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A mi Entender

Sagua...¿por qué la Grande?

Crónica de un santiaguero insolente en el aniversario 201 de la fundación de la ciudad

Puente El Triunfo SaguaSagua la Grande, Sagua la Máxima, estoy aquí. Vengo de una ciudad sedienta, vengo de una ciudad rebelde. Te entrego mis ojos para que me navegues.

He saltado cientos de kilómetros. Y cuando el puente se estremece al paso de los caballos y los carretones, cuando veo las chispas del metal contra el metal y el río reverberante por entre las miles de celdas trenzadas, me voy saltando un siglo.

No es cualquier puente, este tiene nombre, ¡y que nombre!: El Triunfo. En realidad es su heredero, porque aquel era de madera.

En 1899 pasaron por aquí las tropas del general José Luis Robau, al frente de la Brigada Sagua del Ejército Libertador… Y lo describen con tanta convicción que pareciera escucharse aún, a lo lejos, los pasos marciales, el polvo levantado.

Es un puente colgante de metal, rara avis en la Isla. Y tiene el año inscrito, el 1905 ¿Qué hará esta ciudad cuando un día le falte? No me atrevo a decirlo en voz alta.... El pensamiento se me nubla.

No es cualquier río. Aquí todo tiene su historia, o su leyenda…

El río Sagua es el tercero más extenso de Cuba y el primero entre los que desembocan hacia el Norte, otro caso que le agrega su toque de singularidad. Sus meandros serpentean más de centenar y medio de kilómetros. Incluso, sobre sus aguas se desarrollaba el descenso del Río Sagua, una renombrada regata de piragüismo.

Vengo de una ciudad entre las montañas y el mar. Nunca he navegado por un río. Las pequeñas embarcaciones en la rivera, al lado del árbol florecido, antes que realidad, me parecen el fragmento de un cuadro impresionista.

Enseguida hallo mi rincón favorito, allí donde se entrelazan las ramas de una ceiba a otras frondas. En un alto, los bancos corridos dan al río. El puente tras mi espalda. Es un frescor dulce que desconozco, que me remonta a mi niñez, a ciertas escapadas clandestinas a los arroyos. Unos niños de Sagua posan espontáneamente. Y me punza el costado los árboles segados a ras por la desidia en mi Santiago de Cuba.

La historia del lugar sobrecoge. Es el parque El Pelón, apodo del coronel mambí José Sánchez Jorro. Dicen que aquí fue exhibido su cuerpo, el suyo y el de otros patriotas, macheteados por las fuerzas españolas a finales del siglo XIX. Allí donde se derramó sangre cubana, se hunden las raíces de la ceiba venerable. El parque El Pelón, mi lugar preferido de Sagua, una fronda gigante, un frescor dulce...

A mis primeros años me remonta la vivienda de Adrián Quintero, un apasionado de la radio, un sagüero orgulloso que me sirve de guía. Tengo mucha suerte.

Una de sus pasiones es el ferrocarril. Me imagino diciéndolo ahora mismo, con esa erre que se resiste, que se prolonga y se retuerce en su lengua.

Sagua fue una de los primeros lugares de Cuba en tener el camino de hierro. Su estación es testigo. Y también de las primeras que vio el alumbrado eléctrico y que se benefició del alcantarillado.

Por sus manos… desfilan libros raros, libros invaluables. La historia de esos volúmenes mercería otra crónica, pero no hay tiempo. Esas páginas que abre con temor de que se rasgue el tiempo, es un privilegio que sólo se da a los amigos.

Su casa de madera, su patio lleno de flores, el puntal alto, las vigas de la pared… todo me recuerda la vieja casona de mi abuela en San Luis, siempre tan aireada, tan humana. Una casa con personalidad, tan diferente a los cajones de calicanto de hoy; pero aquella sólo puedo reconstruirla desde la evocación. Ardo en deseos de tocar la madera.

En Sagua hay mucha arquitectura en madera. La había cerca y abundante, y tan buena, que los bosques sagüeros suministraron la madera para el Monasterio de San Lorenzo El Escorial. Me callo ante la idea del tiempo martillando sobre la madera.

Como el estómago andaba revuelto de tanto alimento tragado en el camino, a deshora y sin concierto, su madre, madre al fin, ejerce sus buenos oficios. Minerva me prepara un caldo que me recompone, con el justo sabor del cariño recién nacido. Minerva es nombre de diosa.

El nombre de la ciudad, posiblemente, provenga de la voz indígena Cagua: “lugar de mucha agua”, pues por aquí hubo notables asentamientos aborígenes. Bartolomé de Las Casas estuvo por estos lares en los inicios de la conquista.

Por si fuera poco, de manos de mi excelente anfitrión, conozco a Maikel González, enfant terrible.

Conoce todos los fantasmas, todas las fechas. Conoce más de lo que dice, y lo saborea de a poco, desgranando en el aire títulos y años, con los detalles propios de aquel que les ha conocido… Y seguramente, le agrega lo suyo.

