Tiemblo al entregar un libro a la imprenta
Alfredo Zaldívar recibirá este domingo 24, a las 3:00 p.m., en la Sala Nicolás Guillén, el Premio Nacional de Edición 2012
MATANZAS.— De hablar rápido y reflexivo, de estatura pequeña y multifacético en su acción diaria, inquieto y agudo siempre, Alfredo Zaldívar Muñoz se nos presenta como un ser capaz de reír o sufrir por sus «partos» editoriales o por sus propias obras.
Su condición de director y editor de la Casa de las letras Digdora Alonso, sede de Ediciones Matanzas, no le permite asueto alguno, vive inmerso en el cautivador mundo de la literatura.
En esta XXII Feria Internacional del Libro Cuba 2013, que del 28 de febrero al 3 de marzo se trasladará desde Pinar del Río a Sancti Spíritus, incluyendo la Isla de la Juventud, se le ha publicado por Ediciones Vigía el libro Precipicios (prosas poéticas), con el cual suma a su vitrina el décimo título (nueve de poesías y uno de cuentos).
Zaldívar ha obtenido los premios nacionales José Jacinto Milanés (2001) y Adelaida del Mármol (2004), y es fundador de Ediciones Vigía, que desde 1985 prestigia la cultura cubana con la confección de valiosos libros de manera artesanal.
«Ningún niño cuando nace dice que quiere ser editor, quería ser periodista; mi papá era un guajiro con una necesidad de conocimiento apremiante. Vivíamos alrededor de un chucho de caña, en Sojo 3, en Cueto, Holguín; no tenía televisión ni otra opción, solo podía leer las revistas Bohemia o un Atlas de Geografía.
«En 1973 empecé a estudiar Topografía en la Escuela Álvaro Reynoso, de Matanzas. En poco tiempo publiqué mi primer texto, el cuento El hombre de confianza del señor García, ganador del Premio provincial de Talleres Literarios y de una mención nacional», cuenta el también narrador y poeta.
—¿La labor de editor es un poco ingrata?
—Los editores hacemos un trabajo anónimo, somos intermediarios entre alguien que escribió un texto y quiere hacerlo llegar a un lector, y uno es el facilitador para que llegue con la mayor calidad y limpieza posible a este. Es un trabajo poco reconocido, realmente el lector lo que ve en el libro es el texto, el resultado final, reconoce a ese autor y el trabajo del editor queda olvidado.
«El editor que no asuma que eso es así, tiene que buscarse otra profesión, por eso no me quejo y siempre se lo digo a quienes entran a trabajar en este oficio, que eso hay que tenerlo en cuenta».
—¿Qué significa este premio como intelectual?
—He trabajado durante casi 30 años como editor y este es el premio más importante en mi vida. Me siento halagado, pero sobre todo porque se le reconoce la labor a los editores, que no estamos sentados en una mesa de redacción, sino que somos también los que gestionamos libros, proyectos de libros y editoriales; que hemos luchado por el libro como un trabajador de la palabra, como literato, porque hemos trabajado la literatura, desde la crítica y para mejorar los textos literarios.
«Acepto el premio a nombre de todos los editores de Cuba que realizan su quehacer desde la austeridad. Tanto en Ediciones Vigía como en Ediciones Matanzas mi labor ha sido desde la austeridad, y así trabajan muchos editores en Cuba, porque es un trabajo de servicio y hay que tener vocación para ejercerlo.
«El premio me ha dado satisfacción, he recibido muchas congratulaciones en Cuba y desde otros países. Uno recibe un premio, pero es un reconocimiento a los que editan».
—¿Cómo se acercó a la edición?
—Por la poesía, incluso me di a conocer primero como narrador que como poeta. Veía a la poesía como algo mayor, finalmente renuncié a la narrativa y empecé a publicar poesía. Siempre tuve conciencia intuitivamente, porque no tengo una formación literaria ni académica, de que la literatura tenía que vivir del impreso y que era necesario editar los trabajos para que se conocieran, sin quitarle valor a la oralidad. Era la forma de darnos a conocer como escritores jóvenes en Vigía o en las revistas.
«El editor es un promotor literario, a un autor se le promueve mediante una publicación, y la vocación está en eso, en ver a un joven poeta y sentir deseos de que todos lo lean o que se le organice un recital. Siempre sentí como algo natural la vocación por la edición.
