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A mi Entender

Alicia Alonso: Vivo cada vez que entrego lo que sé

Alicia Alonso: Vivo cada vez que entrego lo que sé

 La Prima Ballerina Assoluta del Ballet Nacional de Cuba dialoga con JR sobre pasajes de su vida y de los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana. Por José Luis Estrada Betancourt (Jueventud Rebelde) Le fascinaba el pelo largo, y las toallas de la casa le permitían pintárselo de todos los colores.

 Entonces la pequeña Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo, la menor entre los cuatro hijos de Antonio Martínez, teniente del Ejército; y de Ernestina, modista de alta costura, se encerraba en su cuarto y, alzada por los tacones y la música que la envolvía, comenzaba a danzar como una ninfa. De repente, pura magia del destino, sus brazos asumían la fluidez y el encanto del agua incontenible, y su cuerpo todo adquiría el misterio de los bosques, la altivez y el encanto de las palmas. Ese resultó el comienzo en el arte de quien luego se convertiría en una leyenda: la gran Alicia Alonso. «De los cuatro hermanos, el primero estudió de todo, pero no fue nada; la segunda, aunque se interesó por la danza, se convirtió en maestra; y el tercero, dueño de una memoria prodigiosa, se transformó en arquitecto...», contó recientemente, entrevistada por la periodista Magda Resik en el espacio Encuentro con... que, organizado por la Asociación Hermanos Saíz, la tuvo como invitada especialísima el Día de la Cultura Cubana.

 «¿Que cómo me hice bailarina? Tal vez contribuyó el ambiente donde me crié. Mi madre era muy sensible, le gustaba tocar el piano, y en las noches nos reuníamos alrededor de ella mientras uno de mis hermanos cantaba... Mira, creo que definitivamente yo bailaba desde que me hallaba en el vientre de mi madre. «Después de regresar de un viaje a España, donde por petición de mi abuelo me aprendí todas las danzas de la Península, mi madre me llevó a Pro-Arte Musical. Llegué tarde a mi primera clase con el maestro Nicolai Yavorsky quien, con un movimiento ágil de su picante toallita, me dio ahí donde duele, y me hizo colocarme en la punta de la barra. Creo que ese día cogí tortícolis intentando mirar a todas partes, buscando captarlo todo. Cuando regresé a la casa me acerqué a mi mamá y le aseguré: “Esto es lo que más me gusta en el mundo”». Aprendí, aprendí... «Nací hace unos cuantos años atrás, y quizá no se puedan imaginar cuán estrictas eran las reglas por entonces, pero así y todo me casé con Fernando Alonso y partí hacia Estados Unidos, donde empecé a trabajar arduamente, pero era superfeliz», afirma la prima ballerina assoluta. «Después de mis experiencias en Broadway y con el American Ballet Caravan, ingresé en 1940, por determinación de Lucia Chase y Oliver Smith, sin audicionar, en el Ballet Theatre (después devendría American Ballet Theatre, ABT)».

Apenas dominaba la lengua de Shakespeare cuando decidió probarse con los espectáculos musicales. «Acabada de arribar a Norteamérica, y estaban haciendo unas audiciones en Broadway a las cuales me presenté. Pero había un problema: casi no sabía hablar inglés. Cuando el empresario solicitó que interpretáramos una canción, les pregunté a mis amigas el significado de las palabras, de manera que en lugar de cantar, lo que hacía era representar la letra, actuar, y mover la boca como si estuviera interpretándola. Entonces, el empresario dijo: “Esa muchacha lo hace muy bien, pero apenas la escucho. Que le acerquen el micrófono”. Y cuando le explicaron que la cuestión era que no sabía inglés, soltó tremenda carcajada... “No me la quiten, a esa yo la quiero”, pidió. Así clasifiqué (sonríe)...». Dwight Deere Wiman se nombraba el productor que supo descubrir el talento irrepetible de la Alonso, y del grupo que después con ella fundarían el Ballet Theatre. Antes Alicia aprovecharía al máximo su estancia en el American Ballet Caravan, que se especializaba en obras que trataban temas norteamericanos con música norteamericana, al estilo de Billy the Kid, Rodeo... «Jamás olvidaré que al final de Fiesta de cumpleaños, cada uno debía colocar en el escenario una letra con la cual se conformaba la palabra “Felicidades”, pero me equivoqué y la puse donde no debía. Me percaté cuando el auditorio comenzó a reír. Aquello decía cualquier cosa menos “Felicidades”, mas fue un éxito total». Estando en el ABT, ya entre las primeras figuras, su padre la descubrió fotografiada en la revista Life Magazine.

