El Marino de Marina
 
								
				
				Fuente :Ricardo González
Como hombre de mar Marino Rodríguez González (a la izquierda) abandona de vez en 
cuando su hogar en la calle Marina para emprender una travesía. Aquí, junto a 
sus compañeros José Idaberto Rico Artiles (en el centro) y Juan Carlos González 
Pérez.
El primer buque de vapor construido en Cuba ya no surca los mares. Figura entre 
las reliquias de Isabela de Sagua, y forma parte de la vida de un hombre en un 
pueblo.
Por Ricardo R. González
Foto: Carlos Rodríguez Torres
Tiene 81 años permeados de una mente prodigiosa que le permite andar y desandar 
en el tiempo. Se llama Marino Rodríguez González y conoce al dedillo los 
rincones de Isabela de Sagua. 
 
Sabe de mares y lunas, de estrellas y nubarrones, de calma y remolinos en una 
vida salpicada con las aristas de pescador, carbonero, cortador de leña, 
trabajador portuario hasta que un día abrazó la jubilación luego de sumar cinco 
décadas como práctico del puerto.
 
Gran parte de su existencia lo une al primer buque de vapor construido en Cuba. 
Por eso cuando le comunicaron que la embarcación cesaría recibió uno de los 
impactos que le ha calado profundo. 
 
«Firmé hasta el acta final… me arrancaban a un hijo querido. Con el navegué 
cientos de millas por mar y corrí otro tanto de kilómetros por carretera cuando 
estaba de reparaciones», declara este hombre que valora el barco entre las 
reliquias de Isabela, de Sagua la Grande, y de Cuba. 
 
EN EL RELOJ DELTIEMPO
 
La mirada del octogenario busca el infinito. Parece cargarse de energías con 
solo respirar el salitre y echar a volar sus vivencias. Recuerda que el buque 
comenzó a navegar en 1849 entre Sagua y el poblado de Isabela. Seis años antes 
habían inaugurado ese puerto.
 
«Una de las primeras travesías incluyó el cayo Bahía de Cádiz. Allí fue testigo 
del apareamiento de dos barcazas dedicadas a la trata de esclavos: El Palmira y 
El Emperatríz de Brasilia.»
 
Marino conoce que el buque asumió, de manera inicial, la transportación de 
pasajeros y el suministro de insumos a los isabelinos. Atracaba en el puerto El 
Vapor, y hasta cumplió deberes funerales pues en 1918 todavía el sitio no 
contaba con cementerio.
 
«Trasladaban los cadáveres a Sagua por tren. La tarifa aumentaba cada vez más. 
Llegaron a cobrar hasta 100.00 pesos por ataúd en un pueblo humilde. La gente se 
insubordinó y tomaron represalias contra el ferrocarril.»
 
Poco a poco los habitantes recaudaron el importe necesario y construyeron el 
campo santo. Así, el barco llevaba los féretros hasta el propio cementerio 
situado a la orilla del río hasta que construyeron la carretera.
 
Según corrió el tiempo tuvo varios propietarios, pero sus fabricantes se 
remontan a la empresa Veronta, dueños del ingenio de idéntico nombre denominado, 
por último, Antonio Finalet.
 
RECUERDOS Y SOFOCONES
 
De la sabiduría de Marino Rodríguez afloran manantiales de conocimientos. Indica 
que todo barco identificado con una P pertenece al práctico del puerto y no 
deben llevar nombres.
 
«Sin embargo, este en un principio lo llamaron Cajiga. Luego Corporación I. A 
partir de 1934 sufrió modificaciones, y también lo denominaron Sagua la Grande 
(el más conocido), hasta que yo decidí nombrarlo Valle Grande, a raíz de la 
caída del Che en tierras bolivianas.»
 
La embarcación conoció los mares encrespados, y no escapó de aquel huracán que 
desgarró a Isabela en septiembre de 1933.
 
«Quien permanece tanto tiempo sobre una embarcación conoce el efecto de frentes 
fríos y nortes cuando se anda mar afuera. Yo los viví. Demanda oficio y 
sagacidad. El buque bien lo supo, y en determinados momentos resultó testigo de 
mis confesiones.
 
«Invertí bastante dinero a fin de repararlo, y permaneció —allá por 1970— un mes 
en Nuevitas para acometer uno de estos períodos. Por supuesto, yo con el. Así… 
durante 50 años.
 
— ¿Y aquel día final?
 
— Me acompañó hasta el 2001en que solicitaron su baja definitiva aprobada en 
abril de 2002. Quedó abandonado en el varadero de Terminales Mambisas. Se llenó 
de agua y hasta perdió su mástil. Logré que no se destruyera de manera total, 
pero el deterioro es evidente, e incluso ya en tierra le han sustraído algunos 
dispositivos. 
 
—¿Un tesoro perdido?
 
— Existe gracias al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. 
Representantes del organismo pidieron que lo entregaran por tanta historia que 
encierra. Lo trasladaron, hace algunos años, para un local perteneciente al 
CITMA donde hoy funge el restaurante El Tiburón. Allí está desde noviembre de 
2003 como símbolo de Isabela.
 
Su última travesía la hizo entre el 13 y el 15 de diciembre de 2001 dirigida al 
rescate del velero Sirene, encallado en los arrecifes de Cayo Verde.
 
Marino Rodríguez aprecia a diario aquella embarcación. Le queda por el paso que 
transita a diario. Quien sabe si entable algún diálogo silente en el que solo 
ellos se entienden. Así ocurrirá siempre que el octogenario venza ese camino, 
salpicado de salitre, hasta llegar a su hogar ubicado en la calle Marina, de 
Isabela de Sagua.
 
Entonces, otros aires y motivaciones corren entre sus hijos y nietos para 
decirle: viejo, aun estás vivo.
 
 
ALGO MÁS SOBRE LA HISTORICA EMBARCACION
 
— La embarcación de 12,84 m de eslora, 3,51m de manga (ancho) y 13 t de tonelaje 
bruto sirvió para perseguir a los esclavistas, y trasladó a importantes figuras 
en distintas épocas. Entre ellas a Joaquín Fernández Casariego, teniente 
gobernador de Sagua a principios del siglo xix, así como a historiadores y otras 
personalidades.
 
— Durante la Crisis de Octubre desempeñó importante labor con buques que tenían 
misiones específicas.
 
— En la reconstrucción realizada durante1934 los vecinos acudían al varadero, y 
cada quien emitía su criterio en torno a las modificaciones. Ante tanta 
diversidad un práctico, llamado Marcelino Santos, situó un cartel que decía: 
«Mira y calla». Lo suficiente como para que desde entonces identificaran al 
barco de esta manera.
 
 
       
		
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