«En 1985 empecé en Ediciones Vigía y de atrevido en la primera plaquette, que publiqué puse como crédito “editor Alfredo Zaldívar”, sin saber qué era de verdad un editor y su enorme responsabilidad. A partir de ahí creció en mí esa profesión que estaba en ciernes. Le he dado el mismo valor a mi obra como editor que como escritor. Aunque quizá mi labor promocional supera el trabajo como escritor, porque le he dedicado mucho más tiempo a la edición, que es absorbente. Y es que el quehacer como gestor y promotor abarca desde recoger el manuscrito hasta vender el libro, porque quién mejor que un editor para explicarle al lector sobre ese texto».
—¿Tropiezos y riesgos de esta profesión?
—Tiemblo cada vez que entrego un libro a la imprenta. Empiezo a aterrorizarme porque pienso que puede salir alguna errata, porque por mucho que te esmeres a veces sale alguna, o lo peor es que aparezca algún error, por lo que considero que es difícil terminar un libro; uno quiere volver a mirarlo una vez más.
«En algunos casos puede pasar que no llegues a un buen concilio ni a armonizar con un autor determinado, que este no vea que tu intención es mejorarle el libro, y eso pasa mucho con autores que creen que tú le estás desvalorizando el texto.
«Trato de no meterme tanto en la reescritura del libro, sino que el autor lo haga, solo le señalo lo que pienso. A veces corres el riesgo de que un autor se sienta ofendido, por algún libro suyo que la editorial no acepta».
—En ese sentido ¿consideras que se siente la ausencia de la crítica?
—La crítica se ha perdido tanto que la gente la ve en el mundo literario y artístico como una alusión personal; eso es lamentable, porque los espacios para la crítica son pocos; cuando tienes la posibilidad de encontrar un lunar en un trabajo y se lo señalas, como hay tanta falta de hábito, la crítica se convierte en un problema; antes eso era normal como las grandes polémicas entre Jorge Mañach y José Lezama, y al otro día se daban un abrazo. Aquí no hay crítica y el día que sale, la gente te pide la cabeza.
—¿Qué autor o texto ha sido el más difícil?
—Me he encontrado muchas veces con textos y autores difíciles, sin embargo, el que trabajé con mucha pasión y rigor, con el temor de no estar a su altura, fue un texto de Antón Arrufat sobre la Avellaneda, un libro publicado por Ediciones Matanzas en el 2008 y que queremos reeditar en el 2014 por el bicentenario del natalicio de esta inmensa mujer. Se trata de Las máscaras de Talía, ensayo que aborda todas las facetas literarias de la Avellaneda, con un montaje literario complejo, con una erudición enorme, sin citas al pie, todo en el contexto. Trabajamos mucho en el libro y es uno de los que me ha hecho sentir más presionado.
—¿Si no llegas a ser editor, tu obra habría sido más amplia?
—Muchos piensan que son trabajos muy afines. Existe esa afinidad, pero el hecho de ser editor y pasarme la vida revisándole textos a otros me ha hecho ser más riguroso y que tenga más conciencia del trabajo que implica asumirse como escritor y el tiempo que hay que dedicarle.
«Me realizo mucho haciendo libros de otros, me he entregado mucho a esa labor y es cierto que eso ha mermado mi producción, aunque no soy prolífero. Ahora estoy metido en la narrativa con mucha intensidad y conciencia, pues escribo una novela muy matancera y cubana que trata sobre un poeta de finales del siglo XIX y principios del XX. Le dedico todo el poco tiempo libre que tengo. La poesía sigue aflorando, no tiene un tiempo, viene en un momento determinado, escribes los versos y luego es intuición, una circunstancia, un estado de ánimo. En la ensayística hay muchos temas que quisiera tratar, no he podido porque lleva mucha dedicación. No solo soy editor, sino que estoy al frente de la editora».
—¿Quién edita las obras de Zaldívar?
—Laura Ruiz. Para todos los proyectos editoriales pienso en ella; es una excelente escritora, poeta y ensayista, muy aguda, sincera, dura, no tiene cortapisas ningunas, quisiera ser como ella en ese sentido, no se corta, te dice lo que tenga que decirte de un libro. También les entrego a otros amigos mis originales.
—¿Qué prefieres editar?
—He editado mucha poesía, pero lo que más me gusta editar son los ensayos, porque tengo esa frustración del poco tiempo para escribirlos, entonces disfruto mucho cuando edito ensayos de otros. La poesía igual la disfruto. Lo que menos he trabajado son los libros de investigación histórica.
—¿Qué libro reeditaría?
—Ninguno, solo pienso en el original que está por editar.
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