La doctora Gema Valdés Acosta, profesora de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV), Cuba, es la autora principal del Diccionario de bantuismos en el español de Cuba, recientemente distinguido con el Premio Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba. Rubia, pequeña de estatura, aparentemente frágil, resulta difícil imaginársela en las selvas del Congo, tras la garantía del origen africano de palabras como malanga, quimbombó, ñame y bemba… De cómo surgió la idea, la relación afectiva de la investigadora con los datos, la utilidad práctica del texto y otros aspectos de interés, trata esta entrevista a quien confiesa que tras el éxito se esconden…
INFINITAS HORAS DE ESTUDIO PARA RESOLVER ENIGMAS
Por Mercedes Rodríguez García
Ya el Premio está en casa. Hace apenas una semana regresó de La Habana, y es hora de integrarse por completo a lo que ella ha bautizado «plan tareco de verano». Tras el agotamiento y el estrés «académico», no encuentra mejor terapia que poner en orden, una vez desempolvados y clasificados, centenares de libros que va amontonando sobre el piso y muebles de la amplia saleta hogareña. Algunos títulos repetidos los regalará, pero al basurero, ¡ninguno! En la era digital los textos especializados impresos resultan verdaderas joyas.
—Esta pregunta puede parecerle obvia, pero con sinceridad, me la han hecho varias personas, incluso, cuestionándose al mismo tiempo la utilidad del texto. ¿De qué se trata?
—Es una buena pregunta. Incluso entre lingüistas puede haber un grupo que piense que no vale la pena ocuparse de esta parte de nuestra variante lingüística. El diccionario de bantuismos está concebido para todo aquel que quiera acercarse a una parte de nuestra identidad aún insuficientemente valorada. Sutiles barreras de siglos que se manifiestan, entre otras cosas, por un desconocimiento casi absoluto de las riquezas de las culturas africanas.
—¿Una prueba fehaciente de que todos los cubanos somos portadores del legado africano?
—Sin duda. Utilizamos vocablos de ese origen como malanga, quimbombó, ñame, bemba, y este hecho, comprobado por la ciencia lingüística, nadie lo puede ignorar ya.
—¿Las primeras investigaciones?
—En el curso 1969-70. La Universidad envió a sus estudiantes a zonas azucareras y un grupo de Letras fue ubicado en Santa Isabel de las Lajas. El contacto diario con los portadores de estas culturas bantúes (llamados congos en Cuba) constituyó una revelación. Se hicieron trabajos simultáneos en historia, antropología y lingüística, lo que propició cierta solidez e interdisciplinariedad desde el principio. Luego continuaron investigaciones en Sagua la Grande, Ciego de Ávila, Remedios, Trinidad.
—Los remanentes de las lenguas bantúes en Cuba (2002), editado por la Fundación Fernando Ortiz y la Cátedra de Estudios Afroiberoamericanos de la Universidad de Alcalá, y premiado también por la Academia de Ciencias de Cuba (2003), ¿pudiera considerarse un antecedente del actual?
—Sí, fue una etapa necesaria en un proceso de desarrollo teórico. Hice mi tesis de maestría y la de doctorado en esta temática. Con todo este material se hacían necesarios una organización y un procesamiento lexicográfico de los datos. Así surgió la idea de un diccionario con técnicas modernas que fuera una continuación en el siglo XXI de la labor de Fernando Ortiz, a quien le debemos mucho. En esta tarea me ayudó una alumna con su trabajo de diploma, Myddri Leyva Escobar, que unificó todo el material recopilado y es coautora del diccionario. Y, por supuesto, inapreciables los contactos internacionales, especialmente con esa universidad española que me permitió acceder a bibliografía actualizada, así como contactar con lingüistas africanos para el trabajo de campo en la República Democrática del Congo.
—Me contaron que en su periplo por África y Brasil le ocurrieron algunas situaciones; peligrosas unas, graciosas otras. Que en Angola la atacó un león y se defendió tirándole la mochila que llevaba. Que en Brasil comió serpiente asada. ¿Realidad, corrillos o parte de ese mito que suele rodear con el tiempo a ciertos profesores?
