Por Yuris Nórido
El que te maltrata fue maltratado, tú maltratas al otro porque te maltrataron a ti, el que maltrataste maltratará… Urge romper un círculo vicioso que agobia a la sociedad cubana contemporánea.
Todo el mundo (y con toda la razón del mundo) se queja del maltrato que se eterniza en casi todos los sectores de la sociedad cubana. El fenómeno es tan habitual, que se ha integrado a buena parte de las rutinas nacionales, rutina en sí mismo.
Maltratan en la gastronomía, en el comercio minorista, en los servicios, en el transporte público, en las oficinas de trámites, en los aeropuertos, en las escuelas, en los hospitales…
Hemos llegado al punto de que muchos cubanos asumen que el maltrato es el trato establecido, el que uno puede esperar, el que merece.
Por suerte, mucha gente no se resigna y se queja: pero las quejas, a estas alturas, no han resuelto mucho.
Algunos pensaron que las nuevas formas de trabajo por cuenta propia, con particular énfasis en los servicios, iban a cambiar el panorama.
Y de alguna manera lo han cambiado (cuando están en juego los ingresos personales, uno no puede permitirse perder clientes), pero las transformaciones, en todo caso, han sido puntuales o superficiales.
Al final, te tratan mal en un ómnibus público y te tratan mal en un almendrón. Te ponen mala cara en una cafetería estatal (una «especie» que, afortunadamente, debe ir a la extinción), y hasta te la pueden poner en un timbiriche privado.
Ni hablar, por supuesto, de los mercados agropecuarios.
La tan llevada y traída ecuación de que el cliente utiliza los servicios del que mejor lo sirva no tiene mucho sentido en Cuba, porque aquí, en los últimos años, la oferta siempre ha estado por debajo de la demanda.
La filosofía suele ser la de «tómalo o déjalo».
Lo singular de este estado de cosas es que pareciera que la sociedad cubana está dividida en dos grandes grupos: los maltratados y los que maltratan. Pero, lamentablemente, no es así:
0 comentarios