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A mi Entender

El inextinguible fuego de la vida

 

 

“Siempre tuve la certeza de que la palabra escrita posee una finalidad social. Incluso cuando lo que se pretende transmitir se origine en lo más íntimo”, afirma la destacada poetisa.

Al llegar a sus 90 años, la escritora cubana Carilda Oliver Labra cree que el tiempo siempre es breve, se escurre inevitablemente entre las manos, nunca es mucho, nunca alcanza.   

“A los 20 años pensaba que había vivido muy poco: Eran pensamientos  inocentes, porque el deseo de vida es un fuego inextinguible”, dice desde su hogar en la Calzada de Tirry, en la ciudad de Matanzas.

“Qué linda es la vida, esa yo no me la pierdo. Pero estamos tan  acostumbrados a ella… Algunos  llegan a aburrirse de la existencia, y otros la despilfarran. No  hay nada más importante que el tiempo de nuestras vidas, donde suceden la belleza, la caridad y la  fuerza que emana del amor”.

Está en la sala, en un sillón. Luce bien. Se ha maquillado con minuciosidad. Al sentirse examinada cruza las piernas, sonríe y remueve el pelo, húmedo, recién lavado.

Según Carilda, esta preocupación por su apariencia, junto con otros mitos en torno a su figura, y a la propia naturaleza de parte de su poesía, ha traído una confusión o, más que eso, un verdadero cliché sobre su forma de ser y de pensar.

“Aunque proyecte ese aire de rubia descuidada que ha confundido a tantos, soy una persona extremadamente responsable. Y esto es válido desde cualquier óptica que  se quiera contemplar.

“Este esquematismo afecta de modo particular la percepción de mi poesía, estereotipada como erótica.

“Además de ayudarme a destruir la soledad, de darme alegría y fuerzas, el escritor Raidel Hernández, mi esposo, se está ocupando de ayudar a cambiar esta visión errónea, y profundiza en el carácter social de mi obra poética. En la pasada Feria del Libro realizó una intervención en un coloquio que me dedicaron, y también lo hace en el ensayo introductorio de una antología que prepara Ediciones Matanzas.

“Siempre tuve la certeza de que la palabra escrita posee una finalidad social. Incluso cuando  lo que se pretende transmitir se origine en lo más íntimo, su naturaleza es el encuentro con el otro. Ningún escritor está a salvo de  eso que pudiéramos definir como un instinto legítimo de la palabra, esta lleva implícito el acto de la comunicación. Mi poesía no se encuentra  exenta de esa función, no  posee el privilegio de la soledad”.

Por cierto, hay una zona de la poesía de Carilda, netamente social, a la que no se menciona con toda la  frecuencia que se debiera. La Décima a Martí, escrita a mediados del siglo XX, es uno de sus puntos de arranque.

También puede citarse el libro Los huesos alumbrados, en cuyos versos aparecen referencias a la última etapa de lucha revolucionaria cubana, y dedica algunos  textos a héroes como Abel Santamaría,  Frank País, Camilo Cienfuegos, el Che, Julián Alemán y Reynold García, entre otros.

Pero sin duda es el Canto a Fidel uno de los textos más emblemáticos de esta perspectiva de la producción literaria de Carilda. Escrito en 1957, se considera entre las composiciones de mayor lirismo consagradas al líder cubano.

“Hoy el contenido del Canto a  Fidel sería otro, no podría escribirlo igual. El poema fue fruto de un momento, tuvo sus razones, que no son las mismas de ahora, esas  razones se han multiplicado para cantarle a él.

“Fidel y yo no somos los mismos ahora que entonces. Yo era joven, plena de romanticismo, fruto de la poesía que cultivaba en aquel momento, cuando tenía un gran afán de luchar contra la tiranía, contra la dictadura que asesinaba y mantenía presos a amigos, parientes, conocidos. Aquel poema fue una diana llamando a la guerra.

“También Fidel ha cambiado, aquel era el líder apasionado que llevaba las riendas de la epopeya nacional-liberadora, ahora es el humanista, el visionario. Su actitud  hacia Cuba y el mundo ha crecido, dejó de ser libertador de su país para serlo de una inmensidad de pueblos. Es un espíritu universal”.

Carilda no para de hablar. Es una conversadora excelente. Se le puede escuchar durante horas. Pasa de un tema a otro con facilidad. En ocasiones parece que se extravía entre los tantos detalles que conserva y evoca uno tras otro. Pero cuando menos uno se lo piensa ella vuelve al punto central del diálogo.

Junto a ella el tiempo siempre es breve, se escurre inevitablemente entre las manos, nunca es mucho, nunca alcanza. Llegamos al atardecer y ya ha anochecido.

A sus 90 años Carilda asegura ser feliz. “Escribo, leo… Y hasta me sacude alguna que otra incertidumbre, porque sin las dudas sería demasiado pobre, ya no tendría  preguntas que responder ni conocimientos que alcanzar. Sin embargo, mi futuro es también mi presente, es este ahora radiante, esta luz inaplazable, esta delicia del aquí”.

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