Reynier Mariño: Romance de dos horas, una primera vez
Concierto de la compañía del guitarrista cubano, Reynier Mariño en homenaje al escritor español, Federico García Lorca, en el centro cultural Dulce María Loynaz, en La Habana, Cuba, el 25 de octubre de 2013.
No en vano en una ocasión aseguró que cuando pasa más de un año o año y medio sin venir a Cuba su vuelo creativo declina, como si se le nublara el alma y pesara esa magia con que arranca notas, dibuja acordes y teje pentagramas con su guitarra. Entonces toca nuestro suelo, y siente como si redescubriera la tierra prometida, renace su musa y brotan las composiciones.
Confieso que salvo los espectáculos Vidas y Amigas de la Compañía de Ballet Lizt Alfonso, mis experiencias con la música española o flamenca para ser más exactos, habían sido bien pocas. Eso sí en mi colección musical no faltan discos de Joaquín Sabina, Rosario Flores, Bebé, Estopa, Melendi… Pero nada mi incursión al cine Riviera, como tantas otras hechas en mi “país de maravillas” fue sin desagrado alguno, eso sí, con cierta dosis de escepticismo, y otra no menor de optimismo. El simple hecho de incorporar otro grano de cultura a mi intelecto me motivaba.
Entonces, por primera vez y confío en que no la última, inicié un romance de dos horas con el flamenco, pero impregnado de una buena dosis de “A lo Cubano”, esa que le puso Reynier Mariño, como en sus tiempos de niño en su natal Santo Suárez, esa que no puede faltarnos, adherida a nuestra sangre:
Les confieso que pocas veces antes recibí una inyección de energía semejante durante presentación alguna. Por momentos pensé que veía un salto de Yarisley Silva, un disparo de Yarelis o Yipsi. Quizás sea porque Mariño, antes de poner su padre por primera vez una guitarra en sus manos a la edad de ocho años, incursionó en el judo y la natación.
Pero vayamos al romance, o primero vayamos al aperitivo, el entrante citadino de ese espectáculo “Lorca en mí. La travesía de ida y vuelta” que recorrió, presumo que con éxito rotundo, cinco provincias del país. Ocho presentaciones, con repertorio variado, intenso por momentos, el espacio abierto a la dramaturgia y la poesía, solo de guitarrista y flautista clásicos, y esa expresividad corporal reservada a las bailarinas del género, capaces de entregar, sin importar latitud alguna, cuerpo y alma en cada paso.
Así, navegué, desde ese fragmento de “verde que te quiero verde”, interpretado por su esposa, la actriz uruguaya Cecilia Salerno, hasta el poema de Antonio Guerrero “Ata una cinta amarilla”, musicalizado magistralmente y sensibilizado en ese aleteo corpóreo de una de las bailarinas del grupo.
Nada faltó, ni la risa, ni esa transmisión de energía constante propia de un excelente guitarrista, capaz de moverse en varios registros, desde lo clásico hasta el jazz, pero amante confeso de la música flamenca desde los 16 años. ¿El Responsable? Un español que cuando Reynier contaba 16 abriles le regaló en el Restaurant El patio, de La Catedral, le obsequió un disco de Paco de Lucía.
Así vibré con los compases del laud asturiano, chasquée mis dedos como si portaran castañuelas, repiqueteé mis zapatos sobre el suelo, me levanté, aplaudí, escuché atentamente la interpretación de Joe Ott Pons, considerado por muchos, a pesar de su juventud, entre los mejores guitarristas clásicos de las últimas dos décadas.
Y pasaban los minutos, y el romance se hacía intenso, y no asomaban mis ganas de partir. Y llegó Sandra, una cubana que vive del baile del flamenco en Sevilla. ¡Literalmente bailar en casa del trompo! Y puede que no sea muy ducho ni conocedor, pero el baile lo llevo en la sangre, y créanme, Sandra me cautivó, en cada taconazo la vida, en cada contorsión el alma, en esa expresión su esencia. Filtreó con todos y cada uno, hasta incluso en el epílogo, desencadenó esa fiera de cubanía atada, la liberó, cabellos sueltos, pies descalzos, ritmo…
Pero no fue Sandra el único plato fuerte de la velada. Solos de cajón, flauta, Mariño con su arma de seis cuerdas, y esa ráfaga de notas arrancadas ferozmente por su guitarrista acompañante del laud asturiano redondearon el espectáculo, desafiaron a Cronos, quien sacó su bandera blanca luego, como si quisiese acompañar a las muchachas de Luna Nueva en su danzar hindú. Las muchachitas de alas Alas marcaron la pauta de un futuro pródigo, conjugando de forma precisa movimientos de manos, brazos y piernas, hurgando en los pasos hasta hallar la esencia misma de la música, hasta incorporarla a sus venas.
La clave está en hacerlo con amor, en nosotros los cubanos. Parafraseando a Reynier: “No hay un lugar en el mundo en el que no haya un cubano, Egipto, Uruguay, argentina, Túnez…
Su grupo en cambio, tiene una heterogeneidad insospechada, bolerista andaluza como vocalista, argentina sacando chispas del tablado en rol de bailarina, esposa uruguaya, amante fiel, actriz y declamadora… Y él, un cubano 100 %, embajador de nuestra arte, de nuestra identidad, si importar si cada una de sus interpretaciones lleva flamenco, notas clásicas o de jazz. Hoy me atrevo a decir que al igual que Cuba y Lorca circulan por las venas de Reynier Mariño, invadieron las mías. Una primera vez, tiempo de romance, dos horas apenas significan el comienzo…
(Con información de Harold Iglesias Manresa (CubaSí)
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