Hace unos pocos años nos visitó el cantante y compositor francés Charles Aznavour. Vino a Cuba a grabar un disco con el Maestro Chucho Valdés, lamentablemente no a ofrecer conciertos.
Un día antes de su partida fuimos invitados a cenar con él Silvio Rodríguez y su esposa, la imponente flautista Niurka González, José María Vitier y su señora, la escritora y pintora Silvia Rodríguez Rivero, mi esposa Petí, y yo, y para completar el cuadro, la extraordinaria y talentosa artista plástica ZDR.
Participamos de una breve conversación con la distinguida figura a la que todos admiramos, traductora de por medio, pues Aznavour no habla prácticamente el castellano ni nosotros francés y eso dificultaba el diálogo. Cada quien le fue contando las experiencias vividas cuando escuchábamos sus canciones y él, que es un hombre muy serio y de seguro acostumbrado a los halagos, se mostró reservado y, a mi parecer, distante al igual que quienes le acompañaban: su representante, también de origen franco-armenio, y los de su casa disquera.
ZDR se enfrascó, cuando la cena estaba a punto de finalizar, en una extravagante y divertida disertación sobre sus estadías en París y sus paseos por los barrios marginales de la urbe europea, y cuando Silvio le comentó a Aznavour sobre la riqueza musical que subyace en los metros de la capital francesa, ZDR. saltó airada: “¡Ay Silvio, Charly (porque ya a esa hora para la pintora Aznavour era Charly y no Charles) ni siquiera conoce el metro de París. ¡Él va por arriba, por la rue, sobre los puentes, en su Mercedes Benz!”
Más tarde Silvio le contó a Aznavour sobre el talento musical incomprendido y poco valorado de Sudamérica. ZDR arremetió con un: “¡Bah Silvio, de Venezuela pa’ abajo to’ es tristeza!”. Todos nos quedamos con la boca abierta ante tan despeinada afirmación. La traductora no lograba convencerse a sí misma de trasladar al francés lo que escuchaba y yo, de maldito, le insistía entusiasmado en que sí lo hiciera. La cara de Aznavour mostraba signos de desconcierto y desgana.
Aproveché entonces el momento para alcanzarle unos DVDs suyos que atesoro para que me los autografiara y así aligerar lo que ocurría. ZDR vio que había uno filmado en Nueva York, en el Carnegie Hall para ser preciso, y mirando orgullosa a Aznavour le largó: “Yo también he estado en Nueva York, Charly, y cuando me paré en Times Square en medio de nuestro “Período Especial” y vi la cantidad de luces me dije, parafraseando una línea de la canción “Sigüaraya”: ¡Por eso el capitalismo no se ‘pue’ tumbá’”!
La traductora se negó rotundamente a trasladar esto último y ZDR, desesperada por llamar la atención del autor de “Venecia sin ti” a como diera lugar, se puso de pie y comenzó a ejecutar una tabla de Tai Chi que disfrutamos alucinados. Una vez que llegó junto a Aznavour sofocada por las maromas, ante la postura impertérrita y hermética del Maestro, le preguntó: “¿Charly, me rajo?” Y sin esperar respuesta alguna se dejó caer en el suelo, en split, extendiendo sus piernas, una hacía adelante y la otra hacia atrás, con una flexibilidad que cualquier gimnasta quinceañera quisiera para sí. A mí me dio un ataque de risa enloquecido e indigesto que me hizo olvidar ante quién estaba. Los demás invitados se sumaron a la carcajada provocada por la excentricidad de nuestra ilustrada, querida y admirada amiga.
Charles Aznavour, todo un caballero, cortésmente dio por terminada la cena y se marchó escrupuloso, aunque probablemente despavorido.
Su “¿Me rajo, Charly?” ha quedado como una contraseña privada cuando cualquiera de nosotros se encuentra ante una vana interrogante.
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