El desmochador
Rafael Jiménez Fuentes vive en la desembocadura del Río Toa en Baracoa, Guantánamo, tiene 88 años y se le conoce como El Desmochador. Escala las matas de coco y recolecta la fruta con una habilidad sorprendente. Para su cuenta, “tumba un promedio de 500 al día”.
Su estatura no rebasa los 1.60 metros y su figura encorvada lo hace ver todavía de menor tamaño. Sus piernas guardan la deformación de un ejercicio por encima de la capacidad humana.
Describe su vida de “trabajo duro”. Nació en Sagua de Tánamo y a los ocho años quedó huérfano de padre, al frente de doce hermanos menores, ya nacidos. Por 25 centavos cortaba caña sin otro alimento que el alcohol y el guarapo extraído de la gramínea que “pica la piel con el sol bravo pegado a la espalda”.
Vino a vivir a la playita de Saratoga, en la desembocadura del Toa porque “la pesca da alimento todo el año y no por períodos como la caña”. Tampoco se siembra ni hay que atenderla como los cultivos: “El pescao siempre está esperando para ser enganchado”.
El Desmochador desea no recordar “su pobreza de los tiempos de antes y prefiere hablar de ahora”, de sentirse dueño de una casita a la orilla de la playa con luz eléctrica.
Cuenta que con la entrada de un ciclón o con la crecida de las aguas del río viene una brigada a evacuarlo para llevarlo a una escuela cercana y ahí recibe todos los alimentos y atenciones médicas junto a su familia y vecinos.
Comenta que al regresar ve la huella dejada por el mar y siempre sobrepasa el portón de la casa, pero jamás se pierde nada porque los muebles y equipos se suben a lugares altos cuando escuchan los primeros partes meteorológicos por la televisión.
Muestra las fotos de sus cinco hijos y está orgulloso porque el mayor es un maestro, director de escuela, con méritos y galardones que lo han llevado a participar a eventos académicos fuera del país a pesar de “vivir en una zona tan intricada como esta”.
Los restantes han estudiado diferentes especialidades “hasta donde quisieron” y en la familia hay técnicos y obreros, pero los nietos: “se mantienen en el estudio”.
Su orgullo es pertenecer al destacamento de vigilancia Mirando al Mar que cuida las costas cubanas.
Asistió a dos cursos que lo prepararon en detectar los cargamentos de droga que recalan en la playa y cuando alguien ve los paquetes enseguida se activa la alarma y llaman al puesto de mando de guardafrontera.
“Lo aseguro periodista, por aquí, nunca va entrar ni un poquito”.
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