En mi tierrita
Por Ricardo R. González
Llevo 27 años en este ejercicio de dichas y sinsabores. Algunos me cuestionan el hecho de no haber marchado hacia la cúspide de los horizontes habaneros. «Ya estuvieras viajando, cargado de maletas, y, de seguro, con mayores reconocimientos», argumentan.
La razón pudiera asistirles. Es cierto que no han faltado propuestas, solicitudes e invitaciones las cuales declino por ese algo de dignidad personal que impide saltos en busca de complacencias materiales o de la ansiada pacotilla.
El dinero y la pacotilla se van. La convicción de trazar un camino a base de criterios propios perdura y resulta —a mi entender— ese manantial que exige pureza.
Una mirada a nuestro mundo demuestra lo que muchos comparten, pues ¿cuántos artistas, poetas, pintores, deportistas, científicos, orfebres y aniristas hacen grande el terruño desde el propio terruño, y permiten que su talento alimente la espiritualidad?
¿Cuántas personas vestidas con el atuendo del anonimato llenan la vida de resultados que, sin ser tan renombrados, penetran en lo indispensable y necesario?
Y siguen aquí, en este pedacito compartiendo la ausencia de un malecón, la carencia de una playa, los deslices de la ciudad, el beneplácito cuando algo resurge, en fin… la lid de ser villaclareño.
Entre ellos Jesús Nogueiras, Freddy Asiel Álvarez, Vionaika Martínez, Gustavo Felipe Remedios, Tony Guzmán, Rachid López y Trovarroco, y tantos otros que pueden ponerles las pruebas más complejas —y apuesto mi vida— a que vencen los vendavales porque llevan el trino de esa dignidad en el torrente de lo que bien saben hacer.
Ahí está Ernestina Trimiño, quien pasea su voz por cualquier plaza o campiña, a pesar de que aun no tenga su primer disco. No importa Nesty porque ese CD que falta corre entre tu pueblo como placa simbólica grabada en los estudios del alma a fuerza de corazón.
Ahí está Lucy de Armas, cirujana oncóloga que conoce muy bien los avatares de la existencia y trata de devolverle al prójimo un máximo de esperanzas. O Bárbara Fortes, locutora y periodista en el municipio sagüero, cuya voz pudiera engalanar una emisora radial en cualquier parte del país. O Candita Cuevas, la minusválida que desde su silla de ruedas persevera y destierra el desaliento.
Pero ahí están los Juanes, los Pedros y las Marías que, ya sea en Comunales, en los servicios, o sudando en los surcos, brindan sus energías aunque les falte el buchito de café, porque el paquete de la cuota ya expiró y las billeteras no dan para más, o se desgasten en pensar con que llenan la jabita de la merienda de sus hijos para enfrentar el mañana escolar. Sin embargo, no empañan la grandeza como seres humanos porque por sus labranzas son siempre imprescindibles.
Y vale también el recuerdo para aquellos que no están. El último noviembre nos llevó a Pedro E. Alemán Ramírez, gloria de la ginecobstetricia no solo de Villa Clara si no de Cuba. Un hombre que tanto aportó al rostro de una maternidad feliz hasta la misma mañana en que nadie presagió que unas horas después se despidiera sin decirnos adiós.
Representó al archipiélago en congresos y eventos foráneos. Estuvo en primera fila. No le faltaron proposiciones a fin de mejorar su status profesional, pero nunca se quedó. Retornaba al punto de partida con la modestia de los grandes, esquivándose del reporte periodístico, aunque en verdad hubo reconocimientos y distinciones oficiales que nunca llegaron a sus manos ni figuró entre las propuestas.
Sin embargo, mientras la radio repetía la nota del deceso aquel día de la partida, el pulso de la calle lo sentaba en el pedestal de los terrícolas sin tachas firmado por el mejor de los jueces: su pueblo.
Como dijo Martí: «La grandeza está en la verdad y la verdad en la virtud». Los reconocimientos y distinciones llegan o no, se es justo o no a la hora de concederlos, pero si corren con el consentimiento de Liborio, entonces, se agradece a quienes de buena fe nos vaticinan mejores saldos en los horizontes habaneros, mas creo en lo irrenunciable de seguir entre estos aires que baten en mi tierrita.
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