Víctor Mesa: El show soy yo
 
								
				
				Escrito por Carlos M. Álvarez
Víctor Mesa no quiere conversar conmigo, ni con nadie. Pero eso es imposible. Es como pedirle peras al olmo. Víctor Mesa no sabe vivir sin conversar. Es un logocentrista, le gusta oírse, y en un entorno como el beisbol cubano, donde la gente se cuida y no habla o habla un conjunto de naderías sin sustancia alguna, eso ya es, de por sí, suficiente mérito.
Lo he atrapado en un mal momento. Mesa acaba de perder el Clásico Mundial al frente del equipo Cuba, y el martes pasado, en la reanudación de la Serie Nacional, durante el primer encuentro Matanzas contra Industriales, fue echado del Latinoamericano ante miles de espectadores y millones de televidentes.
El país entero presenció, secuencia a secuencia, cómo Mesa se propasaba con el árbitro, cómo intentaba retirar a su equipo del terreno y subía al box a un jugador de posición, en franco desafío a la autoridad de Melchor Fonseca, el principal, quien segundos antes había expulsado al pitcher matancero Yasiel Lazo, por propinar dos dudosos deadball con el juego más que abierto. Aunque, todo sea dicho, sin advertencia previa.
Ese mismo día, la Comisión Nacional había publicado un decreto donde se regulaba la especialización en el uso de los lanzadores, por lo que la decisión de Mesa fue tomada como un doble ultraje. Los medios nacionales formaron coro, las publicaciones en Internet, los blogs, la gente en la calle, todos repudiaron la actuación del manager, y Mesa, acostumbrado como nadie a merodear por el vórtice del huracán, se encuentra ahora, particularmente molesto, enardecido con los medios de comunicación, dispuesto a batirse solo, con su carácter, su intuición, su poder y, si fuere necesario, su membruda testarudez por delante.
-Buenos días –digo–. Mesa chequea el entrenamiento de su equipo, disperso por la grama del Latinoamericano-. Vengo por la entrevista que acordamos.
-Buenos días. De qué vas a preguntar, a ver.
-Bueno, vamos a hablar de la actuación del Clásico, del equipo Cuba.
-No, de eso no. De eso ya me ha preguntado todo el mundo.
-¿Quién lo ha entrevistado? Yo no he visto ninguna entrevista.
-No, no, qué va. No hay nada nuevo que decir del Clásico. Ya me lo han preguntado todo.
 -Pero yo le voy a hacer una entrevista diferente, las preguntas que no le han hecho.
-¿Sí? ¿Qué pregunta tú me vas a hacer, a ver? Dime ahí.
Mesa me coge fuera de sitio. No sé qué contestarle. Saco una agenda.  Echo un vistazo a las preguntas y no hay ninguna especialmente distinta.
-Bueno, pero vamos a sentarnos, a conversar –busco tiempo.
 
-Qué va, deja eso. Todos me han dicho lo mismo, y después yo leo lo que escriben.
-En el tercer partido del play off contra Industriales, a Ariel  Sánchez se le cae un fly empezando el juego y tú comentaste que justo en  ese momento supiste que no ganabas. ¿Hubo un momento así contra  Holanda?
-No, yo sabía que le ganaba a Holanda. Eso es lo malo. Yo nunca pensé que perdía.
-¿Y cuando Simmons da el jonrón y empata?
 -Tampoco. Yo sabía que si metíamos el escón le hacíamos la carrera.
-¿Si metíamos el escón en el final del noveno?
 
