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A mi Entender

El discreto encanto de los almendrones

El discreto encanto de los almendrones


Por Julio Batista Rodríguez

Los almendrones inundan el paisaje habanero.

Los almendrones inundan el paisaje habanero.
Las calles de La Habana son el hábitat perfecto para los almendrones. Dinosaurios del reino automovilístico que ruedan dominantes por las avenidas de una ciudad que, como ellos mismos, se resiste a dejar el pasado atrás, aunque el motor que la impulse sea ya de petróleo y tenga un nombre asiático.

Los almendrones, querido lector que nunca ha tenido la suerte de cruzarse con ellos, son una especie que se resiste a morir. Son, por amplio margen, el mayor error productivo del capitalismo de la posguerra; el confort llevado sobre cuatro ruedas; la máxima expresión de una forma de vida que se diluyó dejando como único legado varias generaciones de autos que, medio siglo después, atestiguan la calidad de la industria automotriz norteamericana.

Almendrón es el término criollo, acuñado y aprobado en Cuba, para hablar de los carrazos fabricados por Chevrolet, Dodge, Ford, Oldsmobile, Mercury…, todas grandes casas productoras, todas con un error en común: haber fabricado excelentes, poderosos y resistentes autos durante más de cuatro décadas.

Entendamos algo, estos carros cambiaron su propósito con el tiempo. Creados para la transportación de la familia —al puro estilo del american dream—, la Cuba moderna, la que se abrió paso como pudo luego de la debacle soviética, los vio convertirse primero en atracciones turísticas, luego en la solución del transporte e, incluso, en curiosidades migratorias.

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