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A mi Entender

Sagua la Grande: «La más amada y encantadora»

A 201 años de su fundación, la ciudad de Sagua la Grande reúne el privilegio de las primicias, la herencia material de su entorno y la poesía de su paisaje.

Por Carlos Alejandro Rodríguez Martínez

Estación de Sagua la Grande

Estación de Sagua la Grande

En cierta medida el rey Juan Carlos, exmonarca de España, llegó a la Corona gracias a una joven sagüera: en 1933 Alfonso de Borbón y Battemberg, Príncipe de Asturias y heredero del trono renunció* al reinado español por el amor de Edelmira Sampedro y Robato, de la villa de Sagua la Grande.

En contra de la voluntad de la realeza el primogénito de Alfonso XIII se rindió ante la cubana, prima menor del ensayista Jorge Mañach e hija de una familia plebeya que poseía un palacete ecléctico en la Villa del Undoso.

Entonces la ciudad de Sagua la Grande había lucido su máximo esplendor. Las aguas del río homónimo y las fértiles tierras de la llanura boscosa atrajeron desde la primera mitad del siglo XIX a los productores de azúcar del occidente cubano y a otros inversionistas extranjeros que la convirtieron, junto con su puerto Isabela de Sagua, en un notable centro comercial de la Isla.

El asentamiento había nacido oficialmente en la ribera del río cuando don Juan Caballero, veterano de la batalla de Trafalgar en las Guerras Napoleónicas, tuvo el instinto de la fundación. En 1812 la primera iglesia aseguró la congregación de los pobladores en El Embarcadero, más tarde denominada Villa de la Inmaculada Concepción de Sagua la Grande.

SAGUA, LA MÁXIMA

El centro histórico de la ciudad que ahora cumple 201 años fue declarado Monumento Nacional en 2011, como reconocimiento a una urbe que aúna como pocos espacios del interior de la Isla, historia, arquitectura y personajes ilustres.

 

Un breve repaso por los anales de la villa de Sagua la Grande la revela como centro de primicias: «(…) le cabe el honor de ser la única ciudad de Cuba con un alcantarillado construido a mediados del siglo XIX»;[1] fue la primera que fabricó un buque de vapor, cuya botadura aconteció en 1849; y según el poeta y ensayista Cintio Vitier, Sagua tuvo «(…) el primer gran cielo estrellado de nuestra poesía y el primer diálogo del hombre con las estrellas», [2] aparecido en el poema «La ilusión» (1853) de Francisco Pobeda y Armenteros.

La tierra sagüera, acaso bendecida por las aguas del río Undoso, también fue pródiga en hijos célebres. A ella pertenecen Wifredo Lam, el más universal de los pintores cubanos; Ramón Solís, el mejor flautista del mundo en su tiempo; y Joaquín Albarrán, uno de los padres de la urología moderna y posible ganador del premio Nobel de Medicina, si no hubiera muerto prematuramente en 1912.

Allí nacieron Jorge Mañach, notable ensayista, autor de Indagación del choteo; Rodrigo Prats, artífice del teatro lírico cubano; el músico Antonio Machín, uno de los más grandes intérpretes de esta Isla; el compositor, director y violinista de fama mundial Enrique González Mántici; el patriota José Luis Robau y el escritor Enrique Labrador Ruiz, reinventor de la narrativa cubana del siglo XX.

Por otra parte, invitados a Sagua llegaron la poetisa Gertrudis Goméz de Avellaneda, los escritores Federico García Lorca y Gabriela Mistral; la periodista española Eva Canel; la divina Sarah Bernhardt, una de las mejores actrices de todos los tiempos; y el grabador francés Federico Mialhe, autor de una hermosa litografía del puerto fluvial de Sagua en 1841.

Río Undoso

Río Undoso

En esa misma década del siglo XIX aquella tierra también fue alabada por el poeta romántico Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, a quien se le adjudica en medio de algunas discusiones la autoría del epíteto de Undoso (ondeante) concedido al río Sagua, el más largo de la vertiente norte de Cuba.

