Si quiere Celeste... un buen ballet
El que quiera azul Celeste, que le cueste, hubiera dicho mi abuela querida. Pero evidentemente con mucha satisfacción The British Friends of Ballet Nacional de Cuba, es decir, la Asociación de Amigos Británicos de la compañía que dirige Alicia Alonso, hizo su mayor esfuerzo para que la premiada coreógrafa Annabelle López Ochoa trabajara con la agrupación danzaria de mayor prestigio en la Isla, gracias a lo cual nació la aplaudida pieza que podrá verse en este 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana.
Hay una verdad, y es que antes de que pudiéramos ponerle un rostro a esta reconocida autora, ya en Cuba nos había conquistado con su pas de deux La pluie. Mas que la creadora belgo-colombiana haya montado aquí Celeste para que fuera estrenado el pasado marzo, se lo debemos a la mencionada organización y su presidente David Bain.
Este señor blanco en canas recuerda que en el Festival de 2004 descubrió, junto a un grupo de amigos, a los bailarines cubanos. «Nos enamoraron de inmediato por su formidable técnica, por la “bravura” con que enfrentan los pasos, por esa manera tan diferente y bella que tienen de bailar», le dice Bain a JR, aprovechando las habilidades que poco a poco ha conseguido Annabelle con el español, desde que se propuso dominarlo como si fuera su lengua, pues ella habla francés.
Entonces decidieron formar The British Friends...: un pequeño grupo de fans dispuestos a ayudar a la compañía de las más diversas formas. La más reciente: presentarle a Annabelle.
Según le contó López Ochoa a nuestro diario, David Bain se le acercó en una ocasión para proponerle que creara para el BNC. «Él me había acabado de entregar un premio por A Streetcar Named Desire (Un tranvía llamado deseo) que yo había coreografiado para el Scottish Ballet, y se me acercó para decirme que los bailarines cubanos le habían manifestado su interés por que les montara un coreógrafo extranjero con una obra reconocida y que se moviera en una estética diferente a la que ellos estaban acostumbrados.
«En fin, que mi respuesta positiva se basó, en un principio, en mi decisión de hablar fluidamente el español», admitió esta bella mujer, quien quedó prendada con la danza desde temprana edad.
«Yo era medio “marimacho” y a mi mamá eso no le gustaba. Entonces se propuso que su hija fuera más femenina y elegante, y decidió ponerme en ballet. Al principio no me gustó, pero después de dos años tuvimos una pequeña función en la que comprendí que por medio de aquellos agotadores ejercicios que hacía semana tras semana, se podía expresar un montón de cosas: una historia, una emoción. ¡Y eso me encantó!».
Lo que ahora nos narra, ocurrió a los ocho años. A los 11 ya hizo su primer coreografía. «Fue un día en la escuela, la profesora nos anunció que no habría ensayos, que se tomaría un café, y que a su regreso teníamos que mostrarle un minuto de coreografía. Te aseguro que ni siquiera conocía que existía esa palabra, pero esa hora de clases se fue en un suspiro.
«Después que conseguí disponer de mi propio tempo y mi propia realidad me dije: “si pudiera hacer esto por el resto de mi vida, sería la persona más feliz del mundo...”. En lo adelante, siempre encontré un salón libre para hacer mis coreografías con mis colegas, con los otros estudiantes; siempre hallé la música ideal y una idea que me motivara a crear.
«Y claro que ese training me ayudó, porque para convertirse en coreógrafo hay que entrenarse todo el tiempo, aprender las herramientas para poder narrar una historia. Por supuesto que recibí unos pocos cursos de coreografía, pues no es nada fácil. Pero en ello llevo ya casi 30 años».
—Existe la teoría de que a estas alturas no hay mucho nuevo en la coreografía...