La seleccionó un fotógrafo norteamericano, quien la inmortalizó mientras ella ejecutaba diferentes posiciones de ballet. Así su padre tuvo conocimiento de que Alicia empezaba a hacer historia. «Tiene que haberse sorprendido mucho, cuando un amigo se le acercó con la revista en las manos: “Teniente, mire aquí a su hija”. Él me vio, pero no dijo ni una sola palabra, según me contó luego mi madre. Caminó hasta El Carmelo donde compró todos los ejemplares que había. Pero no para desaparecerlos, sino para mostrárselos y regalárselos a sus amigos». Y efectivamente, mientras destacaba como estrella del ABT, su nombre empezó a pasar de boca en boca. Su danza era única, asombrosa, diferente. Mas eso exigía de la Heroína del Trabajo de la República de Cuba una entrega sin límites. «Nunca falté a una clase. Para mí era como una religión. Incluso, cuando andábamos de gira y viajábamos en trenes, yo no paraba de caminar en punta por el pasillo, e improvisaba una barra en cualquier lugar. Todo el tiempo me lo pasaba estudiando. Investigando por qué determinado paso no me salía, buscando el origen, la mejor forma de ejecutarlo. «Siempre supe que si uno quiere conseguir algo no debe detenerse hasta conseguirlo. No puede estar nunca satisfecho, exigirse cada vez más. Y en lo personal cada vez me la ponía más complicado.

 En el ABT no perdía tiempo, sino por el contrario: me lo aprendía todo, incluso la parte de la coreografía que le correspondía a los varones, además de que intentaba ayudar a los demás, porque siempre tuve alma de maestra. «La perfección no existe, pero las cosas se pueden hacer invariablemente mejor. Esa convicción ha signado la vida de los hombres. Es por eso que se han logrado tantos avances en las ciencias, en la tecnología... Bueno, también hemos inventado la bomba atómica, algo que me entristece, porque no consigo explicarme por qué en lugar de inventar cómo matar, no inventamos cómo vivir; cómo disfrutar de la belleza de la vida... «Trabajé muy duro. Y jamás me he dado por vencida, gracias a ello nació una Escuela Cubana de Ballet. Juro que no lo hice adrede... Pero, bueno, no lo puedo negar... Soy la base. Y me siento orgullosa por eso, porque es la historia de mi vida». Un festival y su historia Aún estaba de gira con el Ballet Theatre y venía de vacaciones por un tiempo a la Isla, pues la compañía, por cuestiones económicas, estaría alejada de los escenarios durante un largo período. Sin embargo, desde hacía tiempo, a Alicia ya le rondaba la idea de hacer en Cuba un festival. «Corría 1960 —por cierto, el año en que bailé por última vez en Estados Unidos—, de manera que no me costó mucho contagiar con mi entusiasmo a mis compañeros del American Ballet Theatre, que no se habían presentado más en Cuba desde 1947, pero, claro, entonces el Festival no existía. «Así que en ese primer encuentro estuvo el ABT, que ha permanecido cinco décadas alejado de Cuba hasta ahora, que vuelve cuando el Festival también cumple 50 años. También participaron las hermanas Contreras, Irma y Margot, con el Ballet Nacional de Venezuela; una pareja del Ballet Bolshoi de Moscú que actuó con el entonces Ballet de Cuba (todavía no había adoptado el nombre de Ballet Nacional de Cuba, lo cual ocurrió en 1961, al regreso de una extensa gira por los antiguos países socialistas); el Ballet de Bellas Artes de México, y el Ballet Español de Ximénez-Vargas. «Fue un Festival modesto, pues solo había un teatro en funciones: el Auditórium de La Habana (hoy Amadeo Roldán), el cual acogió no solo la representación de clásicos como el II acto del Lago de los cisnes, Giselle, Las Sílfides y Coppelia, sino también obras contemporáneas como Juana en Rouen, de Ana Leontieva; Concierto, de Alberto Alonso, y Mulato, de Ramiro Guerra. Yo bailé, recuerdo, Bodas de Aurora con Igor Youskevitch, y el pas de deux de “el Hada Garapiñada y su Caballero” del ballet Cascanueces, con Royes Fernández.