-También. Pero tú viste todo lo que pasó. Pasaron dieciocho  cosas, ustedes tienen siete u ocho, pero pasaron dieciocho, y eso es muy  difícil para un equipo de pelota. Es como que aquel muchacho no coja un  fly –señala precisamente a Edel Tamayo, quien la noche anterior entró a  cubrir el left field, ahora entrena en esa posición y el martes,  rocambolescamente, se paró en la lomita para sorpresa del público-  cuando yo los cojo todos. ¿Cómo yo voy a coger un fly y Tamayo no? Ayer  se le cayeron dos, cuatro carreras entraron por él.
-¿Igual que los errores de Yulieski Gourriel en tercera?
-No, ya eso no. Es como que el padre hable del hijo. No puedo  hablar. Mira, dame un abracito, yo te quiero, pero no puedo hacerte la  entrevista, no puedo. Si es de otra cosa, lo hacemos, pero del Clásico,  Gourriel, Holanda… lo mismo no. ¿Qué vamos a ganar? ¿Qué voy a decir yo  que pueda salir bueno en la entrevista esa? Acuérdate, para que  aprendas, que como periodista tienes que meter un palo.
-¿Qué cree usted de la prensa cubana?
-No, yo no puedo hablar de eso, no me toca, pero nunca se queda bien con ustedes.
-No puede enjuiciarme a mí por el trabajo de otros. Es como que yo hiciera lo mismo con usted.
-No, a mí me puedes enjuiciar, qué me importa que me  enjuicien. Pero todos son iguales, nadie pone lo que le falta a la casa,  ni que el techo se está cayendo. Todos son iguales. Es la misma  película. ¿Qué edad tú tienes?
-Veintitrés.
-Yo tengo cincuenta y seis. Hasta los que están muertos han  dicho eso que tú estás diciendo. No hay de quien hablar y hablan de mí.
-A lo mejor si le traigo algún trabajo mío se convence.
 
-Tráemelos.
-He hablado bien de usted, soy matancero.
-No, yo no quiero que hables bien. A mí me gustan las críticas.
-El día que haga algo que no me guste, lo digo también.
-Búscame esa entonces. Mira ahora, todos contra mí. Pero estoy acostumbrado. Me gusta luchar solo.
-Perfecto, no hablemos del Clásico. ¿Qué ocurrió el martes?
-¿El martes? Nada. Yo soy el director y hago lo que entienda.  Tú me quitas el pitcher sin advertencia… ah, bueno, yo te pongo pitcher  sin advertencia. Me botó. ¿Y qué pasó ayer miércoles? No vino nadie.  Ahora hoy se vuelve a llenar, porque la gente viene a verme a mí, a  gritarme, a meterse conmigo, no le importa el frío. El show soy yo.
-¿No le parece que a veces se exalta demasiado, que se equivoca?
-¿Ves? Ese es tu problema. Si tú piensas así, escríbelo.
-No, yo no pienso nada, yo solo pregunto.
-Mira, te voy a dar una sola respuesta y ya no voy a hablar  más. Si hago lo que decía la gente, poner un pitcher el martes, yo no  gano ayer. Ayer puse a todos los pitchers que tenía, y por poco no gano  el juego de pelota. Quiere decir que si lo hago el día anterior, yo ni  gano el martes ni gano el miércoles y hoy no tuviera a nadie tampoco.  Esto es para clasificar, apenas empieza, entonces los periódicos ponen  que la gente está esperando. ¿Esperando qué cosa? Ese fue un juego más  de la serie. La gente no está esperando nada. Ya el Clásico se acabó. Y  yo tengo que clasificar. Para clasificar, tengo que poner al pitcher que  yo entienda.
-¿Y por qué tocaste bola con los sluggers en el Cuba?
-¿Y por qué tú no le preguntas al manager de Dominicana por qué tocó bola en el primer inning con el cuarto bate?
-Porque el manager de mi país es usted, no el de Dominicana.
-Ve y pregunta allá primero y después yo te contesto. Toco  porque soy el director y hago lo que entienda. Aquí estuvieron tocando  desde julio. Si no sabes tocar, es tu problema. Aparte, te digo, esto es  un ratico. Busca la segunda opción, de esto solo no vas a vivir –señala  mi agenda, se refiere al periodismo-. La segunda opción. Y no es la  jeva ni es la casa. Interpreta si puedes. Si me sacan de aquí, yo tengo  para donde ir. Hasta para Estados Unidos me están buscando, imagínate, y  estoy aquí. Hasta para Estados Unidos. Mira a ver si te quieren llevar a  ti. ¿Entonces?
-¿Vas a seguir en el equipo Cuba?
-Si me ponen, voy. Y si me quitan, me quitan. Mientras tanto lo voy a disfrutar. Donde sí voy a seguir es en mi casa.
Mesa se aleja, camina hasta el cajón de bateo, evalúa a Tamayo. Esta  mañana, Tamayo tiene que entrenarlo todo. Mesa le dice que apriete duro  la mano derecha cuando empuña el bate. Le pega fuerte a la bola y Mesa  le dice que ahí. No es más nadie, le dice, eres tú. Por qué rolling a  segunda, dice, por qué. Batea para el hueco. El hombre eres tú, repite.  Asume.
Sube las gradas y se sienta encima del banco de visitador. Lo persigo.
-Usted siempre dice que sabe qué pelotero sirve para cada momento.  Quién tiene temple y quién no. ¿Ya tenía pensado, ante alguna  eventualidad, subir a José Miguel Fernández al tercer turno?
-Esa es la pregunta que me haría mi hijo. Por supuesto que lo  tenía pensado. Todo está pensado. ¿O tú también crees que yo hago las  cosas a lo loco?
-Pero el toque con los hombres de poder parecía pensado, y le salió mal.
 
