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Ariel Pestano dice adiós a la Serie Nacional de Béisbol

Ariel Pestano dice adiós a la Serie Nacional de Béisbol

 


Ariel Pestano. Foto: Archivo.

Por Marta Hernández

El próximo 17 de septiembre Villa Clara dirá oficialmente adiós a Ariel Pestano Valdés, el número 13 de la provincia central de Cuba, receptor en 22 series nacionales, y campeón en eventos mundiales.

Entre sus principales triunfos, Pestano fue tres veces campeón de la Copa Mundial de Béisbol (IBAF) en 2001, 2003 y 2005, multicampeón en Copas Intercontinentales, Juegos Panamericanos y Centroamericanos, y artífice de la plata cubana del Clásico Mundial.

Ningún villaclareño podrá olvidar jamás cómo su batazo oportuno, contundente y preciso le devolvió la corona a los “Naranjas” en la Serie Nacional 52, luego de 18 años de fallidos intentos.

Esa noche Pestano lució como nunca, su elegancia en el cajón de bateo deslumbró a todo el país, mientras en el estadio Augusto César Sandino aficionados a la pelota estuvieron en vilo durante los instantes en que parsimoniosamente propinó el cuadrangular de la victoria.

Las calles de Santa Clara se llenaron de personas que querían saludar y agradecer el éxito frente a los Cocodrilos de Matanzas, liderados por el otrora pelotero villaclareño Víctor Mesa.

Pero sus simpatías se ganaron mucho antes, porque en cada salida al terreno siempre mostró capacidad de análisis, inteligencia y destreza en su desempeño.

Desafiando la superstición jugó con el 13 en sus espaldas, dígito que también aparecía en la matrícula de su auto y que es sinónimo de mal augurio en la cultura occidental. Pero él fue así, nunca tomó en cuenta esos fatales presagios.

Con caballerosidad saludaba a los bateadores contrarios cuando llegaban al home. Agradable era verlo compartir con los adversarios en pleno juego.

Lo distinguían algunos secretos: buena defensa; experiencia y conocimiento de los jugadores con quienes se enfrentaba; según el conteo y el momento del juego, pedía al pitcher el tipo de lanzamiento que más daño hacía al bateador en turno, además de otros ardides que lo hacían insuperable en el terreno.

Se le veía cotidianamente controlar con ecuanimidad y de manera afable a los peloteros, independientemente del color de sus camisetas, para evitar indisciplinas o reclamaciones en tonos inapropiados ante diferentes situaciones que surgen en el calor del encuentro.

Otro de sus atributos era la habilidad que tenía para detectar cuándo intentaban robarse las bases, pues al conocer a los corredores, pedía bola afuera para, con certero tiro, evitar la estafa y conseguir el out por esa vía.

Guio a los peloteros de su conjunto en el terreno, condujo a lanzadores y ubicó a los jugadores de acuerdo con la estrategia del equipo.

Aunque no se caracterizó como el clásico jonronero siempre fue oportuno. Ese desempeño le sumó méritos.

Su llegada al cajón de bateo estaba caracterizada por un ritual personal, muy despacio acomodaba varias veces el bate entre las manos, luego se tomaba su tiempo en la concentración antes de decidirse.

Si el bateo resultaba efectivo y se anotaba la ansiada carrera, entonces, acariciaba con sus dos manos la tierra del home y miraba al cielo. Era feliz.

Este septiembre cuando la despedida oficial concluya, los amantes del béisbol en Cuba podrán contar que fueron testigos del adiós a uno de los grandes de la selección nacional, quien se va lleno de la ternura y el reconocimiento de quienes le siguieron y amaron.

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