—¡Exageraciones! Me fui a España, y de buenas a primeras pido autorización para irme a las selvas del Congo, en un país en guerra, y donde no había realmente una embajada cubana establecida. Me fui con una preparación de un mes. (En esto me ayudó mucho Germán de Granda, quien me acogió en su casa en Valladolid para organizar las técnicas de trabajo.)
—¿Cierto que fue sola y con una «mochilita» nada más?
—Me acompañaba un ayudante-intérprete, con logística de los kimbanguistas (miembros de una religión cristiana africana). En la mochila llevaba las prendas imprescindibles, una pequeña grabadora de pilas, una caja de casetes vírgenes, una camarita fotográfica de rollo, una linterna, para el movimiento en la selva; un salvoconducto militar, muchas pastillas potabilizadoras de agua y tres casetes con música de Silvio Rodríguez. Y sí, hubo muchas situaciones de todo tipo en este contexto: comidas «exóticas» (por llamarlas de alguna forma), costumbres sociales diferentes, tormentas y peligros que darían para una buena novela. Realmente disfruté mucho esta experiencia y regresé del viaje con una perspectiva mucho más clara de lo que debía hacer como lingüista cubana.
—En África se hablan más de mil lenguas diferentes y muy pocas cuentan con documentos literarios escritos, aunque la mayoría sí posee una amplia tradición de literatura oral. ¿Existió una «gran dificultad» para reunir en un volumen lexicográfico 263 vocablos de origen bantú presentes en nuestra lengua?
—Hubo no una, sino muchas grandes dificultades. Uno de los aspectos más difíciles fue la garantía del origen africano. En este tipo de estudio hay que partir del hecho de que los remanentes lingüísticos recorren un camino diferente a sus datos matrices que funcionan en África. Sin embargo, es imprescindible realizar un estudio comparativo con esos datos, que los lingüistas llamamos coétimos. El costo de una estancia en África para Cuba es casi imposible de cubrir, por ello estoy tan agradecida a la Cátedra de Estudios Afroiberoamericanos de Alcalá, que dirige don Luis Beltrán, y que garantizó esta estancia de trabajo en la República Democrática del Congo.
—Pero, al final, ¿más éxitos que dificultades?
—Esta confrontación en tierras africanas con las lenguas bantúes impulsó extraordinariamente los estudios y los resultados en la última década, y pueden equipararse a lo que se hizo durante todo el siglo XX en América hispánica. A pesar de todos estos adelantos aún quedan unos 200 vocablos nuevos por procesar. Algunos se resuelven en unas semanas, otros nos dan mucho trabajo y los estamos valorando por años hasta eliminarlos o encontrar su particular historia. Así tenemos sin resolver todavía casos, digamos, guarandinga, temba, buquenque (el famoso tramitador de pasajeros en las terminales).
—El repertorio lingüístico bantú ha coexistido durante siglos dentro del español como lengua. En Cuba, ¿hay indicios de desaparición inmediata o, todo lo contrario? ¿Por qué lo uno o lo otro?
—Los últimos trabajos realizados constatan la permanencia de estos repertorios lingüísticos. Las causas son extralingüísticas, vinculadas a los contextos sociales, a los cambios de políticas ante las religiones afrocubanas, y a que el hombre, en condiciones de máxima tensión, como vive el mundo actual, busca soluciones y apoyo en estas creencias, que son, a diferencia de otras religiones, muy pragmáticas y plantean solucionar cosas en este mundo y no en otro. Por otra parte, las palabras de origen bantú del vocabulario coloquial y general (tipo malanga, ñame) están firmemente arraigadas en nuestra variante lingüística e, incluso, muchas no tienen sinónimos, lo que evidencia su gran valor funcional.
—Los diccionarios también reflejan las actitudes lingüísticas y culturales de quienes los hacen. En su caso, ¿alguna relación espiritual, afectiva con el bantú o puro interés académico?
