Mirada martiana acaricia la Naturaleza
Por Ricardo R. González
A veces me pregunto cómo José Martí pudo adelantarse tanto a su tiempo. ¿Acaso magia, hechizo, intuición, presagios, inteligencia privilegiada…? Diría que un poco de todo en épocas en que ni se soñaba con un satélite espacial recorriendo el espacio, o que el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación mostrara un universo de aciertos inimaginables.
Dentro del espectro natural, la visión martiana navegó a largo alcance para dejar clara la indisoluble relación entre el entorno y el hombre como presupuesto prioritario a fin de lograr ese equilibrio que impida la extinción de los terrícolas.
Allá por 1892 el Apóstol remarcaba una frase de ley: «El mundo sangra sin cesar de los crímenes que se cometen en el contra la Naturaleza» (1).
Una interpretación evidente nos adentra en el insuperable magisterio al insistir no solo en el cuidado del enforno, si no en inculcarle a los hombres y las mujeres el amor por el Planeta para quienes estén por venir encuentren las grandezas de ese universo que invita a compartirlo.
No pudo concebir que un día la propia irreverencia humana fuera reduciendo las disponibilidades de subsistencia cuando se procede a herir de manera continua y alarmante. Para él «La Naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece, y prepara para la virtud al hombre», como sentenciara en La Opinión Nacional, de Caracas, en 1882.
Sin embargo, más allá de admirar a un árbol, de describir el canto de un ave, de recrearnos en la descripción de las aguas transparentes de un río, hay una invitación a diversificar los cultivos sobre la base de la preservación de los suelos.
Lecciones inigualables las ofrece en su Diario de Campaña De Cabo Haitiano a Dos Ríos, en el que prende un Martí anonadado ante el paisaje natural que le brinda su Patria.
Por ello habló de los bosques, «de reponer las maderas que se cortan, para que la herencia quede siempre en flor». (2)
Y esa flor hay que encontrarla en un mundo en que las especies en extinción están cada día al borde del abismo, en el que arpones desmedidos atraviesan la piel de los delfines, en que la tala indiscriminada de árboles nos hace cada vez más pobres.
No forma parte de ese mundo dibujado las contaminaciones ambientales que empañan el aire, mientras los afluentes se tornan irreverentes ante tantos residuos que empañan sus aguas. Tampoco es concebible el sacrificio masivo de ballenas, o que los ingeniosos pingüinos tengan en cuerda floja su hábitat ante inexplicables agresiones y la posible desaparición de los glaciares.
Y mucho menos convencen los derrames de petróleo que escapan de los buques y tiñen de marea negra atribuible a errores humanos, o que una parte de las naciones industrializadas se alejen de protocolos protectores de nuestro Medio Ambiente cuando los estragos de un cambio climático marcan huellas que refuerzan un panorama a las puertas de holocaustos.
Solo el instinto benéfico de la humanidad alumbrado por las buenas acciones podrá aliviar esas marcas irreversibles exhibidas por cada continente.
Por ello seguiré preguntándome cómo pudo Martí adelantarse a su tiempo, pero más que ello por preocuparnos por los pasos errados que da el mundo ante una flora o fauna agonizante, o una verde vegetación que, poco a poco se opaca, y toma las tonalidades oscuras. Con el Maestro quedamos en deuda, esa arrastrada ante un hombre real que pudo con su mirada acariciar la Natura.
Referencias
(1).- Obras Completas de José Martí. Tomo 8 p. 303.
(2).- Rafael Serra. Para un libro. Edición 3. Nueva York, marzo 26 de 1892. O.C. 4: 381.
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