Y el mundo no se acabó
Escrito por Yuris Nórido / Cubasi
En medio del día del vaticinio maldito, aquí estamos: el mundo no se acabó, seguimos en las mismas. Pero lo que sí parece claro es que caminamos a un abismo… El mundo no se acabará de un día para otro
Y bien, aquí estamos, no se acabó el mundo como decían que decían los mayas. En realidad nadie sabe a ciencia cierta qué decían los mayas. ¿Cómo saberlo? Ya se sabe que los vaticinios y los augurios no son una ciencia exacta. Lo gracioso —y a veces trágico— es que tantas personas se crean esos cuentos catastróficos al pie de la letra. No pocos pensaron que este 21 de diciembre se hundiría la tierra, la lava ardiente se elevaría al firmamento, el mar cubriría las montañas, hasta el punto de que no quedara ni un atisbo de vida sobre el planeta. Algo así como esas escenas terribles de una película de hace algunos años, 2012 se llamaba, por cierto. Afortunadamente, la mayoría de la gente asumió el asunto con mucho humor.
Señoras y señores, algo parece evidente: el mundo no se acabará  de un día para otro. El asunto de la destrucción de la vida parece más  bien un proceso. Lamento parecer demasiado pesimista, pero creo que  hacia ahí vamos. A no ser que en algún momento —y eso espero con todas  las fuerzas— decidamos cambiar el rumbo, las reglas del juego. Pero  bueno, de un momento para otro esto no se va a acabar. Háganles caso a  los científicos y no a los maniáticos trasnochados.
Vamos por pasos. ¿De dónde venían todas esas profecías  tremebundas? Son sencillamente interpretaciones del calendario maya, que  fijó en esta fecha el final de su “cuenta larga”. Pero eso no significa  el fin del mundo. Porque los mayas, según parece, no creían en un final  abrupto del mundo, sino más bien en la culminación y comienzo de  ciclos. O sea, ellos en todo caso marcaron para esta fecha el final de  una época y el comienzo de otra. Todo esto, claro, estaba sustentado en  la muy particular cosmovisión de los mayas. El trasfondo religioso y  hasta político es más que evidente.
Pero algunos “expertos” aseguraban que el 21 de diciembre se  presentaría un movimiento especial de planetas, que implicaría cambios  en la manera en que el hombre se relaciona con su entorno. Otros iban  más allá: hablaban de un día apocalíptico en el que los desastres  naturales, las crisis políticas y económicas y las distintas guerras que  se libran en todo el planeta culminarían con el colapso de la  civilización. Y hubo quien habló de un rayo de luz proveniente del  centro de la galaxia que impactaría al Sol el 20 de diciembre, con  efectos devastadores en la Tierra…
Lo cierto es que los mayas nunca pensaron en dejar advertencias  ni mensajes para las civilizaciones futuras. Un estudioso de la cultura  maya, el arqueólogo Juárez Cossío se lo resumió a la BBC: "no es una  profecía, es total y absolutamente falso que se vaya a acabar el mundo  según la supuesta profecía de la que se tiene información, no hay  ninguna base científica ni epigráfica de ningún tipo donde diga que el  mundo se va a acabar para esa fecha. Como mundo actual no estábamos en  la mira de los antiguos mayas, lo que nos pase o no nos pase a ellos no  les preocupaba en lo absoluto".
Así y todo, la inocencia de algunos ha servido para que otros se  llenaran los bolsillos. Todo este asunto del fin del mundo fue un  verdadero negocio para unos cuantos. Al menos toda este revuelo ha  servido para que los turistas de Estados Unidos y Europa volvieran sus  ojos al escenario de la “profecía”. Las cifras de visitas a la península  de Yucatán aumentaron considerablemente.
Lo bueno sería que, ahora que está claro que todo era una gran  tomadura de pelo, nos fijáramos de verdad en lo que pasa a nuestro  alrededor. Este mundo va de mal en peor, y no hacen falta profecías para  comprobarlo. La contaminación, el cambio climático, la extinción de  especies, los grandes desniveles sociales, las guerras… están a la orden  del día. En unos pocos años hemos agotado las reservas que la  naturaleza (o Dios, dirían los creyentes) tardó millones de años en  crear. La solución, ahora mismo, parece estar en la creación de  alternativas energéticas. Eso dicen los grandes núcleos de poder. Hablan  poco, sin embargo, de reducir los niveles contaminantes. En medio de la  crisis que experimentan los países ricos, buena parte de sus habitantes  se han dado cuenta de que podían vivir peor… no estaban al tanto de que  millones de seres humanos han vivido (malvivido) todo este tiempo en  crisis permanente. Algunos se mueren de hambre mientras que otros siguen  botando la comida. Y de las guerras, no vamos ni a hablar. Algunos  expertos dicen que en el trasfondo de todas está el control de las  reservas de petróleo. En algún momento, anuncian, serán por el agua.
Así que ya saben, todas esas “profecías mayas” son un juego de  niños ante el augurio real y palpable que tenemos ante nuestros ojos.  Para los que formamos el 99 por ciento de la humanidad, esa que no tiene  voz ni voto en las grandes decisiones, quedan dos caminos: o olvidarse  de todo y tratar de vivir lo mejor posible —dependerá de las  posibilidades materiales de cada uno— o sumarse a la legión de  inconformes (“indignados”, dicen en los medios). Bueno, también queda la  opción de creer que la solución vendrá del cielo…
 
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