Del verso a la inmensidad con Liuba María Hevia
Por Ricardo R. González
Este domingo 20 de julio devino jornada de lujo cuando Liuba María Hevia con su grupo irrumpieron en la Casa de la Cultura de Manicaragua a fin de invitar al convite y hacerlo inolvidable.
De seguro, el mejor de los pretextos con una finalidad marcada: celebrar el Día de los Niños para alimentar esperanzas, esas que necesitan los pequeños de hoy, y los que ya no lo son tanto, pero que llevan en su torrente el alma del infante.
Poco después de las 10:00 de la mañana se escuchaba Porque tenemos el corazón feliz, ese tema antológico, de nuestra Teresita Fernández, que nos hace jugar con el tiempo, revivir travesuras, y hacer grandes las fantasías.
Quizás la antesala ideal para dibujar este mundo inmenso con «los lindos colores de la felicidad», como parte de un Señor arco iris que no faltó a la cita.
Si un detalle trascendente tiene los encuentros de Liuba con los pequeños es el de enseñarles la utilidad de la vida traducida, por ejemplo, en la identificación de los instrumentos musicales, o en la necesidad de crear valores y encontrar las aristas hermosas aun en aquellos detalles que nos parezcan insignificantes.
Por eso en Lo feo, o en esa palangana vieja, con la que un día crecimos, hay matices que podemos transformar y hacerla verdaderamente hermosa.
Y por supuesto que también se disfrutó de esa Estela, granito de canela que, bajo la luz de Ada Elba Pérez y de la propia Liuba, un día se gestó para engrosar la nómina de los cantos infantiles difíciles de olvidar.
Un concierto en el que, además, no podían excluirse las composiciones del mexicano Gabilondo Soler, o de la argentina María Elena Walsh, como complementos de las creaciones magistrales.
Pudiera decir que Manicaragua quedó en el corazón de Liuba y de sus acompañantes, mientras una atracción recíproca dejaba en los manicaragüenses bajo el signo inmortal de las canciones que atesoran las generaciones y se hacen dueñas del tiempo.
Ya entrada la noche aguardaba el escenario del teatro La Caridad, un sitio que, al decir de la trovadora, le trae muchos recuerdos familiares, sobre todo de la ciudad que vio nacer a la inolvidable Teresita Fernández.
El recital lo abrió con Acércate, lo suficiente como para entender que incitaba a compartir sus canciones en un marco coloquial, y a aceptar la complicidad como verdaderos duendes entre casi una veintena de canciones conformantes de un concierto dedicado a la amistad y la familia.
Por ello estuvo presente Con los hilos de la luna, un tema que nos lleva a las raíces y a los ancestros, a defender identidades e historias similares a través de las épocas.
Fue, a la vez, un repaso de nuestro primer género musical volcado en las bellas habaneras, o a interpretar la fuerza desgarradora del tango a través de Malena, El último café, o El día que me quieras, un clásico de Gardel y Lepera, dicho en el estilo de Liuba María Hevia.
Las remembranzas a quienes ya no están, pero siguen presentes, se hicieron sentir con Ausencia, esta vez dedicada a la amiga Sonia Silvestre, en tanto llegaron estrenos que hablan del amor y de todo lo que representa las bondades de un ser querido.
Un recorrido por el pentagrama de alguien que acumula tres décadas de intenso quehacer artístico. La intérprete que nos sigue regalando su versión de Te doy una canción, y nos sorprende con otras tantas de exquisita factura.
Ningún cierre mejor que el ya imprescindible Si me falta tu sonrisa, y casi sin darnos cuenta se nos fue la jornada dominical, esta del 20 de julio en que tuvimos el privilegio de revivir la infancia, de hacer felices a quienes hoy transita por esa maravillosa etapa de la vida, y de escuchar canciones que llegan como manantiales de agua fresca acompañadas por músicos jóvenes de excelente ejecutoria.
Un domingo sacudido por el péndulo de un tiempo que se apoyó en el verso para irrigar el corazón, hacerlo feliz, y demostrar cuan grande resulta la inmensidad humana siempre que sepamos encontrarla.
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