Sin acercarnos a agotar la lista extensa de sucesos ni de hijos ilustres de la Villa del Undoso, debemos consignar finalmente que Sagua fue la patria accidental de Peter Henry Emerson, pionero de la fotografía artística mundial; y la última estancia del pintor romántico Juan Jorge Peoli.

VIAJE A LA VILLA

Hoy apenas se adentra el visitante en la ciudad de Sagua la Grande y percibe el linaje arquitectónico de un imperio caído del siglo XIX, aun cuando el tiempo torna en ocasiones decadente el paisaje. La Estación Ferroviaria, piedra estilizada que evoca el dominio español en Cuba; el Royal Bank of Canada; la iglesia parroquial, considerada por el profesor cubano Joaquín Weiss el mejor exponente de los templos neoclásicos del interior de la Isla; el edificio del Casino Español y el Palacio de Arenas Armiñán crean al paso la sensación de andar un tiempo que nos antecede.

Ciertamente, en las calles del centro histórico persiste un ámbito decimonónico: el morador habitual no pasa inadvertido, hay en él un orgullo inmanente por el espacio que habita; el visitante atento podrá reconocer las señas de un tiempo en que Sagua la Grande se constituyó como un gran emporio azucarero, ferroviario y portuario, y ese progreso determinó los cauces de la vida común.

Las casas, palacetes y mansiones sagüeras dan fe de la dedicación de sus pobladores de antaño. Hay en las rejas variadísimas, en los parteluces, en los guardapolvos, en los guardacantones… señales de una prosapia muy particular. Lobos y vampiros abundan entre una fauna mitológica que amenaza desde algunas portadas; otorgan un misterio que toda ciudad, dichosa de poseer, debe conservar.

El tiempo a orillas del Undoso adquiere con las campanadas de la iglesia parroquial un sentido más sonoro que inexorable. Estas campanas que avisan al caminante «suenan hondo como una cuerda de guitarra; atropelladas como en alarma; optimistas o fúnebres; netas a veces, y a veces como si estuvieran gloriosamente rotas», escribió Mañach.
Desde su fundación la villa había atraído a estudiosos y viajeros que la incluyeron en sus libros y memorias: a la ciudad y al paisaje natural dedicaron tiempo de sus jornadas Jacobo de la Pezuela, Samuel Hazard, Charles Berchon, Sherwood Anderson, John Wurdermann, Joaquín Weiss y Esteban Pichardo. Jorge Mañach la rebautizó como Sagua la Máxima, otros la llamaron (la llaman) la Magna. Eva Canel la distinguió como la ciudad más limpia de cuantas había visitado en Cuba.

Del río Undoso, que antaño mereció el elogio de poetas y cronistas, el erudito español Ramón de la Sagra escribiría: «Nada diré de la belleza del río de Sagua, cuyo curso tortuoso parece creado para variar los puntos de vista y multiplicar más y más las agradables sorpresas».[3]

Ramón Roa, mambí y escritor, afirmó en una carta dirigida a Antonio Miguel Alcover y Beltrán, el historiador y periodista insigne que privilegió a la ciudad con sus crónicas y relatos, que Sagua la Grande era «la más amada y encantadora de las villas, incluyendo sus cayos adyacentes».

* La decisión del príncipe resultaría el primero de los hechos que posibilitaron el ascenso de Juan Carlos en 1975.
Agradecemos la colaboración del periodista de Radio Sagua Maykel González Vivero, autor del blog El Nictálope.

[1] Juan de las Cuevas Toraya: Quinientos años de construcciones en Cuba, D. V. Chavín, Servicios Gráficos y Editoriales, Madrid, p.135.
[2] Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía, pp. 114-115. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998,
[3] Ramón de La Sagra: Historia física, económico-política, intelectual y moral de la Isla de Cuba. Relación del último viaje del autor. París, Librería de L. Hachette, 1861.

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