-Aquí tocaron durante meses, y lo hicieron bien. El problema  es que tú no sabes. Abreu empezó en los jardines, y es el que mejor toca  en el equipo. Pero tú no viste eso, hijo, tú tenías diez años, no has  visto pelota, ¿qué puedes saber tú?
-Sí, yo sé, Abreu empezó muy joven. Pero si no se entrena, se olvida. El Clásico no es para aprender.
-Qué cosa esta, tú. Preguntándome por qué mando a tocar la bola un muchacho. Por eso es que estamos ahí parados, y no caminamos.
-Yo le pregunto para que me explique.
-No, yo no. Eso te lo pueden explicar los mismos colegas tuyos.
-¿No hay ningún periodista cubano que le parezca bueno?
-Todos son buenos, lo que a veces no saben lo que hablan.
-¿No hay uno que rescate?
-Ya. No tengo nada que hablar. Ya te dije que no tengo nada que hablar.
Me callo un rato. Mesa conversa de otra cosa: del país, por ejemplo, y de Edel Tamayo, que ha vuelto a los jardines.
-Mira -dice-, esa que cogió es más difícil. Pero no hay  gente, no hay televisión. Eso va en la sangre. ¿Cómo Víctor Víctor las  cogía todas anoche? Ah, pero cuando yo lo puse me dijeron que lo estaba  apresurando. Ya no. Ya no me dicen nada. Ahora hice bien. Es así. Ayer  Urgellés se me acercó para hablarme del muchacho.
-¿Usted lleva recio a su hijo?
-No quieras saber.
-¿Más recio que a los demás?
-No, yo los llevo a todos igual. ¿Por qué senté a (Ariel)  Sánchez anoche? Porque tú no puedes manotearle a un coach, qué es eso.  Me costó más trabajo ganar, pero gané. Además, es preferible perder que  ganar con malos métodos. Ganar así no sirve. Esto no es un partido, es  un campeonato. Y te digo más. Si no clasifico, si no quedo entre los  cuatro, ¿qué pasó? Dime, ¿qué pasó? No pasa nada. Lo mío es educar,  formar peloteros, que aprendan a jugar como se debe.
-¿Y por qué sentó a Cheíto (Rodríguez)?
-No porque se haya equivocado –Cheíto mandó a doblar a  Sánchez hacia home y el right field tenía la bola en la mano-.  Cualquiera se equivoca. Lo senté por no haber sentado a Sánchez. No  tengo que venir yo desde el túnel, expulsado, a sancionar la  indisciplina, no.
-Ve, esa es una respuesta convincente. ¿Por qué no lo explica en una  entrevista? -Mesa saca el celular y empieza a leerme un mensaje. Otra  petición de otro periodista-. Yo sé quién es ese -digo.
-(Michel) Contreras, claro. Yo conozco a cada periodista por  la forma en que redacta. Si me lo hubiera pedido antes, yo lo atiendo,  pero ahora no. ¿Ahora? ¿Después que dijo que nosotros le ganamos a  cocineros chinos? Hay que respetar al equipo, no desmoralizarlo.
-Yo empecé con Michel.
-Mira para eso. Buen periodista. Mándale mis saludos.
-Pero aproveche el espacio.
-Yo no quiero espacio. El espacio que yo quiero ya me lo van a dar, el país es sabio.  -Mesa habla conmigo, pero sin mirarme. Abajo, un grupo de siete u ocho  trabajadores, que riegan la yerba y apisonan la grama del Latino, lo  escucha extasiado. Cerca de Víctor Mesa nadie lo critica o lo encara con  la rudeza con que lo hacen en la calle. Es una mezcla inquieta de  autoridad, carisma y tozudez. Parece acosado pero también inexpugnable-.  Ojalá que un día te pongan a dirigir un equipo de pelota. Seis  meses nada más, para que veas dónde vas a terminar. Cuando salgas vas a  ir directo para donde trabajaba Ordaz (hospital psiquiátrico). Completo  vas para allá. Estate quieto… al que te pasa por alante con una botella  de ron… no es fácil. Dale, métete aquí. No, así con camisita blanca y  escribiendo es fácil. Eso es jamón.
-Si tú me llevas –le cambio el tono-, yo voy contigo.
 
