Aceite de maní ¡qué fuerte!
Escrito por Giusette León García
Cada vez más adolescentes y jóvenes cubanos violentan su propio cuerpo con inyecciones de aceite, de maní, de girasol, o de lo que aparezca, para exhibir músculos prominentes más rápido.
Con ritmo y banalidad lo escuché hace poco en una máquina de diez pesos, entre La Habana y el Vedado no soy capaz de recordar las veces que me golpeó el cerebro como una letanía: aceite de maní. Sin embargo, confieso que no le puse asunto a la letra de aquel reggaetón que me incluían en el precio del taxi, aún sin mi consentimiento.
Solo unas semanas después, durante un taller sobre la violencia en la música que impartió el profesor Julio César González, escuché con conciencia la letra burlona de aquel tema y me desayuné entonces con la triste realidad: cada vez más adolescentes y jóvenes violentan su propio cuerpo con inyecciones de aceite, de maní, de girasol, o de lo que aparezca, para exhibir músculos prominentes más rápido.
Efectivamente, acortar el tiempo necesario para verse fuerte, que no para serlo, es el móvil, me lo confirmó un muchacho que no quiso decir su nombre y no insistí porque no es importante, llamémosle Luis, Andrés, Yuniesky, cualquiera de los tantos que hoy mismo podrían estar autodestruyéndose y a los que este amigo quiere contar su historia.
“Yo me enteré a través de los mismos socios que hacíamos ejercicios juntos, uno llegó y dijo que si querían subir rápido se pusieran aceite, averiguamos un poco y nos dijeron que era peligroso, pero como vimos que subía rápido no nos importó. Nos inyectábamos un aceite que se llama Az de oro, porque decían que del “yuma” traían uno que era mejor y valía diez dólares, pero ese nunca apareció. Nos inyectábamos, por ejemplo, lunes, miércoles y viernes y te subía media pulgada por día. Éramos dos y nos inyectábamos entre nosotros mismos, hay quien se ponía diez cc y otros se ponían 20cc, así durante un mes”.
¿Usted vio la jeringuilla de 20 cc? Casi una onza, alcanza y sobra para freír un huevo. Pues una de esas enterita, llenita de aceite comestible, inyectado por cualquiera directamente en los bíceps y tríceps de un muchachito que no llega a los veinte. Fortachón se debe haber visto por unos días o quizás ¿unos meses?
“Como a los cinco meses de inyectarme me empecé a sentir decaído, tenía fiebre y no se me quitaba así que fui para el hospital, pero no dije nada del aceite, me trataron con antibióticos y a los tres días me mandaron para la casa. Pero como tres días después me empezó de nuevo la fiebre y el malestar ahí sí fui y le dije al médico que me había inyectado aceite, entonces me tocó los brazos y me dijo: hay que operar…”
El doctor Raúl Perera Ruiz es residente de ortopedia del Hospital Provincial de Matanzas y ha dicho esas palabras varias veces, así que entre cirugía y cirugía no dudo en dedicar unos minutos a conversar sobre este tema, siempre con la esperanza de que la información ayude a tener que repetirlas menos.
“El paciente llega con aumento de volumen en el músculo, con aumento de la temperatura local, con impotencia funcional, es decir no puede movilizar el músculo por el dolor, con fiebre por la propia celulitis química y el procedimiento no es otro que operar, incisión y drenaje. Cuando se hace la intervención no vas a extraer casi nunca pus, vas a extraer ese aceite que está acumulado en el músculo, entonces casi nunca basta con una primera intervención, hay que reintervenirlo varias veces. Y la segunda intervención ya no será igual que la primera, pues ahí tendrás que quitar parte del músculo necrosado que está muerto, se murió, no lo puedes dejar ahí”.
No sé si tendrá que ver con aquello de que agua y aceite no ligan y nuestro cuerpo está formado en gran parte por líquido, pero el doctor Perera asegura que no hay manera de el organismo absorba los malditos 20 mililitros de aceite de modo que se acumula en el músculo y “… eso produce una celulitis química, no es una celulitis infecciosa que los pacientes llegan con pus dentro del músculo, no, esto es una celulitis química que lo que provoca es la destrucción del músculo. Realmente esto es un proceso largo, hay pacientes que se inyectan el aceite y aproximadamente a los dos o tres meses comienzan con esta celulitis que les puede durar hasta años de evolución, porque como el aceite apenas se absorbe continúa haciendo daño en el músculo.”
“¿Consecuencias futuras? Ese músculo deteriorado por completo por el efecto de ese químico, el lugar donde se inyecten, que generalmente son los bíceps y los tríceps, ese músculo se va a debilitar completamente, va a perder un gran porciento de la fuerza muscular, estéticamente todas esas incisiones en la piel le van a producir deformidades en esa zona. Cuando mejor sales es solamente operarlos, incisión y drenaje, pero hay casos que han llegado hasta la amputación del miembro porque ya sí se pueden complicar con algunas infecciones o pueden hacer una osteomielitis, además llevan altas dosis de antibióticos, lo cual disminuye las defensas del organismo, te predispone a otras infecciones en otras partes del organismo y nosotros hemos tenido caso que han tenido que parar en terapia intensiva.”
