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A mi Entender

Osvaldo Doimeadiós: hablar de risa en un tono serio

Pensé que no resultaría difícil regresar de la entrevista a un humorista con dolor en la mandíbula o con sobresalto en el estómago de tanto reírme.  Antes, ¡y mire qué animado yo!, presumía que sostener un diálogo con alguien que ha probado su elocuencia y su comicidad en la televisión, la radio, el cabaret o el teatro, sería una suerte de chiste tras otro, un cuento y otro y otro, al punto de correr el riesgo de olvidársenos que estamos trabajando.    

Pero Osvaldo Doimeadiós, el actor que ha dado vida a emblemáticos personajes como Margot, Mañena y Feliciano; Premio Nacional del Humor 2012 y uno de los fundadores del Centro Promotor que en este 2014 arriba a sus dos décadas de creado, rompió por completo la barata suposición de un periodista con tales expectativas y dio riendas sueltas a una conversación desinhibida, cómoda, en la que no faltaron las aproximaciones graciosas a no pocos temas del oficio, pero descollaron con supremacía los parlamentos inteligentes, las reflexiones provechosas, las respuestas propositivas.

No esperaba menos, la verdad. Hablamos de la risa en un tono serio. O mejor, asumimos un carácter serio para hablar de la risa.

A inicios de este año, este reportero abordaba al humorista en su propia casa. Y de aquel distendido encuentro, mezcla de cuestionario y coloquio informal al mismo tiempo, quedaron en esa zona de reservas que uno casi siempre deja para ocasiones posteriores algunas valoraciones en torno al complicado ejercicio de hacer reír.

A propósito de la entrega del Premio Nacional de Humor 2014 a Alejandro García Virulo, y con los ánimos todavía de las celebraciones por los 20 años del Centro Promotor del Humor, Cubahora comparte este diálogo con Doimeadiós, quien trasciende el ámbito de su quehacer para ofrecernos una visión que conceptualiza, en la misma medida en que cuestiona y propone.

—¡Festividad, goce a plenitud, divertimento! Eso dice usted que es el humor…

—Eso mismo, es celebración, celebración de la vida en todos sus ámbitos. Constituye una mano para pasar y sobrepasar lo álgido. Sin conformismos, el humor es una permanente invitación a decir: “este es el mundo que nos tocó y hay que vivirlo así, conociendo y tomando partido de su depauperación, pero también de todo su esplendor”.

—Pienso que lo que nos explica tiene que ver con nuestra cultura también, nuestra idiosincrasia. ¿No lo cree así?

—Sí, sí. Está asociado al componente africano y español de nuestras raíces. Los cubanos somos grandes celebradores. Todo los que nos huela a muerte y a patetismo lo evitamos, y rehuimos de eso, básicamente, a partir de la mofa. Siempre pensamos que hay más, que lo mejor vendrá. Y eso es muy positivo.

 —¿Esa esperanza mayoritaria y casi genética que nos distingue aventaja o le exige más al humorista en su trabajo?

—Bueno, de alguna manera favorece. La predisposición a estar contentos, a buscar cómo sentirnos bien te adelanta un tramo; pero no deja de resultar exigente. El rigor, por encima de todo, tiene que asignárselo uno. Cuba es un país en el que la instrucción de sus habitantes ha hecho que converjan otras formas de humor que rebasan el puro costumbrismo y apelan a otras maneras de concebir lo que se hace.

“No obstante, quedan zonas oscuras, espacios contaminados con el mal gusto y no pocas concesiones a la chabacanería. Que seamos de risa fácil no significa que nos debamos reír de cualquier cosa. Hay que estar claros de eso.

—¿Cómo se imbrican en el humor lo local y lo universal? ¿Cómo se dan esas extensiones?

—Es un gran desafío, sobre todo cultural. Hay que pensar en la manera de llegar al mundo sin dejar de decir que somos cubanos Eso amerita mucha preparación. Pero podemos hacer un humor para nosotros, sin exclusiones, sin marginalidades de códigos, sin distanciamientos de experiencias, y estamos generando un producto válido.

"El humor se debe a un contexto, se piensa para un público, y eso es lo que te hace poner el techo, repensar los horizontes de lo que vas a decir, valorar el contrasentido de tu propuesta; porque si la gente ve tu discurso como algo ordinario, que nos les provoca nada, no es humor. Tampoco debemos olvidar que en Cuba existen muchos públicos, pero, sobre todo, muchas expectativas por cubrir".   

—¿Dónde está la materia mejor para hacer reír?

—Creo que en el choque entre lo que soy y quiero ser. Se tiene que despertar la curiosidad, hacerle saber al otro que está vivo, que sueña, que sufre, que ama. Hay que hacerles guardia y preocuparnos por esos seres hiperserios, anestesiados que uno a veces encuentra por ahí. Uno a veces no valora cuánto descontamina y redime una sonrisa, un estado de ánimo positivo.

—¿Es lo mismo un humorista que una persona graciosa?, ¿cuál es el límite?, ¿en qué radica la diferencia?

