero en el mundo también se desarrollan con esta técnica inmunosensores, que en vez de utilizar enzimas trabajan con antígenos. “Hay reportes de detección, con esta técnica, de VIH, de la enfermedad de Chagas, la Hepatitis C, entre otras enfermedades terribles. Salvan vidas, y a la vez son una mina de oro”.

Glucómetros

Los glucómetros cuestan alrededor de 50 dólares en América Latina. En Cuba, se le vende al paciente diabético a 60 pesos cubanos -2 dólares con 60 centavos- y 10 tiras a 6 pesos -25 centavos de dólar.  Unas cifras perfectamente sostenibles para cualquier ciudadano en la Isla. En la red hospitalaria, los consultorios del Médico de la Familia y los Centros de Pesquisa Integral,  los test son gratuitos.

El problema que tenía Cuba, como el resto del planeta, es que estos aparatos los sustituye el mercado cada cierto tiempo. Al cambiar la marca del glucómetro, las tiras dejan de producirse, de modo que hay que invertir otra vez en un nuevo instrumento y en otros biosensores, aunque los que tenga en uso estén en perfectas condiciones. La salud es rehén de la competencia y no hay economía que sostenga el control de glucosa en sangre de todos los diabéticos de un país.

Para las naciones en desarrollo esto es dramático. Dos médicos –el estadounidense Palav Babaria y el irlandés Aisling O’Riordan- que asistieron a las víctimas del terremoto en Haití, vieron morir a enfermos diabéticos por falta o incompatibilidad de las tiras reactivas. Conglomerados como Roche, el líder de la industria de pruebas de diabetes que gana por producirlas 8 mil millones de dólares al año, ha convertido los biosensores en un negocio atado a su marca. Cada tira se ajusta solamente en una máquina específica, y esto le cuesta la vida a miles de personas que no pueden pagarlas.

Aunque los biosensores son relativamente baratos –el costo por unidad oscila entre 50 centavos y un dólar-, los diabéticos que dependen de la insulina normalmente utilizan hasta 4 tiras por día. En un artículo publicado en The New York Times, Babaria y O’Riordan sugieren “crear tiras universales que puedan trabajar con cualquier tipo de glucómetro, de la misma manera que los cables USB se pueden conectar a casi todas las marcas de computadoras y dispositivos”.

“Pero el mercado no está interesado en hacer eso, porque no le importa el enfermo. A nosotros sí”, concluye Niurka.

(Tomado de La Jornada, de México)

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