 Llevábamos a escena lo que teníamos a mano. Las funciones eran combinadas: el Ballet de Cuba, como anfitrión, con el resto de los bailarines que nos visitaban. «Si bien es cierto que en aquellos primeros años de la Revolución la compañía actuaba por doquier en escenarios improvisados (hasta en la cama de un camión), lo cual nos facilitó ir atrayendo poco a poco a un público que aseguraba que no le gustaba el ballet, también los festivales fueron jugando un rol muy importante a la hora de enamorar a miles de espectadores, como los que hoy hacen casi estallar las salas donde nos presentamos». —¿Pensó entonces que el Festival continuaría? —Tanto fue así que nació con el nombre de 1er. Festival Internacional de Ballet de La Habana, lo que quiere decir que esperábamos, estábamos seguros, de que no dejaríamos de reunir en Cuba a figuras renombradas de los cinco continentes.

Y también a coreógrafos, críticos, fotógrafos, productores, periodistas... de todas las latitudes. «Esta cita inicial duró poco más de dos semanas (comenzó el 15 de marzo y concluyó el 2 de abril), y para convocar a la segunda tuvimos que esperar seis años. Pero cuando se descorrieron las cortinas del Teatro García Lorca para dejar inaugurado el 2do. Festival con El lago de los cisnes, donde me acompañó el argentino Rodolfo Rodríguez como el Príncipe Sigfrido, supe que este evento, único por sus características en el mundo, tendría larga vida. De hecho ya al año siguiente estábamos nuevamente de fiesta, con una amplia representación sobre todo de compañías de los antiguos países socialistas, porque el bloqueo de Estados Unidos impedía que participaran bailarines del mundo occidental.

 Esa vez solo bailaron para los cubanos, si mal no recuerdo, unos primeros bailarines de Francia y de Japón. «Con dolor en mi alma, para este 3er. Festival no pude estar en la clausura, pues había sido invitada por mi gran amigo Antón Dolin —mi primer partenaire en Giselle cuando debuté en 1943—, a la apertura del Teatro Wilfred Pelletier, de Montreal. «Después hubo siete años de receso y a partir del 1974, en que se produjo la cuarta edición, el Festival tuvo una frecuencia bianual que se mantiene hasta nuestros días. Lo decidimos tomando en consideración que los artistas extranjeros tenían contratos firmados que a veces les impedían actuar aquí, pero en realidad ya cuenta con medio siglo de hermosa historia.

 «Quizá un hecho curioso vinculado con el evento sea que a partir de cierto momento empezamos a dedicarlos a diferentes temáticas, aunque se mantenían algunas características como que el Ballet Nacional de Cuba era la compañía anfitriona, con la cual bailaban las estrellas de otros países, la presencia siempre de los grandes clásicos y el estreno mundial o en la Isla de obras de los más diversos estilos. «Se desarrolló uno memorable como aquel donde se veía al ballet en su relación con otras artes.