Sólo tiene 30 años, y su estampa recuerda a los poetas románticos de otras geografías; pero es sagüero, no hay dudas.

Cuando, en son de broma, le pregunto de dónde es el agua que me ofrece, responde enseguida porque acueducto corre.

El cronista se toma la licencia para cambiar el sitio del encuentro primero: será en el parque, al lado de la Iglesia Parroquial, justo cuando dan las en punto, no importa a que hora.

Suena la Serafina. Es la campaña que donó Doña Serafina Jenks de Torices. Ya les dije, en Sagua todo tiene su abolengo. Ambos me rescatan la ciudad ida.

De sus manos reaparece el hotel Sagua y se ilumina su lámpara, aparecen Lorca y Gabriela; el Casino Español abre su enorme puerta, se asoman a los balcones las damas de copete, los caballeros de bastón; subo al Palacio Arenas, por mármoles intactos. Ramón Solís toca la flauta… es el mejor del mundo, afirman los que saben.

Y me llevan por la ciudad vieja, cerca del río, por la otrora área de tolerancia. Los balcones se sostienen milagrosamente. Dicen que por allí ejerció María Camión, la más famosa cortesana de Sagua; famosa por sus maneras y consejos, tanto como por sus servicios.

Cuenta Enrique Núñez Rodríguez que en un poblado vecino, cuando se gritaba “A Guasa a Garsín”, todos los iniciados sabían que era una clave hacia… la dicha. Y se montaban rumbo a La Grande. Solo bastaba poner las letras al revés.

Sagua, como toda ciudad que se respete, tuvo su barrio chino, con periódicos en chino, con su casino chino aún en pie, Chung Wah, primero constituido en Cuba. Y, por supuesto, su chino famoso. En una pequeña casa de madera, nació el más universal de los pintores de la Isla: Wifredo Lam, mixtura de chino, africano y cubano. La casa de Wifredo Lam, muestra de la arquitectura en madera tan común en Sagua, y de su herrería, infaltable.


La ciudad se precia de ilustres: Antonio Machín es sagüero. He visto en los museos, la batuta de Rodrigo Prats y su original de la zarzuela Amalia Batista. El gran polemista Jorge Mañach nació en La Grande. El eminente urólogo Joaquín Albarrán, el líder obrero Alfredo López, el gran narrador Enrique Labrador Ruiz… tantos.

Del otro lado del puente, se asoma la Sagua opulenta. La Avenida de José Miguel Gómez se ha rebautizado como 9 de abril. Sagua fue puntal en la huelga revolucionaria de 1958.

La iglesia del Sagrado Corazón eleva sus puntas ojivales al cielo. En el reparto Oña, honor a otro benefactor, Juan de Dios Oña Ribalta, las otrora mansiones son ahora instituciones sociales. Despacio recorremos el lugar. Los caminos casi no son caminos, el campo está cerca…

Para que nada faltara, también celebré en Sagua mi cumpleaños, más exactamente, en Isabela de Sagua. Esta ciudad no se conformó con el Undoso, y unos kilómetros al norte, también tuvo su puerto.

Al lado del mar, frente a los cayos, todos me felicitan por mis años. Los veía tan lejos… No conozco a la mayoría, o mejor, no les conocía. Me tienden la mano con sinceridad. A Isabela le decían “La Venecia de Cuba”, por sus casas sobre pilotes, por su permanente relación con el agua, mas las inundaciones repetidas han acabado con ese aire. Hay muchas casas en estado ruinoso.

Más adelante se han construido edificios, pero me han dicho que muchos isabelinos −un gentilicio que parece provenir de la realeza− se guardan las llaves en su bolsillo, y no abandonan sus casitas de madera. ¿Quién ha visto que gente de mar, quiera irse tierra adentro?

Sagua es una ciudad joven, fundada apenas en 1812, que disfrutó de su apogeo económico azucarero, lejos de las guerras. Sus calles son anchas y hermosas. Los maestros herreros tuvieron aquí su agosto: volutas que se envuelven, figuras que se enlazan o se repliegan como rosas abiertas.

Hay apostura en sus principales edificaciones. Hay mucho y bueno que salvar, y aunque he visto que se trabaja en la recuperación, no suele ser esta tarea fácil ni rápida; y las urgencias de nuestra economía resultan siempre una espada colgante.

Lo he palpado. Sagua ha de bregar con el hecho de ser una ciudad interior de la provincia de Villa Clara. La diáspora es intensa, anda urgida de ofrecer más opciones para sus jóvenes, de iniciativa propia. Aunque en nada consuele, no se trata de un problema privativo de la Villa del Undoso.

Creo en la gente de Sagua. En su mezcla de salitre y orillas, en su casta. Sagua es como una de esas madrugadas que viví, capaz de construir el mundo con una palabra y un abrazo. Ya sé por qué La Grande.

Tomado del blog www.laislaylaespina.blogspot.com

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