Sin oídos necios
Por Ricardo R. González
Maestra de oficio y corazón, mi abuela dejó lecciones imborrables para enfrentar ese día a día de la vida. Me parece verla cada vez que nos decía: « Saber escuchar es un arte, y hay que aceptar las diferencias porque, aunque nos parezcan ilusorias, pudieran convertirse en una gran escuela.»
Y cuán valedero resulta ese arte de oír despojado de todo unilateralismo, y de ese signo que marca un total irrespeto al comportarnos como verdaderos irreverentes.
Ahora que ya corre diciembre, y se procede al análisis del Proyecto de la Política Económica y Social constituye un buen momento para medirnos en esa clase magistral que aguarda por nosotros, y a la que debe inyectársele múltiples fundamentos abordados con toda sinceridad.
No habrá frenos para dar riendas sueltas a las expresiones, mas pido prudencia a quienes les gusta hablar por autocomplacencia, a esos que consumen 20, 30 minutos o quién sabe cuánto del irrecuperable tiempo a fin de conjugar verbos, sustantivos y anécdotas personales que poco o nada aportan a un contexto, y hacen a las reuniones aburridas en medio de ese columpio de banalidades.
Pido cautela ante reiteraciones de lo ya expuesto, a esas voces que inician «como dijo fulano»… y repiten lo abordado, sin aportarle al ajiaco un nuevo ingrediente.
A veces molesta que un auditorio pierda el interés, converse en voz baja, sonría, haga chistes, o aleje su mente de cualquier asamblea. Si ello ocurre, además de la falta de urbanidad, es porque existen fallas evidentes, y por lo general recae en el hecho de que el interlocutor no es capaz de motivar con algo «motivante».
Hablo solo de cautela y prudencia. No de vetar a nadie, pues en estas citas, en la que se define el porvenir, me gustaría que la exposición de Juan —por decir un nombre—la dejaran llegar al final y que no sea cortada. Como él, la de tantos obreros que, a lo mejor, pronuncian un incorrecto «haiga» intermedio sin que le reste importancia al planteamiento.
Posiblemente entregue una idea vital en este proceso de enriquecer un texto devenido plataforma para garantizar el mañana de quienes, desde dentro del archipiélago, configuran su modelo en medio de atipicidades notorias al buscar el pan nuestro de cada día.
Sería útil que antes de acudir a la discusión repasemos su contenido con el propósito de ver aquellos detalles que merecen ampliarlos o enriquecerlos con la sabia popular, sin ápice de temores, superficialidades o indiferencias.
No coincidir, discrepar o pensar de otra manera está muy lejos de situarle al portador el cartelito de extraterrestre, antisocial o desafecto como ha ocurrido en etapas precedentes de nuestra historia. Raúl lo ha dicho, y esa amalgama constituye otra de las formas de aprender, de propiciar la diversidad de criterios, y de ver que la existencia admite matices bajo el principio de absoluto respeto.
No hay aspecto de la contemporaneidad que escape del documento. En mayor o menor medida cada acápite nos toca, chocamos con encrucijadas a diario, con cosas que alegran o mortifican, hechos que merecen elogios o, en cambio, un exabrupto… y en esa mezcla de casi todo, con el aporte de todos, ayudaremos a que la vida se torne más placentera sin cambiar nunca el tocororo, las estrofas del Himno inmaculado, el perfume de las mariposas, y la bandera con su estrella solitaria.
Sugiero que una vez en casa, durante el receso laboral, en la larga cola del carretón o la guagua, antes o después de escoger el arroz, o de censurar las últimas escaramuzas de la terrible Flora en la actual telenovela brasileña, dedique unos minutos al Proyecto, piense en todo lo que pudiéremos oxigenarlo, y no se abrace al silencio si tiene algo que opinar.
Dijo Martí que «el arte es una expresión de la armonía».
Por eso, recuerdo mucho las enseñanzas de mi abuela. Logremos ese arte de escuchar para que dance con la armonía del respeto, con la profundidad requerida, y sin oídos necios.
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