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A mi Entender

Cuba volvió a ser mejor que Puerto Rico

Con su segundo equipo en el terreno, Cuba volvió a ser mejor que Puerto Rico en la serie que ambas escuadras sostienen en el estadio Latinoamericano, aunque otra vez el marcador resultó lo suficientemente estrecho como para que no hubiera nada decidido hasta los últimos compases del encuentro.

Esta vez el manager Urquiola dejó en el dugout a los titulares del día inaugural, pero de todos modos consiguió salir airoso gracias a la eficacia de su staff monticular. Miguel Alfredo trabajó cuatro entradas en plan de abridor, Jonder lo relevó por espacio de tres episodios, y pese a que el zurdo Siverio se complicó la vida en funciones de preparador, Alberto Soto supo resolver a golpes de velocidad durante un capítulo y un tercio.

Nuevamente quedó claro que los borinqueños batean poco, pero también corroboramos que el team Cuba se caracteriza por más de lo mismo: esto es, que sus pitchers consiguen resanar las paredes que la ofensiva deja llena de “huequitos”.

Era un line up extraño, mas fue lo bastante acertado para mayorear en el choque. Me refiero, simple y llanamente, a que Aledmis no me da segundo bate, ni Michel Enríquez tiene pinta de tercero, y mucho menos el octavo debe ser el designado (en este caso, ese puesto lo ocupó el espigado Rudy Reyes).

Sin embargo, esta novena de Puerto Rico nos permite esas licencias. Son hombres, repito, que poseen oficio, pero carecen de las dosis de talento necesarias para emular con peloteros hechos y derechos como los que pueblan la vigente preselección doméstica.

Ahora bien, no puedo pasar por alto un señalamiento preocupante: por segundo día consecutivo, un mal corring costó anotaciones en el pizarrón. Anoche, Cepeda siguió rumbo a la intermedia creyéndose -no sé por qué- Usain Bolt; hoy, Alarcón quiso imponer un record entre las almohadillas y, también, lo declararon out.

¿De quién es la culpa? ¿De ellos, o del coach de la antesala? Es éste el momento de aclarar la disyuntiva, porque una vez que estemos en la Copa -y más tarde, en los Panamericanos- esos deslices pueden costarnos un partido. O acaso una medalla. Quién sabe, incluso, si la de oro.

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