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Miriam Ramos: medio siglo de entrega a la música

Miriam Ramos: medio siglo de entrega a la música


El primer recital de la muchacha con Frank Emilio en Bellas Artes sino a una segunda oportunidad que se ganó para convocarnos, en igualdad de condiciones, a un nuevo encuentro fechado, según una inscripción a lápiz que aparece al dorso, el 14 de junio de 1965.

Miriam Ramos con Frank Emilio en Bellas Artes en encuentro fechado, según una inscripción a lápiz que aparece al dorso, el 14 de junio de 1965. Foto: Archivo de Marta Valdés.

La imagen que recibimos en esta foto, invita a reflexionar, a fabular, a pensar fríamente y sacar las correspondientes deducciones. Cualquiera de esos caminos, nos llevará a la convicción de que estamos delante de una artista  empeñada en transmitir algo, impuesta de razones y sentimientos; deseosa de darse en una entrega que, por encima de los caprichos de la vida, por entre el marabuzal de obstáculos que se interpone, tantas veces, entre el que tiene algo que ofrecer y el que está deseoso de recibir.

Una amiga me donó esta foto de su archivo hace exactamente diez años, cuando daba yo los últimos toques a mi libro Donde vive la Música[i], una compilación de escritos sobre música popular que recoge 40 años de mi labor, que se abre a la lectura con la reseña[ii] del primer recital de Miriam Ramos, ofrecido en la Sala Teatro del Museo de Bellas Artes, el 11 de mayo de 1964 y es, precisamente a ese trabajo titulado Se llama Miriam y canta, al que se refiere el amigo Fuillerat en su comentario del domingo pasado a esta columna. Fue un asombroso momento que se hizo memorable para quienes presenciamos la hazaña de la jovencita a quien le pusieron delante la oportunidad de lanzarse hacia el futuro y, a la vez, la amenaza de quedar convertida en un simple punto en el espacio, listo para borrarse sin merecer comentarios entre los grupos de espectadores que, al final, salían a tomar el fresco caminando por el Prado o terminaban tomándose algo en alguna cafetería cercana. Cantar todo un programa con Frank Emilio al piano en uno de aquellos lunes de Bellas Artes donde sólo el rigor primaba en el diseño de la programación, hubiera sido un desafío para cualquiera menos para la muchacha delgadita del cerquillo negro que estaba dispuesta a durar cantando todo lo cantable, sometiéndolo a prueba siempre en el intercambio con la cadena de estelares instrumentistas a quienes continuó acercándose en busca de un soporte para el respaldo inteligente a sus incursiones en el repertorio de canciónes bellas aparecidas en cualquier tiempo y en cualquier punto del planeta.

La foto que tenemos delante, regalo de la amiga, no responde, exactamente, a aquel primer recital de la muchacha con Frank Emilio en Bellas Artes sino a una segunda oportunidad que se ganó para convocarnos, en igualdad de condiciones, a un nuevo encuentro  fechado, según una inscripción a lápiz que aparece al dorso, el 14 de junio de 1965. Nada había variado sino que, más empecinada aún y más contenta, juntaba las manos poniendo en acción cada músculo de su rostro ante la noble expresión del inolvidable Frank que, acaso, en ese mismo momento la estaba retando con una de sus acostumbradas secuencias armónicas a base de acordes cerrados, y se daba gusto viéndola con los ojos del buen músico, desde su corazón, cómo salía airosa y atrevida, pidiendo más para dar.

Medio siglo después, su entrega discográfica en una trilogía dedicada al devenir de la canción cubana cumple con creces, la promesa que parece estar haciendo, en el momento en que el fotógrafo tuvo a bien ejecutar el consabido clic, para quienes estuvimos y hemos continuado dondequiera que se ha hecho anunciar, en cualquiera de sus facetas, esta artista.

Miro la expresión de su rostro, las manos apretadas donde ya parecía estar amasándose el tesoro que no quería sólo para sí, y me vuelven a entrar deseos de poner sobreaviso al más pinto de la paloma: se llama Miriam, y canta.

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