-No, tú alante, jefe de la tropa, yo voy de coach.
-Pero eso es lo tuyo, el periodismo también tiene sus cosas, que tú no las sabes.
-Yo sí sé, cómo no voy a saber, si el primo mío era Ramón  Gainza, periodista de Juventud Rebelde. Tú ni debes saber quién era  Ramón Gainza.
-¿Era buen periodista?
-Hizo buenos trabajos, pero no fue, cómo decirte, consistente. Se murió joven.
-¿Michel es mejor?
-Más crítico. Pero no es que sea mejor, es el espacio que te den. Si no lo lleva a la televisión, no puede decir lo que dice.
-Pero Michel dice lo que no dice nadie. Hay quien tiene el espacio y  calla. No todo el mundo dice lo que tú dices con un micrófono delante.
-Ya te digo que es valiente, mi problema es que me  desmoraliza a la gente. Vamos a poner que tenga razón, que le ganamos a  cocineros chinos. ¿Tú eres cubano o dominicano? ¿Cómo vas a hablar así  del equipo de tu país? –Hago silencio, no recuerdo haber leído esa línea-. Lo  que hay que hablar es que tienen que darles dinero a los peloteros.  ¿Cuándo le van a pagar dinero a los peloteros en Cuba? Eso no lo dijo.
-¿Tú crees que pagando más dinero se puede elevar el techo de la pelota cubana?
-Claro que se puede elevar.
-¿Y salir a jugar afuera?
-Todo se puede hacer.
-¿Pero estás de acuerdo o no estás de acuerdo?
-Yo estoy de acuerdo con todo lo que sea positivo.
-¿Y eso sería positivo?
-Muchas cosas son positivas.
-¿Entonces no me vas a dar la entrevista?
-¿Pero qué puedo decirte yo que sea noticia? Ya el Clásico no  funciona. No vamos a sacar un trabajo que no sirva, que no diga nada.
-Si el Clásico no funciona, ¿que crees tú que sea ahora mismo un palo periodístico?
-¿Ahora? Nada.
 
-¿Pero tú mismo no dijiste que eras el show? Entonces cualquier cosa que digas la gente la va a leer.
-Voy a decirte la verdad. Me estoy reservando para la televisión, un programa especial. No puedo hablar.
-Pero nosotros sabemos cómo es la televisión, no te van a preguntar nada polémico.
-A mí no me hace falta que me pregunten. Si yo quiero hablar, hablo. ¿Tú no viste el último Al duro y sin guante?  ¿No me viste? En el estudio había aire acondicionado y los  comentaristas estaban sudando. Descuida, que yo hablo. ¿Quieres poner  algo?
-Sí.
-Pon que no me voy de Cuba, que es una promesa hecha a mi madre.
Doce horas después, ya en la noche, Víctor Mesa parece otro. Es un  hombre extremadamente temperamental. Le ha ganado a Industriales,  agenciándose, desde que dirige Matanzas, la primera subserie particular  entre los dos conjuntos. Su hijo impulsó tres carreras, y fildeó todo lo  que batearon por el center field.
-Vine a verte –le digo.
-Coño, periodista. Estuve pasándome mensajes todo el día con  Contreras. Gastamos como diez dólares. Si no estuviera apurado, te los  enseñaba.
-Voy a ir al Victoria de Girón, todavía falta.
-Tú eres matancero –dice, pero no entiendo lo que  eso significa. Luego firma gentilmente un par de autógrafos, balbucea  algo, y esgrime esa larga sonrisa que todos conocemos, y que nadie sabe  tampoco lo que quiere decir.
Tomado de OnCuba Magazine
 
       
		
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