 ¡Viva  Céspedes!, en alusión a uno de los más insignes patriotas cubanos, fue  la frase pronunciada por el popular guarachero Jacinto Valdés, durante  una función, el 21 de enero de 1869, en el Teatro Villanueva.
¡Viva  Céspedes!, en alusión a uno de los más insignes patriotas cubanos, fue  la frase pronunciada por el popular guarachero Jacinto Valdés, durante  una función, el 21 de enero de 1869, en el Teatro Villanueva. 
Al otro día, el afamado inmueble de la colonial villa de San  Cristóbal de La Habana se cubrió de banderas cubanas y las mujeres se  adornaron con los colores de este símbolo nacional (blanco, rojo y  azul); con gritos del público de ¡Cuba libre!
Ante desafiantes  acciones, la represión del ejército español no se hizo esperar. Los  voluntarios apostados cerca del teatro dispararon al edificio de madera y  a los que huían, lo cual provocó la masacre conocida como Los sucesos  de Villanueva, hecho que marcó el Día del Teatro Cubano, según  historiadores y críticos.
Pero tal acontecimiento es solo uno de  los más representativos en el estrecho vínculo del arte de las tablas  con la identidad cubana, porque sus orígenes en la nación caribeña se  remontan a los antiguos rituales de los Areítos, una expresión de la  cultura aborigen en la isla.
Los integrantes de este grupo, cuyo  vocablo antillano proviene del arahuaco aririn que significa ensayar o  recitar, mezclaban canto, baile, poesía, coreografía, música, maquillaje  y pantomima en cada ceremonia, alegórica a liturgias religiosas, ritos  mágicos de la vegetación, epopeyas e historias tribales y sucesos  cotidianos.
Bajo la dirección del tequina, sinónimo de maestro,  artesano o experto, estas fiestas colectivas tenían lugar en la plaza  (batey) o en el espacio más ancho de la casa (caney) del behique  (brujo), ante la ausencia de plataformas, anfiteatros o sitios  apropiados para sus representaciones.
Sin embargo, la historia  recoge a El príncipe jardinero y fingido Cloridano, del habanero  Santiago de Pita y Borroto, como la primera obra teatral cubana, escrita  en Sevilla, España, entre 1730 y 1733, y en la que su autor demuestra  su amplia cultura y maestría del oficio, pero obvia las referencias al  paisaje insular y las costumbres cubanas.
No obstante, el también  habanero Francisco Covarrubias, creador del género vernáculo y de su  popular personaje del negrito, es considerado el fundador del teatro  nacional cubano, pues fue el primer intérprete local que ganó amplia  fama entre los teatristas del país y los mejores actores españoles, a lo  largo de medio siglo.
Con el tiempo, el auge de este arte  milenario hizo sentirse en Cuba, y en apenas 30 años se desarrollaron  diferentes géneros, surgieron teatros, compañías e intérpretes de  calidad, hasta llegar a las corrientes más modernas de fusionar la  danza, la música y el canto, sin abandonar la identidad.
Muchos  nombres imprescindibles y momentos cruciales en la escena cubana pueden  mencionarse en esta apretada síntesis, pero antes de bajar el telón  extendemos el aplauso a Virgilio Piñera, considerado el más grande autor  teatral cubano del siglo XX, y cuyo centenario de su natalicio se  celebrará el 4 de agosto de este año.
Teatro cubano, sello de identidad nacional
 
       
		
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