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A mi Entender

Se vende, último estreno de la cinematografía cubana

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En el encomiable empeño de ser críticas con la realidad social, algunas películas cubanas no encuentran la mejor vía para resultar artísticamente convincentes, y ese es uno de los problemas de Se vende, la comedia de humor negro que dirigida por Jorge Perugorría se estrena en los cines.

La crítica social per se se ha convertido casi en un género cinematográfico en el país, y como todo género que reitera temas, y hasta fórmulas, debe enfrentarse a los retos de la creación para no quedarse en ese "más de lo mismo", acumulado a lo largo de los años y dañoso en cualquier asunción artística.

Visiones tales como los entornos lastimosos, las angustias existenciales motivadas por las separaciones interoceánicas, las atmósferas de asfixia ––que con acierto plasmara Orlando Rojas en Papeles secundarios––, y problemas económicos de toda índole han sido tratados (y seguirán siendo tratados) aun cuando el país supere deficiencias, porque ellos quedarán en la memoria histórica, donde figuran también importantes temas de nuestra realidad, desafortunadamente menos visibles para el cine (o quizá más retadores en el plano de la creación).

Pocas películas han sido tan duras para la sensibilidad del cubano como Suite Habana (Fernando Pérez) y sin embargo, los que en un principio se negaban a entenderla como una obra de rotunda poética social, al menos debieron hacer respetuoso silencio.

El quid radicaría entonces no en lo que se cuenta de algunas realidades sociales nuestras, sino en cómo se cuentan para no ser reiterativos y, a esta altura del ejercicio cinematográfico, abrumadores.

En Se vende, Jorge Perugorría optó por el género de la comedia negra, quizá buscando una vía menos contaminada para decir "lo suyo" con imaginación en un tono de parodia surrealista que le permite jugar con el siempre resbaladizo tema de los muertos.

Reverencia el director los caminos abiertos en el género por aquellos que llama sus maestros —Gutiérrez Alea y Tabío—, un generoso reconocimiento, pero al mismo tiempo un desafío por cuanto al hacer apropiaciones de películas como La muerte de un burócrata y Guantanamera, el pretendido homenaje se queda bastante por debajo con escenas que no superan aires de improvisación y una dramaturgia que, tras un prometedor comienzo, se dispersa y pierde a ratos el tono consustancial al género (el dichoso tono que tanto decide) para derivar, entre otros rumbos, hacia unos aires de pesimismo, quizá demasiado impuestos.

Ya se sabe que la parodia carga las tintas en las realidades con el ánimo de exagerarlas y hacerlas más visibles. Las disfrutamos como loca ficción y al mismo tiempo nos hace reflexionar en los aspectos más verosímiles del conflicto. De manera aislada, Se vende le saca algún provecho al recurso de la parodia, pero en sus intenciones de resultar cómica y al mismo tiempo dramática (con tonos de asfixia) pierde el hilo de la sustancia y se deja arrastrar por evidentes facilismos, incluso en algunas interpretaciones.

Cierto que hay risas inteligentes (que se agradecen) e igualmente hechuras más propias del sainete en esta historia de la muchacha (Dailenis Fuentes) que agobiada por problemas económicos decide vender la bóveda familiar y luego a los parientes que se encuentran adentro. Y también una apreciable (aunque no del todo original) imaginación en la subtrama del padre de ella (Mario Balmaseda), un dogmático en vida que al ser sacado momificado de su tumba pone de manifiesto una compostura física bastante parecida a la de Lenin.

Y nada de asombro por parte de algunos, que la parodia todo lo admite.

Pero no bastan dos o tres buenas ideas y unas cuantas risas para tener a mano una película.

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