Formar el gusto musical: un serio problema en la vida moderna
En un segundo espacio de Moviendo los caracoles, auspiciado por la sección de crítica de la Asociación de medios Audiovisuales y Radio, nuevamente la sala Rubén Martinez Villena de la UNEAC fue escenario para debatir acerca de la formación del gusto musical.Por supuesto que por muchos encuentros –incluso productivos- que se realicen sobre este asunto y cuenten con la presencia de funcionarios responsables, la solución no es ni fácil, ni homogénea en la Cuba de hoy.
Lustros atrás la mayor responsabilidad sobre la formación del gusto musical la tenían los Medios de Difusión Masiva, pero hoy no es así. Los medios, por supuesto, están llamados –y en el caso de nuestra sociedad- obligados a difundir cultura, especialmente la musical.
Pero ahí entra uno de los problemas ¿Quién decide lo que se difunde o no?. Y pongo un sencillo ejemplo: si a mí me dieran esa misión, llevándome por mi gusto haría una radio y una televisión elitista, nada popular y por tanto con bajísimo nivel de aceptación.
Nací en Holguín y mi niñez estuvo llena de zarzuelas y óperas del Teatro Lirico de aquella ciudad, luego por influencias de mi grupo estudiantil me aficioné a Los Beatles, de ahí que el rock, la nueva trova, el bell canto y lógicamente los clásicos llevados a ballet, sean mis preferidos. ¿No son cultos? Sí, por supuesto pero mientras para mí el son, la guaracha, el cha cha cha y la rumba, fundamentalmente con el cornetín chino, son sólo para bailar hay muchas personas que disfrutan de oírlos, incluso, mientras escriben.
Así que decidir lo que se transmite no puede ser sólo por el gusto del director del programa, sino por un consenso en el que intervienen asesores y ejecutivos que tengan sentido de cuando y por qué establecer la censura, que sí, que existe no sólo en Cuba, hasta en Hong Kong también, pero tiene que ser sobre todo una censura inteligente porque hay intérpretes –no voy a decir nombres- que sólo son populares en nuestro país porque un día alguien decidió que transmitirlos era dañino.
Soñemos que tenemos una televisión y una radio con programas exquisitos, con toda la diversidad musical y con calidad, que los directores son las personas idóneas para cada espacio y que los ejecutivos son expertos en una censura tipo rabo de nube: se lleva lo malo y potencia lo bueno ¿se lograría en un lapso de tiempo crear un gusto musical culto?. Usted, lector, y yo sabemos que en la Cuba de hoy eso no es posible, como en ningún país.
Eso que se llama globalización invade todos los lugares del planeta, ya sea por la televisión o por INTERNET. Y los números con mejor mercadotécnica, no necesariamente buenos, son los que se imponen en uno u otro lado del planeta.
Orlando Cruzata, el director del programa Lucas, me comentaba hace poco de un video clip que ocupaba el primer lugar en el Lucasnometro y nunca se había transmitido por la televisión ni la radio. Este fenómeno es muy complejo y al decir del especialista Rafael Rafael Valdés “estamos de espaldas al mercado de la música, al hecho de que existe una oferta y una demanda agregada de música y que los medios se han quedado atrás en la posibilidad de ofertar lo nuevo y lo exclusivo.”
Eso nuevo o exclusivo se encuentra en youtube o en cualquier esquina donde se expende música y audiovisuales, sustraídas de las redes internacionales. De ahí que el último número de cualquier grupo puede oirse hoy en Miami y mañana en La Habana. Igual en este momento se puede dar a conocer una canción de pésimo gusto en Madrid y dos horas después se está vendiendo, por ejemplo, en un kiosko de la Calle Línea
Este mercado totalmente autorizado, y por el desarrollo tecnológico, decide en que muchos músicos -no sólo regguetoneros- no estén interesados ni en la radio ni en la tv. Su música (si lo es) se comercia en cada esquina y cualquiera la puede subir a INTERNET, sin que intervenga institución alguna.
Para Rafael el mercado puede regularse y lograr que lo mejor de la música cubana sea lo que recorra las diversas pistas del ciber espacio. Es categórico al decir “La vulgaridad existe porque no se ha educado el consumo de la población, al no ofrecer distinción entre la buena y mala música, lo que no se puede hacer ajeno a la oferta y demanda y a la línea metodológica de lo que el mercado requiere.”
