El hombre que ama a los peces
«El fondo del mar no es, como podríamos imaginar, silencioso. La transición de un entorno muy ruidoso y colorido a uno de vacío cuando alcancé la superficie, el silencio y un par de personas esperándonos fue un poco decepcionante, debo decir».
Así lo confesó el científico francés Fabien Cousteau, quien, tras vivir 31 días en el laboratorio submarino Aquarius, único de su tipo en el mundo, quería quedarse bajo el agua.
Los lazos de convivencia con sus nuevos amigos con escamas se habían enraizado tanto que le costaba dejarles. Un mes ha pasado ya desde que dejó su entorno natural, 20 metros arriba, en la superficie. Sin embargo, no deseaba regresar.
«Volver a tierra fue un momento agridulce. Sabía que vería a amigos y familiares, pero estaba dejando atrás un lugar fascinante, con todos nuestros nuevos vecinos», dijo.
El joven explorador superó así el récord establecido por su abuelo, el oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau, quien en 1963 permaneció bajo las aguas del mar Rojo durante 30 días.
La Misión 31, como fue denominado el intento actual de volver a las profundidades oceánicas por tanto tiempo, se inspiró en aquella hazaña. ¿Su meta principal? Reunir información útil para la ciencia.
Otros dos científicos acompañaron a Fabien durante la misión, que comenzó el 1ro. de junio en las cálidas aguas de los cayos de Florida, y que fue gestionada por la Universidad Internacional de Florida (FIU, por sus siglas en inglés).
Diario de un «Acuanauta»
A 20 metros bajo el mar, el laboratorio de 81 toneladas, de unos 13 metros de longitud y tres metros de diámetro, alberga seis literas, agua caliente, una pequeña cocina y computadoras. También disponen de aire acondicionado. La base es incluso usada por la NASA para entrenar a sus astronautas antes de enviarlos al espacio.
«No soy una persona claustrofóbica. Sí es un lugar pequeño, pero cualquiera que viva en Londres, París o Nueva York estará probablemente habituado a espacios del tamaño de un autobús escolar», declaró el científico de 46 años a la BBC.
Como el objetivo de los exploradores era pasar la mayor cantidad de tiempo posible fuera de la base para habituarse al entorno oceánico y realizar experimentos —explicó—, el laboratorio fue diseñado para permitir a los submarinistas bucear durante nueve horas diarias, a 30 metros de profundidad, sin riesgo de padecer el síndrome de descompresión.
Debido a esta facilidad tecnológica, los investigadores lograron recoger muestras de los arrecifes de coral cercanos y observar la vida marina de un modo muy especial, algo que de otra forma hubiese sido imposible.
Cuenta el «Indiana Jones» de los mares que durante un mes, día tras día, se puso el traje de buzo y salió al océano.
«Nuestra rutina diaria comenzaba a las 5:00 o 5:30 de la mañana. Buceábamos de tres a cuatro horas, tomábamos un descanso, nos comunicábamos por Skype, hablábamos con la prensa, hacíamos algo de trabajo y volvíamos a bucear a mediodía por otras tres horas», relató.
«Había otro descanso en la tarde para más experimentos de laboratorio, y finalmente una nueva sesión de buceo al atardecer, por otras tres horas, para estudiar la flora y la fauna del lecho marino… Al final del día, nos íbamos a la cama como a las 11:00», narró.
El biólogo marino Andrew Shantz, uno de los dos acompañantes de Cousteau, que pasó 17 días en el laboratorio a comienzos de junio, también comentó sobre la experiencia. «Una noche el aire acondicionado dejó de funcionar, y llegamos a estar a 35 grados Celsius con un 95 por ciento de humedad», dijo.
«Otra noche vimos a un mero gigante atacar a una gran barracuda, que era algo que jamás imaginé que podía pasar», reveló Shantz.
Cousteau también dijo que hubo muchos momentos divertidos durante la prolongada inmersión, como cuando intentó jugar al balompié bajo el agua, a tono con la fiebre por el Mundial de Fútbol que transcurría en Brasil.
Para salir a la superficie, Fabien, así como sus compañeros, tuvo que someterse a un proceso de descompresión que tardó unas 16 horas. Durante ese tiempo, el acuanauta observó el documental de Jacques-Yves Cousteau, su abuelo, Un mundo sin sol, ganador del Óscar.
Un éxito monumental
Sin duda, la maratónica investigación ha sido toda una hazaña que ha logrado atraer a la comunidad científica, en especial por toda la información útil que logró reunir. Los experimentos estuvieron enfocados principalmente en los efectos del cambio climático sobre la fauna marina.
«Estábamos investigando toda clase de temas muy pertinentes, como el cambio climático y la acidificación asociada de los océanos, la polución y los vertidos de fertilizantes», detalló el submarinista.
Según asevera Cousteau, incluso se podrían redactar algunos estudios científicos a partir de las indagaciones realizadas en su estadía submarina.
De hecho, hemos reunido en 31 días el equivalente a los datos científicos que se recopilan en unos tres años, afirmó, algo que se considera «bastante fenomenal para los científicos».
El experto añadió que hubo incluso descubrimientos sorprendentes, los cuales —según BBC— prefirió no revelar hasta que fueran sometidos a un análisis exhaustivo de conjunto con otros científicos.
«Ha sido un éxito monumental en múltiples aspectos. Me siento emocionado», afirmó en rueda de prensa, luego de retornar con su equipo a tierra firme.
«Logramos recopilar más material científico del que nos hubiéramos podido imaginar, pero la mayor satisfacción fue haber llegado a tanta cantidad de gente para generar pasión por el océano», declaró con gran complacencia a la AFP.
Como los científicos tenían conexión a Internet no perdieron contacto con el mundo exterior. A través de las redes sociales y diversas plataformas web, realizaron sesiones educativas con escuelas, museos y acuarios.
Además —refiere AFP—, las cámaras mostraron en directo todos sus movimientos, tanto dentro de Aquarius como fuera del laboratorio.
«A mi abuelo, Jacques, conocido por sus numerosos documentales que divulgaban conocimientos sobre la vida submarina, le hubiera encantado poder hablar con tanta gente», comentó Fabien.
Cousteau indicó además que a partir de ahora se centrará en el procesamiento de las imágenes captadas durante la expedición, con el fin de realizar un documental.
El oceanógrafo francés no descartó una Misión 32, aunque señaló la dificultad de permanecer al frente de la misma. «Armar una expedición de esta envergadura requiere mucho tiempo y preparación», expresó, para luego añadir con evidente satisfacción que ha sido «un sueño hecho realidad (…) una experiencia absolutamente increíble».
La infancia del oceanógrafo y escritor transcurrió entre las expediciones de su abuelo. Comenzó a bucear con tan solo cuatro años. Es licenciado en Economía Ambiental en la Universidad de Boston, y actualmente produce documentales junto a su padre Jean-Michel Cousteau y su hermana Celine.
Cuenta con varios proyectos de divulgación, entre los que destaca el denominado Plantar un pez, que promueve la restauración de los ecosistemas marinos. Actualmente escribe libros para niños con este tipo de contenidos.
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