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A mi Entender

Mi comentario (Decir amigo)

Mi comentario (Decir amigo)

 

 Danilo junto a su esposa Maricela Puerto, otra buena amiga.

 Por Ricardo R. González

 Mi amigo Danilo Minozzi es italiano, y prefiere venir a Cuba en cada diciembre a compartir parte de su vida en el archipiélago. No me trae euros ni carta de invitación. Tampoco nada material, pero sí el regalo más grande que —a mi entender— pudiera recibir un ser humano: la sagrada amistad. Cuando está, me lo encuentro desde temprano haciendo la cola de la prensa en el Boulevard santaclareño. Después, acostumbra a sentarse en nuestro Parque Vidal a tomar el sol, y luego emprende su plática sobre la realidad de una Europa convulsa o de cualquier tema sin adulterarlos ni un ápice. Admirador de las causas nobles y justas. Lo incluyo entre los amigos porque su concepto de dignidad y honestidad lo hacen situarse en ese peldaño. Lo sumo porque mira siempre de frente y no esquiva ni baja la vista como hacen otros marcados por la falsedad, alguien que declina la banal ostentación, y escucha puntos de vista aunque, a lo mejor, no coincida en determinados aspectos. Por eso es que en cualquier época del año bien vale una mirada a la amistad. Pensemos en esos que contra vientos y mareas acompañan en los momentos difíciles, en los que tienden las manos para decirnos estamos aquí, sin importarles precios ni sacrificios. Son ellas y ellos, amigas y amigos, quienes te valoran sin minimizarte ni con sobredimensiones. Los jueces certeros que nos examinan o recorren a manera de sofisticadas radiografías. Los que no necesitan llaves ni contraseñas para penetrarnos y decirnos: vas por bien o mal camino. Los que portan una brújula que siempre indicará las sendas a fin de evitar la pérdida. Son los que, por muy complicados que estén, jamás escatiman en marcar el teléfono para oírles al menos un ¿cómo estás? Los que un triunfo personal lo multiplican y consideran como suyo... Los incondicionales, los detallistas de fechas y momentos, los que estimulan y alientan cuando quienes deben ejecutarlo jamás se dignan en hacerlo. Pero apartemos la mirada de una canasta unilateral. Para recibir hay que dar ¿Somos consecuentes con esos amigos? ¿Aplicamos la reciprocidad espiritual a fin de abonar la amistad? ¿Respondemos a la altura de los que cumplen esa adorable virtud? Un buen amigo o amiga no se fabrica como piezas en serie. Nace por sentimientos, convicciones, por el derroche de todo lo humano que podamos encontrar en ese individuo, por su sentido de sinceridad, de armonía, sin que resulte un ser infalible. No creo que sea con quien se comparten penas y tragos por unas simples horas ni que exista el millón de amigos pregonado por Roberto Carlos. Ojalá pudiéramos, mas sería inaudito incluirlos como planes de sobrecumplimiento. Tampoco pensar que todo el mundo lo es. Decirlo es sencillo, basta pronunciar cuatro o cinco sílabas, lograrlo le corresponde al tiempo y a la forma de actuar. Soy de quienes piensan que prevalecen los conocidos, los compañeros de trabajo y aquellos con los que coincidimos entre el ir y venir en la agitada vida de cualquier pueblo o ciudad. A veces escucho hablar de decepciones o de «que falso resultó fulano o mengana»…

Y sí, puede darse el caso de que ocurra en algún instante, pero estoy convencido de que no era un verdadero amigo o, tal vez, nos falló el sentido de elección. Para ello no valen recetas. En nuestra especie habrá que saber respetar, entablar un diálogo sin imperativos, exponer criterios —convergentes o divergentes— apoyados en el arte de defender la identidad sin dejar de ser cada uno de nosotros. Por suerte, los amigos no tienen edades ni distancias.

 Es cierto que se extrañan; sin embargo, ni aun con la partida final se ausentan porque el árbol permanece en el justo sitio sembrado por cada uno. Bien lo dijo Cortéz, queda ese espacio vacío «que no lo puede llenar la llegada de otro amigo». De los buenos también aprendemos. Educadores empíricos aunque a lo mejor nunca tomaron una tiza en sus manos, pero nos enseñaron algo en la inagotable cabalgata de la gran maestra vida.

En lo personal tengo pocos, pero en verdad grito a los cuatro vientos que son excelentes amigos y amigas. No tengo que decir sus nombres porque cada uno bien lo sabe. A ellas y ellos les agradezco su correspondencia, y les pediría disculpas por algunos de mis hirientes impulsos. A cada uno les regalo algo tan hermoso escrito por la pluma martiana: «La amistad es la ternura del amor sin la volubilidad de la mujer».

 Diciembre casi está sobre nosotros, y aguardo la llegada de Danilo. Vale el momento para que revisemos ese distingo denominado amistad que no porta estatutos ni reglamentos, solo aquellas pautas alejadas del mal. Y si acaso no le entregamos lo que debimos se abren oportunidades, desde ahora mismo, a fin de emprender nuevos retos. Decir amigo, al estilo de Serrat, equivale a: «decir juegos, escuela, calle y niñez». También mucho más…«Ayer y siempre, lo tuyo nuestro, y lo mío de los dos».

 Yo pienso que es vida, regocijos, trances y lealtad. Por eso, Danilo Minozzi no tiene que traerme euros ni carta de invitación ni nada material, porque, por encima de todo, entrega la transparencia de un alma sin maldad.

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