Guillermo Cabrera Álvarez: Las personas queridas están en sitios inimaginables
Por Jesús Arencibia Lorenzo
Dicen las noticias, tan carentes de imaginación a veces, que Guillermo Cabrera Álvarez murió. Que el cronista de la popular sección Tecla Ocurrente, de Juventud Rebelde, convocó a sus lectores de toda Cuba a reunirse en el pueblito de Guaracabulla, al centro del país; en la fecha central del año -1ro de julio-; a mitad del día -12:00 meridiano-; para hablar de las cosas centrales en sus vidas; y allí, al vórtice de tantas emociones, murió.
Dicen las noticias, tan inexactas a veces, que llovió entonces de forma torrencial, en una tarde de sol compacto; y que la alegría de muchos, que habían fantaseado el encuentro con su periodista, se apagó con un silencio impenetrable. Y después, dicen las noticias, tan serias a veces, que hubo velorio y cenizas, recordatorios y homenajes, luto y vacío. Y que todo sucedió en el 2007, cuando el Hombre de Prensa contaba 64 años.
Y claro, entre las noticias, tan frías a veces, hubo otros periodistas que recordaron al maestro; que hablaron de su irreverente cátedra dirigiendo la revista Somos Jóvenes, entre 1977 y 1987; que evocaron su columna de correspondencia -”Abrecartas“-, el periódico Granma; que elogiaron su pasión al frente del Instituto Internacional de Periodismo José Martí; que piropearon su espacio de consagración -”Tecla Ocurrente”-, en el Diario de la Juventud Cubana.
Por supuesto, alguien se refirió a su insurgente militancia; a su recto sentido del compromiso, que sin embargo no lo llevaba a cuadraturas mentales, porque sabía hacer política poética. Y otros mencionaron su juventud, que lo mantenía rodeado de muchachos, aún cuando ya él se peinaba solo “de memoria”. Salieron a la luz sus dotes de “cronicador” y reportero nato; sus genes espirituales compartidos con José Martí, Pablo de la Torriente Brau y Ryzard Kapuscinsky. Su fraternal vocación para darles voz a los otros. Su enciclopedia mental asombrosa. Su autenticidad, para ser él en un contexto en el que muchos se parecen a muchos.
Pero las noticias, tan grises a veces, ignoraron un pequeño detalle, que solo quienes amaron a Guillermo profundamente han soltado al aire. Aquello del fin no fue más un truco perfecto. Un acto ilusionista ideal para dejarnos con todo lo que él quiso y querernos en todo lo que nos dejaba. Porque a ver, quién, que confíe como se debe en los genios, puede imaginar que ellos mueren; que convocan a sus seguidores a una ocurrencia sin límites y después mueren; que hacen vivir los mil amores en sus palabras, y mueren. ¿Quién, que recuerde, como se debe, los cuentos de hadas; que apueste, como se debe, a los atardeceres; que viva, como se debe, el encanto sin par de la poesía, puede pensar que la muerte es el colofón de tanta quimera?
Nadie. Nadie nunca podría pensarlo.
Por eso, para recordar al Guille, al Flaco, y Poeta, y Feo, como él mismo llamaba a cuantos acudían a pedirle una idea, no hay nada mejor que conversar con él. Latirlo en sus palabras. Hacerle una entrevista. Este diálogo nunca sucedió para los periódicos. Para nosotros, ocurrió un día parecido a siempre. Eso sí, con Guillermo hablamos en presente; y el único orden que nos guió fue la ocurrencia.
¿Qué significa su nombre?
Cierta vez, cuando trabajaba en la revista Somos Jóvenes, un redactor buscó en el diccionario de nombres y apellidos el de cada compañero. La traducción completa del mío era así: “el señor del castillo que protege a las cabras”, porque Guillermo es de origen teutón y significa “el que protege”.
-¿Cree Usted en la felicidad?
Es habitual oír que la felicidad no existe, sino tan solo momentos felices. No tengo intenciones de desmentir tal afirmación porque de la misma manera podría argumentarse que la infelicidad tampoco existe, sino tan solo pasamos momentos infelices.
-¿Es verdad que junto al periodismo alguna vez se dedicó a la construcción?
Tengo alguna experiencia en obras de construcción. Azares y causas. En 1972, un grupo de colegas y trabajadores de Juventud Rebelde, fundamos la primera microbrigada de periodistas que construyó un edificio de 20 apartamentos allá por Alamar. Fuimos 33; 13 no necesitábamos vivienda. Me gradué -con mucha dignidad-, de media cuchara y azulejeador clase Z. Según noticias, los techos de aquella obra no se filtran aún, y los azulejos no se desprenden.
-Si le pidieran que sintetizara el deber moral de un hombre de prensa, ¿qué diría?
Los periodistas tenemos que hablar, escribir y filmar en nombre de quienes no pueden hacerlo. Nos corresponde ser la voz de los mudos, el oído del sordo, la mirada del ciego, porque como dice Silvio nuestra canción es de todos, aún de aquel que no pueda escucharla.
-Un periodista es también un recordador, cuándo acuden a usted, especialmente, los recuerdos.
