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A mi Entender

María de los Ángeles Santana, siempre

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Por Ricardo R. González

Sin aviso, como casi siempre ocurre, María de los Ángeles Santana se nos fue en la noche de este lunes para dejar un vacío dentro de ese sagrado rincón de los seres queridos.

Apenas el domingo, la TV había proyectado un excelente documental sobre su vida, y quise apartar cualquier tipo de presagio. Entonces, la mente revolotea, y perfilamos su imagen de aquella emblemática Remigia, la alcaldesa de San Nicolás del Peladero, que por casi 30 años penetró en nuestros hogares, a través de la tele, para dejarnos una sátira irrepetible acompañada de los grandes del humor cubano.

Actríz dramática, comediante, bailarina, cantante, fue el primer rostro aparecido en la TV Cubana cuando junto a su esposo, el ya desaparecido Julio Vega, hizo lo posible y hasta lo imposible por traer aquel descubrimiento a su perla antillana.

También el cine tuvo el privilegio de apreciar su arte, y en 1938 intervino en el filme «El romance del palmar», bajo la guía de Ramón Peón García, y al año siguiente compartió el reparto en «Mi tía de América», «Estampas habaneras» y »Cancionero cubano», dirigido por Jaime Salvador.

Nutrió, además, el teatro, la radio y el cabaret para convertirla en una vedette internacional consagrada en España y México.

Zarzuelas como «María la O», el musical Tía Meim, o la comedia «Una casa colonial», esta última conducida por el experimentado Nelson Dorr marcaron, entre tantas, esa estela de la Santana que la coronó con el Premio Nacional de Teatro 2001, y el de Televisión en 2003, al tiempo que hizo única su interpretación de «Mariposa», una de las tantas joyas del maestro Ernesto Lecuona.

Sin dejar de ser una especie de ángel también desafió los cánones de su época al ser la primera mujer que condujo una moto por los principales parajes habaneros, sin importarle lo que la sociedad de aquel tiempo pudiera adjudicarle.

Pero a los 96 años, su corazón quiso detenerse y llevarla al Olimpo de los grandes. Mas, la oiremos siempre en el clásico llamado a Agamenón, apropiada de ese carisma auténtico e irrepetible, y con la dicha eterna de haber conquistado a su público que la hará suya por siempre.

Ese es su mejor tesoro María, y donde quiera que esté sentirá el aplauso prolongado de quienes le decimos: ¡GRACIAS ETERNAMENTE!

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