Creo que en parte tiene razón, pero esta invasión de la NO MÚSICA es muy difícil de controlar. En la esquina donde vivo hay un Bim Bom, mejor decir una Cervera y el tun tun de cualquier ruido, empieza a las 10 de la mañana cuando la piloto (en CUC) abre y se acaba cuando cierra a las 11 de la noche o más. Las paladares, ay, las paladares: en casi todas impera el peor gusto y a unos decibeles que impiden cualquier conversación con el acompañante.
Tanto en el primer caso de oferta (estatal) como en el segundo (cuenta propista) se está incumpliendo una ley: el respeto al espacio sonoro del otro. Mi vecino no tiene por qué inundar mi casa con el último ritmo “de moda” como yo no le puedo meter por sus oídos La traviata. Pero esa ley pocas personas la conocen y muchas menos la aplican.
El maestro Roberto Varela, en el espacio Moviendo los caracoles, ponía un ejemplo: el recorrido de los ómnibus puede ser bastante largo, y desde que se inventaron autobuses muchas personas aprovechaban para leer. Ahora es imposible. Usted tiene que escuchar los ruidos (a veces la música) que le gustan al chofer, no importa si al viajante le duele la cabeza, una muela, si va para el médico o si acaba de salir de la funeraria donde veló a un ser querido. Quienes montamos en el ómnibus no tenemos derecho a un poco de tranquilidad, y lo más terrible sucede si viajan cuatro o cinco seguidores del gusto del chofer, que harán un coro para llenar mucho más el espacio que debía ser colectivo en todo, hasta en el sonido.
Es verdad que debemos tener en cuenta la época y la sucesión de generaciones. Hoy la situación socioeconómica en Cuba no es igual que treinta años atrás. Con razón el Dr Joaquín Borges Triana dice “en Cuba no se hacen estudios de música popular desde los distintos saberes que proporcionan las ciencias sociales: la comunicación, periodismo, filosofía, sociología, lingüística, no se acercan a la música para analizar su relación con la sociedad.”
Las investigaciones son vitales para entender el entorno: el reggaetón no hubiera caminado quince años atrás (¡y no todas sus piezas son malas!). Ese ritmo que arrebata a una buena parte de los jóvenes deviene chivo expiatorio para tildar de frivolidad o mal gusto, cuando hay guarachas, baladas y boleros tan vulgares como esa música.
Ante tamaño problema ¿tiramos la toalla?. NO. Hay que luchar una y otra vez porque la política cultural sea un asunto no sólo del Ministerio de Cultura y la UNEAC, sino de las escuelas que bastante mala música se transmite hasta para niñas y niños de círculos infantiles, incluidos los bailes con sensuales movimientos de caderas ¡¡¡y se aplaude a los pequeños que mejor lo hagan!!!.Por desgracia tengo un ejemplo bien cercano y que me duele. El ministerio de transporte debe llamarse a análisis y conseguir que sus choferes escuchen la música para ellos y respeten el derecho de los usuarios a leer o sufrir sin que sus oídos estén agredidos; el ministerio de Turismo y el Poder Popular en sus centros muy bien que pueden contratar a buenos especialistas para que programen una música adecuada y no la bazofia que muchas veces se escucha.
En la sala Atril, Cruzata tuvo una interesante experiencia: fue cambiando poco a poco la música, y pasado un tiempo eran los usuarios quienes pedían melodías bien hechas y agradables.
A la radio y la televisión les toca jerarquizar pero ¡cuidado! que con la intención de poner lo mejor a veces se excluye lo bueno y novedoso, porque quizás se trata de una canción irreverente o un intérprete poco convencional a la hora de vestir.
Eliminar “por decreto” cualquier música o expresión artística lo único que hace es multiplicarle su valor, ya se sabe que el Paraíso no se perdió porque Adán y Eva se amaran, sino porque les prohibieron probar una manzana. Si ellos hubieran estado allí con guayabas, mangos, mamoncillos, tamarindos (el paraíso no tiene porqué ser europeo) ni él ni ella tendrían como obsesión comer la manzana, pero le dijeron que no, entonces no quisieron morder, saborear, lamer un mango del Caney, una fruta riquísima que tiene el sabor del campo cubano, como nuestra música y sabe mucho mejor que…una manzana, pero algunos (y algunas) no lo conocen: hay que enseñárselo.
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