Cuando las inclemencias superan a las sociedades modernas
Antonio Cerrillo
La Vanguardia, Barcelona
Los estragos del temporal de nieve en Gran Bretaña, Suecia, Francia y otros países del oeste de Europa han vuelto a demostrar la vulnerabilidad de las comunicaciones y la supeditación de la economía a las reglas de la naturaleza. Pasajeros retenidos en las carreteras, viajeros incomunicados en los aeropuertos y una vida cotidiana convulsionada por la nieve han evidenciado que, incluso en los países más avanzados, la protección civil sólo puede ofrecer cuidados paliativos frente a los efectos de unos fenómenos meteorológicos extremos. “Es como si en un mundo cada vez más tecnificado, la naturaleza recordara nuestros propios límites”, dice el filósofo y ensayista Jordi Pigem.
El hombre ha intentado progresar sometiendo la naturaleza a un dominio continuo. Ha querido domarla. Ha explorado las selvas y ha subido al último pico del mundo; ha sido capaz de llegar a los fondos de los mares y adentrarse en el espacio y la física. Su superioridad sobre los otros congéneres del planeta le ha llevado al convencimiento de que puede modelar el planeta casi a su antojo y causarle todo tipo de impactos. Pero su osadía le lleva a veces a ignorar su fragilidad.
Y eso le deja perplejo. Así, la semana pasada, inesperadamente, unos jóvenes españoles permanecieron bloqueados varios días en el aeropuerto de Bruselas, con una actitud confusa. “Nos han dicho que se les ha acabado el líquido anticongelante de los aviones y por eso no sabemos cuándo podremos despegar; no sabemos cuándo regresamos a Barcelona”, dice uno de ellos por teléfono.
Su extrañeza resume hasta qué punto hemos ignorado nuestros propios límites. Sorprende que la falta de líquido congelante haga cerrar un aeropuerto europeo, pero ese hecho ratifica que la flaqueza ante la naturaleza iguala a los países europeos, los del Norte y los del Sur.
La gran paradoja es que, “cuando mejores predicciones meteorológicas podemos hacer, aumentan los episodios de personas atascadas en los aeropuertos; y cuando tenemos la tecnología más sofisticada, comprobamos que la erupción de un volcán puede detener el tráfico aéreo en Europa”, dicen Pigem. “La predicción meteorológica ha mejorado y las alertas ayudan a preparar los equipos de emergencia, y a distribuir los efectivos. Una previsión bien hecha disminuye los efectos de lo que va a llegar”, constata Antonio Conesa, delegado en Catalunya de la Agencia Estatal de Meteorología, defensor de la planificación española. Pero un incremento de la ocupación del territorio y de la movilidad diluye a veces el éxito.
“Todos estos hechos nos invitan a reflexionar sobre la necesidad de reorientar nuestra economía para integrarla en los ciclos de la biosfera. Podemos tomarlos como una cura de humildad”, dice Pigem.
La frustrante espera en un aeropuerto sirve de metáfora del vano intento de superar límites que no logramos franquear. De la misma manera, cada vez buscamos petróleo en lugares más recónditos y remotos, porque el petróleo en zonas accesibles ya lo hemos consumido. Y esa lucha en la frontera de lo posible causó el accidente de la plataforma del golfo de México. También sabemos que estamos a punto de rebasar otras fronteras del equilibrio del planeta, al forzar el cambio climático (con las emisiones de gases invernadero) o al causar la desaparición de especies.
El hecho de que estemos alterando la composición y la dinámica de la atmósfera hace prever más fenómenos meteorológicos extremos como los que hemos tenido en las últimos décadas, recuerdan los meteorólogos, y entre los que pueden incluirse estos temporales.
Los estudios sobre cambio climático prevén que, además del calentamiento, pueden darse temperaturas más bajas si se interrumpiera el flujo de la corriente del Golfo que calienta las costas del oeste de Europa. Un estudio de investigadores rusos (Journal of Geophysical Research) apunta que la reducción de la banquisa ártica a causa del calentamiento hará más probable la aparición de inviernos más rigurosos en Europa. Todo indica que las temperaturas seguirán aumentando, pero estamos en una situación en la que hay muchas posibilidades de que los termómetros suban y de que en determinadas condiciones bajen. “No vamos a seguir con un clima estable como el que disfrutamos en el pasado”, dice Pigem.
Adiós a la regularidad climática. Viviremos tiempos más convulsos. “La dirección hacia la que se va a decantar el cambio climático es imprevisible. Pero podemos empezar ya a prepararnos psicológicamente para orientarnos en la incertidumbre”, señala Pigem. La naturaleza no es tan previsible como habíamos creído. Tenemos una capacidad para prever con detalle el tiempo con una antelación de unos tres días, pero hay tantos factores implicados que la precisión de la predicción decae cuando se hace a más largo plazo.
Lo más relevante de todos estos episodios es comprobar que “estamos ante situaciones nuevas y que nos enfrentamos a desafíos que antes no teníamos, pero tenemos que integrarlos mejor en los ciclos económicos”. En un contexto de mayor incertidumbre, seguramente, tendremos que aprender a vivir mejor, con menos recursos energéticos. Ya no podremos confiar en la abundancia energética que hemos tenido hasta ahora, entre otras cosas porque el petróleo barato ya se ha acabado. “Todo lo que está pasando debe ser un estímulo para desarrollar la creatividad humana, para reorganizarnos a fin de poder tener una vida buena en esta situación nueva. Hemos entrado en un nuevo diálogo con la naturaleza”, opina Pigem.
Y ¿debemos renunciar a viajar tanto en avión? Quedarse incomunicado en un aeropuerto se interpreta como una catástrofe. Los vuelos se han convertido en un indicador recurrente del mundo desarrollado. Sus flujos de pasajeros son las arterias de la economía global y, cuando se corta este fluido, es como si el sistema sintiera la fiebre que delata una enfermedad.
La aviación es el método más sofisticado de transporte, y el que se supone que muestra más la superioridad del ser humano sobre la naturaleza. Por eso, que haya unas partículas de cenizas que, emitidas a miles de kilómetros, corten el tráfico aéreo es como una lección de humildad. Nos creemos que somos el no va más, y resulta que una pequeña erupción de un volcán detiene el tráfico de los aviones. Se dice que se cierre el tráfico aéreo, pero pasan todas las aves migratorias.
El lenguaje delata el ansia de dominación. Es como si dijéramos que tenemos la llave para cerrar el espacio aéreo, cuando en realidad lo compartimos con las aves. Pero nunca conseguiremos la eficiencia o la funcionalidad que tienen los diseños de la naturaleza, dicen los expertos.
Fenómenos geológicos como el volcán de Islandia o estos fenómenos climáticos nos recuerdan que, por más que lo queramos, la naturaleza escapa a nuestro control. Y aunque sabemos mucho más sobre cómo funciona la dinámica física de la Tierra, siempre hay nuevas incógnitas que nos revelan todo lo que no sabemos.
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