El recuerdo no tiene fecha fija en el calendario del alma. Las personas queridas están presentes en sitios inimaginables. Tengo museos que asocio con voces, calles unidas a un rostro, iglesias que tienen la tibieza de una mano, de unos ojos limpios.
-De su pasión por la Historia de Cuba destaca los textos que ha escrito sobre Camilo Cienfuegos. ¿Hasta dónde era mito y realidad este héroe?
Una vez un campesino dijo: “Solo el mar pudo apagar los cien fuegos de Camilo”, y con esa frase lo sacaba de la historia para entrarlo de lleno en la leyenda. Las leyendas nobles tienen una sobrevida en la historia.
¿Cuál sería su credo fundamental?
Creo en el valor de la palabra y en el compromiso de los seres humanos. La palabra vale más que la propia escritura. Es la firma oral. Di y cumple.
Algunos de sus amigos dicen que Usted siempre se comporta como un niño, ¿por qué?
Los niños tienen salidas inesperadas. Recuerdo aquel vejigo que al cruzar con su padre por el cementerio preguntó con toda seriedad: “Papá, ¿ahí es donde viven los muertos?” O aquel otro que para dar la dimensión de su amor le dijo a la madre: “Te quiero de la calle al cielo”.
Una de sus cualidades es que a cada instante tiene a mano un proverbio para regalar…
Soy amigo de las frases ingeniosas y de los refranes. Estos últimos representan generalmente la síntesis de múltiples experiencias y se enriquecen en su contradicción. Si alguien puede aconsejar “al que madruga Dios lo ayuda”, otro puede contradecir: “No por mucho madrugar amanece más temprano”.
¿Qué son para usted las fechas históricas?
Oleajes de pueblos que arriban a las playas de la humanidad. Habrá quien piense: el destino trae sus designios; sí sé que cada generación lleva en sí misma sus relevos generosos.
¿Cuál es su definición del beso?
-Besar es un arte, es decir be-sar-te. (…) Se afirma que pone en movimiento ¡34 músculos! El más largo boca a boca en la historia del cine lo protagonizaron Jane Giman y Regis Tommey, en la película You are in the Army now (1941) ¡Duró 3 minutos 5 segundos!
Diez minutos de besos apasionados queman hasta 150 calorías. Tribus africanas temen que el alma se escape por la boca. No les falta razón, porque a veces he tenido que pedir que me devuelvan la mía, atrapada en el rosado cielo de una boca.
¿Cómo ha leído a El principito, de Exupery?
Para mí es un libro de inconformidades, porque a nadie debe bastarle lo que ya sabe, sino que debe sentir la necesidad de buscar nuevos planetas. (…) El viaje del principito sirve para profundizar con aparente inocencia en las actitudes humanas. Mediante el rey (la autoridad), el borracho (el vicio), el negociante (la avaricia), y otros rasgos humanos representados por el sabio, el farolero, Antoine va develando y rebelándose contra la rigidez de las costumbres y las sinrazones de un mundo habitado por la injusticia social.
Usted ha sido de los pioneros en aplicar en Cuba fórmulas participativas para los espacios periodísticos. ¿Qué nos puede contar de eso?
Allá por el año 77 fundé (y dirigí durante diez años) la revista Somos Jóvenes. Comencé a escribir la sección Mi carta, y probé la delicia del periodismo compartido. Luego inicié Abrecartas, en Granma, y sentí que cambiaba la edad de los lectores, pero se mantuvo la certidumbre de sentirme acompañado.
Con “Tecla ocurrente” percibo la hermosa sensación de que se juntan las edades, y disfruto el raro privilegio de ser lector de mis lectores.
Sabemos que maneja como pocos periodistas la síntesis. ¿Recuerda anécdotas al respecto?
Me pidieron enseñara síntesis a seis amigos. Acepté el reto. Una profunda máxima filosófica tiene una sola palabra: ¡Conócete! Durante la charla los invité a sintetizar el cuento más corto del mundo escrito por Monterroso: “Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”. De las siete palabras, eliminamos dos: “Despertó. El dinosaurio todavía estaba”.
De los poetas de la Isla, ¿cuál es su preferido?
Debo decir que la fina García es mi poetisa cubana favorita; sí, esa finura de mujer que comparte vida, obra e hijos talentosos con Cintio. Tal vez sea un atrevimiento mío decir -y soy atrevido-, que en poesía ella es la mejor del siglo XX cubano.
Algunos apocalípticos hablan del fin del Periodismo, ¿qué les diría?
El periodismo sigue siendo el acta notarial del tiempo que se vive, el borrador de la historia en apuntes tomados al vuelo.
¿Usted, que tanto escribió de la vida, se ha imaginado en la quietud del camposanto?
Alguna vez conté cómo escapar del cementerio. Mi fórmula es sencilla: encargo a mis amigos la confección de un reloj de arena. (…) Las cenizas se instalarían dentro, pero sin voltear en horas fijas, porque nunca he sido puntual. Prefiero dividir el día en mañana, tarde y noche. “Te veo en la mañana”, para no ser esclavo del minutero. Habría que colocar, tanto para ser leído boca arriba como boca abajo, los versos inmortales de Quevedo: “Polvo seré, mas polvo enamorado”…
* Todas las respuestas de Guillermo son frases textuales extraídas de trabajos periodísticos suyos.
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