Parece que, a pesar de sus dos intervenciones quirúrgicas y las muchas cicatrices que ahora disimula con llamativos tatuajes, nuestro amigo tuvo suerte, pues se escapó al dolor como síntoma, me cuenta que “el socio que cayó primero que yo fue por dolor, unos latigazos que no podía soportar, imagínate ese aceite ahí lo que hace podrirte” y escapó también a otro de los riesgos que nos comentó el especialista:
“Generalmente el aceite lo inyectan personas que no están preparadas para eso y se inyecta a ciegas, porque se hace bajo ultrasonido ni mucho menos, o sea que no puedes ver exactamente dónde estás inyectando el aceite, de modo que cualquiera introduce la aguja y lo inyecta lo mismo en la afasia, que en el tejido celular subcutáneo, que dentro del músculo o que puede incluso puncionar un vaso sanguíneo e inyectar aceite en un vaso sanguíneo y eso es fatal, por eso desde que se están inyectando ya las consecuencias pueden ser graves.”
Y ahora yo me pregunto ¿tanto peligro solo para lucir fuerte? Todo parece indicar que sí, que el efecto es únicamente “lucir”, “parecer”, pero para no dejar cabos sueltos, le pregunté a varios entrenadores, licenciados en cultura física, el primero de ellos trabaja en el gimnasio que radica en el Centro Hebreo, en el Vedado capitalino.
Su nombre es Jorge Fonseca y confirma: “nosotros no lo recomendamos, en este gimnasio todos los entrenadores estamos completamente en contra de eso, porque uno que ha estudiado y conoce un poquito la fisiología del organismo sabe que el cuerpo hace rechazo a esas sustancias, que no las asimila y además no le aporta nada al entrenamiento, la fuerza o la resistencia del músculo, es solo un aspecto visual que, en mi opinión, ni siquiera se ve tan bien, no sé por qué lo siguen usando”.
Su compañero, Octavio Hernández, también Licenciado en Cultura Física, agrega: “Este tipo de procedimientos es incorrecto, porque en primera estás atentando contra tu salud, que es lo que más perseguimos con el entrenamiento, por lo menos en este gimnasio siempre se promueve más la salud y que la gente pueda ir mejorando su autoestima a través de mejorar su físico, pero en función de la salud principalmente: el descenso del peso graso, el incremento de la capacidad física…
A nada de eso ayudan esas prácticas que están promovidas por lo que la gente ve en las revistas, el ideal que a veces los muchachos tienen, existe una rama del deporte, si es que se le puede llamar así, el culturismo o físico culturismo, que promueve el gigantismo en cuanto a la masa muscular y hay un campeonato que se denomina la elección del Míster Olympia, donde la gente compite por la amplitud de la masa muscular, la simetría y mientras más grandes más posibilidades tienen de ganar un torneo y estas son las personas que los muchachos quieren imitar, cada vez quieren tener los músculos más grandes a costa incluso de la salud.”
El matancero Gerardo Luis Montoya, ex deportista de alto rendimiento y titulado en Cultura Física, también es categórico: “Estos adolescentes que acuden a esta “musculación sintética”, como le digo yo, tengo entendido que se inyectan directamente al músculo, pero nada tiene que ver con un desarrollo favorable del músculo, lo que consiguen es una masa de grasa que toma la forma del músculo y logran lucir por un tiempito chiquito, hasta que el cuerpo comience a hacerle rechazo a esa sustancia que no puede absorber un poco más robustos, no fuertes, porque ser fuerte es otra cosa.
Y seguidamente pone el dedo en otra llaga: abogo porque en cada gimnasio haya un licenciado en cultura física apto para dar consejos a las personas que acuden a esas instalaciones, porque no hay nada más lindo que el día a día, incorporar el ejercicio para toda una vida y no simplemente porque viene el verano, o porque llega mi primo de afuera que está fuerte y yo quiero estar fuerte igual que él y a esa hora es que voy a un gimnasio. Una vez que logremos incorporar un entrenador o un preparador físico en cada gimnasio, ya la idiosincrasia o el criterio que tienen las personas sobre los ejercicios cambiaría, podríamos hacerle entender a esos muchachos que no se trata de tener los brazos gordos, sino de tener un cuerpo atlético...”
Esta historia comenzó precisamente en un gimnasio, donde “alguien” les recomendó a los muchachos inyectarse y ellos aceptaron pues, “para subir una pulgada, necesitas un año y con el aceite te ves fuerte enseguida” y, por cierto, fue en uno de los nuevos gimnasios particulares, pero esa, aunque no es harina de otro costal, merece ser materia de otro trabajo. Por lo pronto, les cuento que nuestro amigo no está orgulloso de lo que hizo, pero si aprendió la lección:
“A nadie le recomiendo eso, si voy a hacer un cuento es el de todo lo que me pasó, pero no hablo de cómo hacerlo, a los que han venido a verme les digo que no me pregunten nada porque eso no sirvió. Yo corrí mucho riesgo y no quisiera que nadie pasara por lo mismo que yo pasé, no me sirvió de nada, fue solo una mala experiencia que adquirí.”
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