Maná raya el sol de Rock in Rio
por EL PAÍS
Soplaba el aire templado tirando a frío de la noche en Arganda y Maná saltaba al escenario hacia las 12 de la noche para regar Rock in Río de esencia latina. Los reyes de esa marea global del pop en español por todo el mundo, fueron las estrellas de la primera entrega del Festival después de la actuación de Lenny Kravitz, que no se quisieron perder.
Habían pasado un día tranquilo por Madrid con sus familias. Álex González, el batería bucanero plagado de tatuajes, de paseo con sus tres hijas; Fher Olvera husmeando tabernas y librerías con que acopiarse de poesía, su droga dura, aparte de pasearse por el barrio de la Latina; Sergio Vallín en busca de rasgueos flamencos con que adornar su guitarra de metálica armonía latinoamericana con los restos de Albinoni y otros clásicos a los que también se debe, como demostró en un solo espectacular.
Les gusta Madrid porque tardaron en conquistarlo. Empezaron en los clubes más perdidos y hoy, después de haber ido escalando hasta llenar estadios, no olvidan sus orígenes.
Más de 20 años quedaron condensados en una descarga de rock latino tan hiriente como festivo, un vendaval de música mestiza y contagiosa, de esencia nacida en los antros, las calles pobladas de desheredados, y entre los naufragios de amores imposibles a los que cantan tan desoladora como insobornablemente.
Provistos de su tequila, esas botellas en las que dice Fher Olvera, según le explicó a Bono, se encontraba la sangre y el sudor de los mexicanos; amparados por sus velas a santos, sus ungüentos y su simpatía providencial, marcando su respetuosa irreverencia por todos los palos que tocan, Olvera puso las pilas al público en el escenario principal mientras todos se dejaban comandear por la base rítmica y los golpes de baqueta de Álex González y el bajista Juan Calleros.
Más de 20 millones de discos vendidos les contemplan, lo mismo que haber sido elegidos como el tercer mejor grupo en directo que pasó por Estados Unidos el año pasado. Su directo ha impactado a Chris Martin, líder de Coldplay, que les venera, y junto a quien tocaron en el único Rock in Río en el que han participado, aparte de Madrid.
La globalidad latina que ha conseguido Maná, su marca identitaria, su éxito, se dejó sentir en Rock in Río como una seña fundamental para la iniciativa que va extendiéndose por diversos escenarios de Iberoamérica, con los temas de siempre y calentando el ambiente para un nuevo recopilatorio que aparecerá a finales de agosto. De «Oye, mi amor», que abrió el recital, a «Labios compartidos», que lo cerró, el recorrido durante casi dos horas encontró a su pasó el guiño funk de «Déjame entrar», himnos como «Latinoamérica», desgarros como «Manda una señal» o el clásico «Muelle de San Blas», juegos punk como «Me vale» o delirios latinos en estado de fervor como «Corazón espinado».
Sus sones, sus melodías, sus derroches de energía untada de pérdidas, fracasos, soledades y borracheras, ahuyentaban los malos espíritus ante la contemplación de su poderío en directo.
Purifica escuchar en vivo la historia resumida de su estela. Transforman sus propios temas en su sonido original. Buscan, marean y exorcizan los buenos y malos espíritus, aquellos de donde sacan su música de referentes nada disimulados, pero que les otorgan una indiscutible personalidad propia. Son los héroes del eclecticismo latino, abierto y empapado de puras referencias, pero sobre la base de una honesta autenticidad.
Deben tanto a U2, Led Zepellin o Police como a Chavela Vargas, José Alfredo Jiménez, pero en esa cocktelera fascinante donde todo lo mezclan, el líquido de buen rock destilado que uno bebe responde únicamente a un único nombre: Maná.
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