Dos grandes hazañas de Martín Dihígo, el inmortal
(Foto: Tomada de la edición digital del periódico Granma)
Muchos de los que lo vieron jugar decían que era el pelotero más completo que había pisado un terreno de béisbol. Por algo, al confeccionarse el equipo negro Todos Estrellas de todos los tiempos, lo denominaron como el más versátil por su facilidad para jugar las nueve posiciones.
De él dijo el legendario lanzador Leroy Satchel Paige: «Dihigo es el pelotero más completo al que me he enfrentado en las Ligas Negras. Era una estrella en cada posición. Tenía unas manos fuertes, seguras, gran velocidad, pero sobre todo, gracia para jugar a la pelota».
Con esta opinión coincidió otro estelar, Back Leonard, quien afirmó: «Dihigo lo hacía todo bien» jugaba cualquier base y, además, era un pitcher que hubiese ganado al menos veinte juegos en las Mayores. Lo veía y no salía de mi asombro, todo lo hacía con soltura y elegancia, tenía vista, tenía piernas, tenía brazo y era inteligente».
Así de grande era Martín Magdaleno Dihigo Llanos, uno de los cuatro cubanos exaltados al Salón de la Fama de Cooperstown, sin haber transitado por las llamadas Ligas Mayores, debido a la barrera racial establecida en ese nivel hasta 1947.
Entre las tantas hazañas rubricadas por este excepcional jugador fallecido hace 40 años, está la que protagonizó con los Leopardos de Santa Clara, en la temporada de 1935-1936, en la cual participó como manager-jugador.
Como director guió al Santa Clara a la conquista de su segundo banderín en la Liga Cubana con balance de 34 y 14. No conforme con eso, se adjudicó nueve lideratos, entre ellos los de ¡bateo y pitcheo!
Terminó al frente de los bateadores con 358 de average y encabezó el casillero de ganados y perdidos entre los serpentineros con 11 satisfacciones y 2 fracasos, para 846 de promedio.
Además culminó de puntero solitario en anotadas (42) y triples (8) y compartió la cima de los hits (63) con Willie El Diablo Wells y de empujadas con Hill «Cy» Perkins (38).
En el pitcheo, a su corona en average de ganados y perdidos, le añadió la de victorias (11), juegos completos (13) y lechadas (4).
Dos años más tarde en México, rindió una labor similar con las Águilas de Veracruz, al obtener el liderato de los bateadores (387) y acaparar los principales departamentos en el pitcheo, pues resultó el mejor en ganados y perdidos con 18 y 2 (900), en ponches (184) y en promedio de carreras limpias (0.90).
Falsos rumores
Aunque nació el 25 de mayo de 1906 en el ingenio Jesús María (Cidra), actual municipio de Limonar, Matanzas, Dihigo vivió sus últimos años en Cruces, donde residía su esposa María Aurelia Reina Rodríguez (conocida por África).
De ahí que en el año 1969, al sufrir una dolencia cardíaca, El Inmortal fuera ingresado en el Hospital Regional de Cienfuegos. Se corrieron entonces rumores de que Don Martín había fallecido. Incluso la falsa noticia llegó a Estados Unidos y fue muy lamentada por Roy Campanella, uno de los mejores receptores en la historia de las Grandes Ligas.
Al enterarse de todo lo sucedido, en una de las entrevistas que le hicieron Dihigo expresó: «Hombre, que va, yo no voy a morir hasta 1978».
Su última presentación pública ocurrió el 13 de mayo de 1969 en el estadio Augusto César Sandino, al ser invitado a realizar el primer lanzamiento en un juego correspondiente a la II Serie de las Estrellas. La pelota se la devolvieron al inolvidable José Antonio Huelga, quien se encontraba a su lado, pero Don Martín se la quitó y mientras se la guardaba en el bolsillo le dijo: «No ves que este es mi último lanzamiento».
Poco tiempo después de ese acontecimiento, el 20 de mayo de 1971, víctima de una trombosis cerebral dejó de existir el extraordinario pelotero.
Entre las tantas crónicas que le dedicaron extraigo un fragmento de la que le escribió el gran Bobby Salamanca, la cual aparece en el libro El inmortal del béisbol Martín Dihigo, de Alfredo Santana Alonso:
«Los que con él fueron jóvenes y no se saben viejos —señaló Bobby—, pensarán que ya puede morirse cualquiera (…) si se murió el Inmortal, con la muerte de Martín no hacen juego las frases fúnebres (…). Si la muerte diera un chance, hoy volvería a reírse de Campanella. «Ahora es verdad, Roy, pero quizás tú ni lo sabes esta vez.»
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