—Creo que lo esencialmente nuevo es lo que quieras expresar, que es algo único, pues los pasos ya existen. Aunque uno siempre podrá sorprender al público diciéndole: «Vamos a hablar del amor, pero esta vez de este modo diferente. Mira, Celeste, por ejemplo, clasifica como la coreografía más clásica que yo he hecho: tomé del ballet clásico ese cuerpo de baile que por lo general es femenino, y resolví tomar esa forma que ya existe, pero con hombres, quienes en esta obra permanecen casi 20 minutos en el escenario. Entonces la gente exclama: «¡Wow!». No es nuevo, pero es nuevo.
—Todo indica que hoy hay más coreógrafos que antes...
—Sí, parece. La gente hace dos pasos y asegura que ya lo es (sonríe). Lo cierto es que antes había más tiempo para hacer coreografías, ahora todo tiene que ser más rápido, lo cual incide en la profundidad, en la hondura de las propuestas. ¿Por qué todavía funciona Giselle? Porque su autor se tomó más tiempo elaborándola, se puso de acuerdo con el compositor explicándole lo que necesitaba de la música. En estos tiempos se resuelve a base de computadoras... Es la enfermedad de este siglo: todo tiene que ser más rápido.
—Estuviste bailando por 12 años en cuatro compañías de Europa. ¿Te resultó útil esa experiencia para realizar tus sueños después?
—Definitivamente. Desde el inicio tuve claro que primero debía ser bailarina para poder entender la psicología de un bailarín, para poder ayudarlos a solucionar cualquier problema que se pudiera presentar durante el proceso creativo. Eso fue fundamental. Existen coreógrafos muy jóvenes que no han tenido esa experiencia y por tanto no saben que un cuerpo a los 30 años se puede mover de la misma manera que uno de 18, pero se sienten sensaciones diferentes, lo cual se aprende cuando bailas. No obstante, siempre preferí la coreografía. Me complace conseguir que otros brillen en el escenario, yo elijo estar más en la «oscuridad». Si algo mío brilla, que sea mi obra.
—Antes de Celeste, ¿conocías al Ballet Nacional de Cuba?
—No, hasta que trabajé en Celeste, solo conocía a Viengsay Valdés, porque es invitada reiteradamente a galas internacionales, y a Carlos Acosta. Mas no había visto a la compañía, así que fue un encuentro de: «Hola, vamos a empezar», y fue un trabajo muy duro, porque soy muy detallista y porque los hombres no tienen ese hábito de bailar juntos como cuerpo de baile, a diferencia de las mujeres, pero al final resultó reconfortante. Creo que los muchachos disfrutaron mucho ese reto. Luego, trabajar con Viengsay, quien es una artista tan generosa, fue muy creativo para mí. Me dio un placer enorme, pues ella estuvo abierta a hacer lo que se necesitara. Y después su notable musicalidad, su técnica... Realmente fue un enorme placer.
—¿Te costó mucho seleccionar a tus bailarines?
—Las muchachas no. Ya tenía las tres caras y veía la música en ellas. Con los hombres fue más difícil porque son muy buenos, y necesitaba varios. De verdad que me quedé con deseos que utilizar más, porque son espectaculares (sonríe).
—En estos días el Ballet Hispánico de Nueva York bailará Sombrerísimo, que lleva tu firma, en el Mella (1ro. y 2 de noviembre, 5:00 p.m.)...
—Sombrerísimo se estrena en Cuba, pero ya lo había ideado para el Ballet Hispánico de Nueva York, a partir de una solicitud que me llegó. Para realizar esta pieza me inspiré en una obra de Magritte, el reconocido pintor surrealista belga, a quien admiro profundamente. El motivo fue esa conocida imagen del hombre transparente con el sombrero tipo hongo. Los protagonistas son seis bailarines, quienes se intercambian sus sombreros como si se intercambiaran sus identidades, aunque en el fondo continúan siendo los mismos. Espero que, como mismo sucedió con Celeste (1ro. de noviembre, Teatro Nacional, 9:00 p.m.), el público disfrute al máximo.
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