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A mi Entender

Sentimientos marchitos

 

(Ilustración: Martirena)

Todavía prevalece en el pueblo esa mezcla de ira e impotencia ante los descomunales precios impuestos a las flores con vistas al Día de las Madres.

De no haber sido testigo, jamás lo hubiera creído. Una espiga de gladiolos sin óptima calidad: 10.00 pesos, otro tanto con cada unidad de rosa o de príncipe negro, mientras las perfumadas azucenas bailaron la cuerda ¿floja?, entre los 3.00 y los 5.00 pesos, y un «ramo» de rosas contentivo de cinco ejemplares llegó hasta 50.00 pesos envuelto en un papel dorado, que, a lo mejor, también tenía su valor.

Hasta los popularmente conocidos rabos de gato se sintieron protagónicos en esta contienda, en la que poco o nada interesaron a los vendedores esos matices sentimentales de la fecha más sagrada existente en el calendario.

No se me borra la imagen de aquella muchacha llorando en las cercanías de los puestos ubicados en el Parque Vidal. Era el primer año en que no iba a estar junto a su madre porque el destino no se lo permitió; sin embargo, carecía del astronómico presupuesto para adquirir lo deseado.

A manera de consuelo le expresé que cada madre se lleva en el corazón a diario, que las flores, en definitiva, se marchitan, y el afluente de cariño y veneración corre sin frenos por el alma.

Otra transeúnte protestaba airada por lo que estaba viviendo, y con la mayor tranquilidad del mundo alguien, desde el pequeño mostrador, le dijo: «Señora, con no llevarlas tiene».

Las historias llueven. Sucesos parecidos ocurrieron en algunos municipios. Nadie me puede rebatir que el sistema de oferta y demanda presenta enorme fisuras y no pocas irregularidades.

En tiempos en que se insiste en rescatar valores, en los que a veces me parece que sobre la comunidad recae la total responsabilidad de resolver los problemas, pienso que el Estado está llamado a darles un efectivo jaque mate a especuladores aprovechados de las coyunturas.

La florería Las Camelias, en Santa Clara, con sus precios módicos, pero imposibilitada de asumir la avalancha ante fechas significativas; una biofábrica de las flores de la que hace años se habló con bríos, y ya poco o nada se dice, o el intento de un organopónico especializado en una extensa área próxima al hospital Arnaldo Milián, y que un día se demolió para acondicionar el espacio destinado al cuentapropismo, son algunos ejemplos de los intentos dejados en el camino.

En este bregar por concebir un ser humano mejor, solidario, capaz de sentir por los demás, y compartir alegrías y penurias, lo ocurrido con las flores este Día de las Madres me recuerda aquel eslogan desafortunado que identificó parte de las jabitas de las shoppings: «Lo mío primero».

Prefiero dejar a un lado lo singular para hablar de lo de todos. Es cierto que las retribuciones salariales apenas alcanzan, y me opongo a mirar con inquina a quienes verdaderamente trabajan, sudan la camiseta y, por tanto, obtienen su buena recompensa.

Pero en un mundo donde floristas y floreros dependen, en muchos casos, de la figura del intermediario, prima aquello de la «otra historia», acuñada por Pánfilo en su Vivir del cuento.

Por suerte, cuando nos pudiera parecer que en el país se acentúan estas conductas impropias, hay muchas personas que mantienen su dignidad y piensan en el prójimo.

Y ocurrió el propio domingo en los exteriores del Cementerio de la capital provincial. Un señor llegó, y vendió sus gladiolos a solo 3.00 pesos. No cuestiono si poseía patente o no, porque eso le compete al cuerpo de inspectores, mas lo cierto es que aquello me parecía ciencia ficción… Cuando salí en su búsqueda para tomarle el nombre y reconocer su valía, ya se había marchado, pues, por supuesto, su mercancía voló como el globo de Matías Pérez.

Dejo algo bien claro. No se trata ahora de que quienes vendieron las flores a un exagerado precio --por cierto, con una mancomunión fantástica-- manifiesten irritación y expresen descontento por este comentario. De seguro lo harán, pero quien tiene que continuar supermolesto es Liborio, víctima de esta acción insensible.

En breve será el tributo a los padres, después vendrá el Día del Educador, Año Nuevo, las jornadas de un febrero dedicado al amor, y en mayo venidero otro Día de las Madres.

De no actuarse ante estas conductas, llegará un momento en que una espiga de gladiolo rondará los 20.00 pesos y que el perfume de una desteñida azucena cueste similar a una libra de carne de cerdo.

Aprendamos a amar, a recordar, al menos, que cada segundo domingo de mayo encierra un significado especial, y que no existen motivos para amargar la vida de los semejantes. Ojalá que esa fibra humana se fortalezca, y deje que las flores exhiban su colorido y olor alejadas de avaricias y sentimientos marchitos.

Por: Ricardo González del Río

 

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