Cuando el corazón late en las manos
Al pensar en los inicios de un artista, generalmente imaginamos un debut sobre los escenarios, frente a un público que observa expectante. Para el titiriter
o Carlos González Sardiñas, director de la compañía de marionetas Hilos Mágicos, no fue exactamente así.
Cuenta el teatrista que su maestra, María Antonia Fariñas —una mujer que, junto a su esposo Eurípides Lamata, dedicó su vida al arte de las marionetas para niños y quien fue de las iniciadoras de ese quehacer en el país—, le dijo un día en su casa: ¡Vamos! ¡Coge el muñeco y vamos!»
«En medio de la sorpresa la seguí y cuando fui a guardar la marioneta, me pidió que no lo hiciera», rememora en su conversación con JR González Sardiñas.
«Salimos caminando por la avenida y ella decía a todos: “¡Miren, ahí va el titiritero”! Yo iba con tremenda pena manipulando el muñeco porque la gente me miraba como si fuese una cosa rara. Así llegamos hasta una concurrida parada de guaguas y me dijo: “Ya eres marionetista. Adelante, Carlos”. Y se fue. Me quedé asimilando la emoción. Luego, las mismas personas se acercaban curiosas a mirar, preguntando acerca de la marioneta y ahí empezó la historia».
Carlos González atesora una trayectoria de 47 años de trabajo sobre los escenarios. Comenzó en el conjunto El Galpón el 3 de noviembre de 1969 y estuvo ahí durante 20 años. Ese colectivo se desintegró en 1989, justo en el momento en el que en las artes escénicas se iniciaba la etapa conocida como «de los proyectos». Posteriormente formó parte del grupo Integración, hasta que decidió presentar al Consejo de las Artes Escénicas, que en aquel entonces dirigía Raquel Revuelta, su propuesta de grupo con una obra titulada Aquí está el circo.
«Los especialistas de la rama de teatro para niños, con figuras como Armando Morales y Xiomara Palacios, aprobaron mi proyecto, que fue asimilado en Juglaresca Habana, como una iniciativa de marionetas».
Así, el 25 de enero de 1990, acompañado por actores de Integración, presentó un espectáculo de títeres de guantes y marionetas, que marcó el nacimiento de Hilos Mágicos, una agrupación única de su tipo en el país. «El período especial nos limitó mucho, como a todos. Solo hacíamos una función a la semana y no podíamos ensayar dentro del teatro. Pero eso no nos detuvo», afirma.
Por ese camino y con el mismo empuje de los inicios, Carlos González ha dedicado sus esfuerzos a mantener viva la tradición de las marionetas de hilos en el país.
Herencia que agoniza
«En Cuba existen muchos grupos de teatro para niños, que cultivan el arte del títere, pero Hilos Mágicos destaca por el manejo de las marionetas de hilo. Ese legado está en riesgo de perderse, no hay tradición. En los talleres que he impartido he constatado que esa labor provoca mucho respeto porque demanda todo del artista; quien debe dedicarse al muñeco. No demerito otras técnicas, pero a la de hilo, si no te entregas de lleno, te traiciona. Creo que por eso es que los titiriteros se inclinan hacia otras modalidades», enfatiza González Sardiñas.
«El títere de hilo agoniza y no porque el público haya perdido el interés, pues gusta muchísimo. Los niños en especial se sienten muy atraídos, le dan besos a los muñecos y les hablan. Los ven como objetos vivos».
Otro factor que afecta la continuidad de ese legado, según comentan algunos miembros de la compañía, es que las posibilidades de aprender a hacer las figuras son casi nulas. Iván González, quien se desempeña como constructor de marionetas, afirma que todo lo que sabe lo aprendió de manera empírica.
Por su parte, las actrices Milene Carmona y Selma Corella, ambas instructoras de arte, coinciden en que el manejo de las marionetas no es para nada una tarea sencilla. «Se trata de una figura que es la que más se asemeja al ser humano, por tanto, el comportamiento de ese muñeco debe responder a esa semejanza. Y es complicado, porque a veces estás en plena función y se enredan los hilos. A esa hora debes tratar de salir airosa de la situación para que el espectador no se percate de que estás tragando en seco», confiesa Milene.
