Muchos Rayos pero de esperanzas
Imagino que no exista un solo medio de comunicación en el planeta que no haya hecho, por mínimo que sea, un espacio para hablar del partido de béisbol que este martes sostuvieron los Tampa Bay Rays, de las Grandes Ligas estadounidenses (MLB, por sus siglas en inglés), y una selección cubana, en el estadio Latinoamericano.
Claro, entre sus miles de espectadores estaban Raúl Castro y Barack Obama, presidentes de Cuba y Estados Unidos, respectivamente, más un grupo nada despreciable de personalidades de ambas naciones. También se trataba de la última actividad en el programa de la visita del mandatario norteño en la Isla, y que ha tenido a medio mundo pendiente.
Por eso, fue muy poca la prensa que se centró en el análisis del juego, en las valoraciones estratégicas, en los desempeños sobre el diamante que, por cierto, lucía como nunca antes lo había visto.
No quiere esto decir que minimice lo hecho por la novena visitante que se impuso por 4-1. La pizarra fue justa y, como tal, fiel reflejo de la calidad individual y colectiva de ambos contendientes, para nada abismal, como alguien pudo pensar a partir de la bien ganada fama de la MLB y el estado actual del béisbol en nuestro Archipiélago.
Tampoco pretendo pasar por alto la excelente faena monticular del zurdo Matt Moore, después de seis entradas completas espaciando igual cantidad de imparables porque, si algo no se puede decir, es que nuestros bateadores fueron «oprimidos» desde el montículo. Otra cosa es la oportunidad de las conexiones, la concetración y los pequeños detalles que, por motivos diversos, nos siguen faltando.
«Tenemos la calidad, el béisbol cubano es bueno, pero tenemos que mejorar los detalles, tanto los lanzadores como los jugadores de posición», comentaba el diestro vueltabajero Yosvani Torres, quien cargó con el revés, pero nada le impedirá disfrutar el ponche que le dio al estelar Evan Longoria: «Es el mejor recuerdo que me llevo de esta tarde maravillosa».
Por eso, prefiero centrarme en el intento de describir la impresionante atmósfera que envolvía al Coloso del Cerro, su «lleno hasta la bandera» que tanto extrañamos en nuestros clásicos domésticos. Pienso que sería mejor utilizar este espacio para pretender reflejar el grado de expectativa generado ante la entrada de Raúl y Obama, el disfrute de Michelle y sus hijas al sumarse a las idas y venidas de las olas humanas que recorrieron los graderíos, la belleza lírica del Coro Nacional cuando interpretó los respectivos himnos nacionales.
Me reconforta recordar ese memorable minuto de silencio que todos hicimos en honor a las víctimas de los ataques terroristas que en nuestro amanecer sacudieron a la capital de Bélgica. También, hacer un «huequito» en estas líneas para reconocer el bien que nos hizo la ovación regalada a dos figuras del calibre de Luis Tiant y Pedro Luis Lazo, cuyas gloriosas trayectorias deportivas trascienden, por mucho, lo anecdótico de haber lanzado la primera bola en este histórico juego.
En medio de todo, y créanme que no es chovinismo, no puedo dejar de remarcar que todavía nos queda orgullo beisbolero y algo de aquella estirpe que muchas veces nos salvó cuando el agua llegaba a las narices. ¿O cómo pudiera considerarse entonces esa violenta línea de Rudy Reyes en el capítulo del adiós cuando nos rescató de una blanqueada que parecía inminente?
Puedo asegurar que todo eso conformará la historia, como también que los Rays fueron los inobjetables ganadores de este esperado pulso, seguido por millones alrededor del mundo. Pero esa misma historia, que tendrá siempre mucha más vida que usted o yo, tarde o temprano demostrará que lo verdaderamente trascendental de la tarde fue el puente que pudo tender un simple juego de béisbol.
Estoy convencido de que algunos hubieran preferido una disección de cada jugada, una valoración de cada decisión, un resumen de cuanto sucedió sobre el terreno. Incluso, aparecerán quienes consideren que puede tratarse de un intento de minimizar la derrota frente a quienes, por muchos años, jugamos como si en el resultado nos fuera la vida.
Un deporte como este, que es pasión o religión a ambos lados del estrecho de la Florida, solo puede servir para arroparnos en la esperanza y el respeto que tanto necesitamos en las dos orillas; para construir las bases de un acuerdo que, entre sus objetivos fundamentales, esté evitar que nuestros peloteros arriesguen sus vidas para cumplir un sueño. A fin de cuentas, es de eso de lo que más se ha hablado en todos estos días…
0 comentarios