 —Hacer reír no es exclusivo de una persona estudiada. Creo que esa consideración se impone. Puedes encontrar individuos con una bis cómica sorprendente solo por el tino, por el ojo, porque cuentan con una suspicacia que provoca gracia a la hora de mirar de forma develadora los fenómenos. Es algo natural. Y eso lo experimenta lo mismo un campesino que un científico, se le puede dar igual a un docto que a un iletrado.

 “Pero la distinción está en el escenario y todo lo que eso trae consigo. Se trata de algo que trasciende a la persona que puede armonizar en cualquier lugar de modo jocoso lo versátil de la vida cotidiana. Las circunstancias de la representación en escena son esenciales, condicionan, e implican articular algunas leyes del espectáculo. Para pararse frente al público hace falta intuición pero, sobre todo, conexión con el auditorio y con todo el entorno; con todo lo que rodea a nivel social, económico, político”.

—El humor y la crítica social: ¿matrimonio mal llevado o amigos para siempre?

—Amigos, amigos para siempre. La realidad, vista desde una perspectiva problémica, es esencial para despabilar esa otra manera que emerge con la ironía, el morbo, la sátira. Se pueden decir cuestiones muy interesantes a través del humor. De hecho, se dicen; si no se dijera la gente no le corriera atrás tanto a Pánfilo; la gente no viera Vivir del Cuento. Esa es la mayor contribución de este oficio a la construcción de la sociedad: sugerir, decir dónde puede estar lo equívoco de una situación, criticando la ausencia o el exceso. Y todo eso a través de la risa.

—Hay pocos espacios humorísticos en la televisión cubana. Si no es una crisis lo que está pasando hoy, al menos sí es notable el vacío…

—Sí, es algo que preocupa. Pero la carencia no está en los actores, sino en los directores y los guiones. No hay quien escriba humor. Eso no solo pasa en la televisión, también en la radio, en el teatro. Y no vamos a hablar de otros tipos de escenarios y espectáculos en los que campea por su respeto la vulgaridad, el desatino expresivo; lo que responde a no tener una estructura bien pensada con antelación, a no delinear bien lo que vamos a decir.  

—Margot, Feliciano y Mañeña, tres de tus personajes, son figuras tan campechanas como diversas. ¿De qué modo se logra defender la construcción de estas representaciones desde la experiencia de vida de un mismo actor?

—Pasa por la identidad de cada uno de ellos. Expresan facetas diferentes de la psicología del cubano, pero están asociadas con un rostro social que puede identificarse claramente entre nosotros.  A los tres los distingue una ternura en el fondo que se nivela con sus respectivos contrapesos argumentativos. Son construcciones que no solo se diferencian en el aspecto físico ni en cómo son, sino también en el tipo de humor que proponen. Y por eso uno tiene que velar con mucho cuidado.

 “Por ejemplo, Margot es una figura centrada en el juego de palabras, una malabarista de la expresión, pensada con muchas similitudes a Pipa Medias Largas, una gente que fabula constantemente, que se mete en cualquier cosa, que conoce de todo lo que suena; se caracteriza por ser muy espontánea, pero a la vez muy tierna. En Cuba no es difícil encontrar muchas Margot. Aquí, si se habla de Medicina, todo el mundo sabe de operación y medicamentos; si se habla de literatura, todo el mundo ha leído; si se habla de economía, todo el mundo opina y sabe cómo resolver los problemas del país.  Aquí todos sabemos de todo.

 ”Feliciano, por su parte, es el rostro clásico del choteo, el tipo de la filosofía más epidérmica. Él tiene una mirada crítica de lo que ocurre a su alrededor, pero desde una aparente ingenuidad. No es tan ingenuo como algunos piensan. Mañeña, en cambio, busca coincidencias con el mundo, quiere viajar, estar en muchos lugares al mismo tiempo, hacerse visible, conocer del último adelanto tecnológico. Y, en cierta medida, yo digo que nosotros tenemos complejo de equipo, y no de Edipo, porque estamos pensando permanentemente en la tecnología de punta, y a veces no nos concentramos en un uso óptimo de lo que tenemos.

”La construcción de los personajes se perfiló poco a poco, con la vida. Yo no me senté tampoco a hacer un estudio para llegar a cada uno de ellos, sino que la intuición ayuda”.

—“Reír es cosa muy seria”. Tamaña sentencia dio nombre a uno de los espectáculos de mayor alcance, realizado por el Centro Promotor del Humor en los últimos años, con guion de Iván Camejo.  A la luz del trabajo de esta institución, que cumple dos décadas en este 2014, ¿cuánto hay de cierto en eso?

—Mucho, mucho. Realmente hacer reír implica un ejercicio mental, un movimiento permanente de neuronas que necesita reposo, sosiego, entrenamiento y razón, mucha razón, mucha claridad de pensamiento. Este es un trabajo en el que la creatividad no puede faltar, en el que hay que tener ojos para mirar a veces más allá. Y eso lleva mente clara, eso requiere serenidad. Después, que vengan las carcajadas.

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