«Lo más difícil es que a ese objeto inanimado debes transmitirle, mediante los hilos, todo tipo de sentimientos y sensaciones: tristeza, amor, alegría, pasión, odio, rabia… Toda la energía debe ir de tus manos, por esa fibra, hasta el muñeco», agrega Selma.
Han sido muchas las complejidades a lo largo de estos años, apunta Carlos González. «Lo más duro es enfrentar la incomprensión, pues mucha gente no entiende el valor histórico que tiene todo esto y la importancia de dar continuidad a una labor difícil, pero hermosa. Lo que hemos logrado ha costado mucho esfuerzo y todavía necesitamos más apoyo para tratar de conservar una parte valiosa de nuestro patrimonio escénico y cultural».
Para el apasionado director de Hilos Mágicos, el arte de la marioneta está subvalorado. «La gente me dice que la he cogido con esto y no es así. Es mi trabajo, mi compromiso, algo que amaré hasta el final».
Será por eso que Carlos González siente que ese refrán que reza que nadie es profeta en su tierra, le viene como anillo al dedo. «Acabo de regresar de un festival de marionetas para adultos en Perú, donde representé a Cuba. Por solo tres votos no alcanzamos el premio de la popularidad, los espectadores nos aclamaban. Esa experiencia me ha pasado en otros lugares.
«Satisfactoriamente, en nuestra sede nunca ha faltado el público. Tiene que pasar algo terrible para que suspendamos un espectáculo». Hilos Mágicos tiene por tradición realizar la fiesta de despedida de año, una gran celebración de disfraces, donde participa toda la comunidad. Asimismo, conciben espectáculos para los niños que asisten a las escuelas cercanas a la sede de la compañía, el teatro La Edad de Oro, en Santa Catalina y Juan Delgado, en La Habana.
Repite una y otra vez este maestro titiritero que lo único que no le puede faltar a quien escoja este camino del teatro es el amor a los muñecos y a los niños. «Al menos yo, que llevo 47 años en el escenario, me siento feliz cuando en algún momento puedo apartar la vista del muñeco y veo la cara de los niños con esa expresión de felicidad y alegría, porque ellos creen en los muñecos. Esa es la mejor recompensa, pero para eso hay que entregar vida, corazón y alma.
«Aspiro a que los jóvenes se motiven por este quehacer. También fui joven y a mí me gustó, por eso seguí con la herencia. Hay una fuerza enorme del movimiento titiritero en el país, pero no de marionetistas. No puedo ser un caso excepcional, aislado», dice este incansable amante del teatro para niños, quien incluso desde su casa continúa trabajando con los muñecos.
«Hay que enseñar a las nuevas generaciones. No son pocos los que toman esto como una forma de ganarse la vida, para hacer cumpleaños, pero no porque sientan verdadero amor por el arte que la acompaña. Sé que hay que vivir y algunos me dicen que si me dedicara a actuar en fiestas no tendría problemas. Pero a mí lo que me mueve es el amor, esta dedicación de la cual no puedo desprenderme».
Rubén Darío Salazar, director de la destacada agrupación matancera Teatro Las Estaciones, ha dicho que no se puede matar la vida que nace en un títere por obra y gracia del propio hombre. Para Carlos, esas son sabias palabras, sagradas. «El títere no puede morir. Las marionetas no pueden morir. El hombre no es eterno, todos tenemos un camino para recorrer y para terminar, pero el títere perdura. Mientras tenga fuerzas y mis manos estén disponibles, moveré y daré vida al títere que sea».
Otro acto de amor
Justo, para evitar que ese arte muera, además de su labor sobre los escenarios, Carlos creó la Sala-Museo María Antonia Fariñas, también única de su tipo, donde se muestra gran parte de la historia de las marionetas, en su sede permanente del teatro La Edad de Oro. Allí se exhiben muñecos —incluido el títere de hilo más antiguo, que al decir del director tiene unos 60 años—, piezas originales pertenecientes a María Antonia y Eurípides Lamata; cartas, reconocimientos, trofeos, discos y periódicos de época, así como muñecos provenientes de distintos países.
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