—Creo que no se puede hacer ciencia solo con el cerebro, hay que poner el corazón. La relación con los datos del diccionario es altamente afectiva. Cada información que contiene es resultado de muchas horas de estudio, de resolver enigmas, de muchas entrevistas dentro y fuera de Cuba. Respeto extraordinariamente las creencias religiosas de todo tipo, incluidas las africanas, y siento gran felicidad cuando veo que estas manifestaciones han resistido las pruebas más increíbles durante siglos. Por ello, aunque no sea practicante del Palo Monte, estoy muy ligada académica y espiritualmente a este legado, que considero cultural.
—¿Cómo enfrentar los problemas discriminatorios que inciden de manera directa en la escasa o equivocada valoración de la mayoría de los que se ocupan de trazar las normas lingüísticas de nuestra lengua materna?
—Afortunadamente, hay un cambio favorable entre los académicos cubanos, no así en la Academia de Madrid, a pesar de la democratización que ha sufrido en las últimas décadas. Es una larga batalla que solo puede ser ganada con conciencia, paciencia y ciencia, como decía Fernando Ortiz. Especialmente a los lingüistas cubanos exige elevar su nivel científico para poder enfrentar la mirada de la Real Academia Española (RAE) y triunfar en ese examen. Solamente con solidez en las investigaciones podremos abrirnos paso en este frente de combate.
—¿Cuál mirada? ¿La de no ofrecer el mismo nivel de exactitud ni de información científica que cuando describe vocablos de origen latino o griego en cuanto a los africanismos? En estos casos, ¿mejor acudir a su diccionario que al de la RAE?
—La Academia siempre ha sufrido ese vacío, ya que no tiene lingüistas interesados en tales aspectos. Hace dos años murió el único académico español que se interesaba, y luchaba, en estudios semejantes: don Germán de Granda, un gran lingüista. Estuvo en Cuba y nos ayudó mucho en nuestro trabajo. En tal sentido, el Diccionario de bantuismos en el español de Cuba cubre las lagunas del DRAE tanto por la cantidad de datos como por sus registros y enfoques analíticos.
—¿Dónde adquirirlo?
—No tengo una idea exacta. El diccionario fue editado por el Centro Juan Marinello y su distribución se supedita, supongo, a esta institución. Me prometieron que se enviaría a todas las bibliotecas provinciales. Se presentó en la Feria del Libro en La Habana y en Santa Clara, y fue vendido en ambas ocasiones.
—¿A quiénes se lo recomendaría de manera especial?
—A todos los interesados en la historia de muchas palabras que usamos los cubanos y que no sabemos de dónde vienen, a especialistas de los medios de comunicación masiva, a todos los docentes relacionados con nuestra variante lingüística, a antropólogos, a estudiosos de la cultura cubana, a escritores y también, por supuesto, a los vinculados a este legado, incluidos los practicantes del Palo Monte.
—¿Proyectos, Doctora?
—Recién hemos iniciado un gran proyecto avalado por la Unesco, y auspiciado por las universidades de Alcalá (España) y de Rondonia (Brasil). Participan más de siete países.
—¿Un sueño hecho realidad?
—Un sueño que tiene como título «Rehabilitación del patrimonio inmaterial afroibero-americano: los bantuismos en el español y el portugués de América». Nuestro diccionario serviría como patrón metodológico para el estudio de esta macroinvestigación, ya que Cuba, en particular nuestra Universidad, ha sido seleccionada para la dirección técnica de la parte del español.
—No hemos hablado de años, porque en realidad usted tiene los que parece. Mas, ¿qué tiempo quisiera vivir?
—Unos 200 años. Son los que necesito para materializar las ideas, los planes, proyectos que traigo entre manos o en la mente.
—¿Hasta cuándo el aula?
—Para mí, la docencia y la investigación están estrechamente intercaladas, y mis estudiantes constituyen un eslabón de primera jerarquía en esa interrelación. La docencia estará en mi vida hasta que las fuerzas me den y mi cabeza esté lúcida.
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