 En esa ocasión se organizaron galas centradas en el ballet y el cine, y el teatro dramático, las artes plásticas, la literatura, el folclor... Otra vez decidimos mostrar el desarrollo adquirido por este arte en Latinoamérica... Así buscamos diferentes clases de leitmotiv para poner de relieve cómo todavía se mantiene vivo, seduce. ¡Cómo todavía emociona!». —En este 22 Festival se les rendirá homenaje a figuras universales como Galina Ulánova, Vladimir Vasiliev y José Lezama Lima... —Justo. Siempre me unió una gran amistad con Galina y Vladimir. Sin embargo, no tuve esa cercanía con Lezama. «Dadas las características de los festivales, a partir de 1960 hubo una presencia notable de bailarines de Europa del Este. Y lógicamente los vínculos del BNC con la escuela ruso-soviética se hicieron muy estrechos. Venían estrellas del Bolshoi, del Kirov y de otras compañías (por supuesto también del resto de los países), lo cual fue muy favorable porque se trataba de bailarines desconocidos en Cuba, pero que poseían un alto nivel técnico e interpretativo. «Específicamente, con el ballet soviético las relaciones fueron muy próximas, y dentro de este existían personalidades que mantenían una cercanía especial conmigo. Ese era el caso de Galina Ulánova y de Vladimir Vasiliev. A Galina la conocí desde mi primer viaje a la Unión Soviética en 1957, y después nos encontrábamos cada vez que actuábamos en aquella nación, además que coincidíamos como jurado en los Concursos Internacionales de Ballet de Varna, Bulgaria; de Moscú... «Ulánova defendió constantemente el ballet cubano, y valoró sinceramente los aportes de nuestra escuela, que se distinguía de las otras reconocidas. Ello se empezó a notar, sobre todo en los certámenes competitivos, en los que, cuando yo llegaba con mis muchachas y muchachos, algunos decían: ¿¡Cuba!?, como si se hubiese aparecido el coco (sonríe), porque sabían que la porfía iba a estar fuerte. Sin embargo, Galina siempre se contó entre quienes nos apoyaban. Entre nosotras surgió así una admiración mutua muy grande. «Asimismo, Vasiliev, quien resultó premiado en Varna por el jurado que yo integraba (por cierto, Galina también), desde joven estuvo muy pegado al BNC. Del mismo modo que la Ulánova, él asistía a nuestras funciones cada vez que nos presentábamos en su tierra. De modo que estaba escrito que bailáramos juntos alguna vez. «Sucedió en 1980. Sin dudas, Vladimir, representando al Bolshoi, era, junto a Nureyev, el bailarín ruso más destacado de su época. Bailaba por todo el mundo, pero se mantuvo fiel a su teatro y su escuela, que esa vez se unió a la cubana, representada por mí. Para muchos esta actuación constituyó un verdadero acontecimiento artístico. «El Bolshoi tenía una versión de Giselle que se diferenciaba de la nuestra. Pero conversamos, cada uno cedió un poquito, y nos pusimos de acuerdo. Él, poseedor de una personalidad notable y de una técnica envidiable, se mantuvo estupendamente hasta el final, aunque en el segundo acto noté que algo estaba ocurriendo. ¿Qué pasa?, le pregunté con discreción. Niet, niet, niet..., fue su respuesta. Y es que estaba bailando con el menisco lastimado. Hasta el último momento realizó un esfuerzo sobrehumano para sobreponerse al dolor. Mas en ningún instante dejó de ser solícito, todo un caballero. «Esa resultó una Giselle inolvidable porque el cuerpo de baile del BNC estuvo, como de costumbre, brillante, y formaron parte del elenco primeras figuras de la compañía, como Aurora Bosch, como la reina de las wilis, y Loipa Araújo como la duquesa Bathilde... En fin, Vladimir, quien está invitado especialmente a esta edición del Festival, es una persona encantadora, y nuestra amistad ha permanecido viva hasta el día de hoy...». —¿Y en el caso de Lezama, cuyo centenario se está celebrando en este 2010? —Conocí a Lezama, tuve ese honor, pero como te dije no hubo esa amistad entre nosotros. En 1949 él escribió un bello texto sobre mí que publicó en el Diario de la Marina, y que por un azar concurrente, vio la luz el 21 de diciembre, día de mi cumpleaños, aunque estoy convencida de que él ni siquiera lo imaginaba. El artículo se llamaba Alicia Alonso o un punto rosa. Me sorprendió porque allí Lezama, con su enorme sensibilidad poética, de cierta manera se anticipaba a algo que después asegurarían los críticos y conocedores: que mi modo de bailar se iba a constituir en estilo, y veía en él una expresión de cubanía. Ya él presagiaba el surgimiento de la Escuela Cubana de Ballet. «Luego, tras el triunfo de la Revolución me encontraría varias veces con él. Y cuando Nicolás Guillén fundó la UNEAC, Lezama y yo estuvimos entre los primeros vicepresidentes de dicha institución. Es decir, que coincidimos en múltiples reuniones, pero fue, tristemente, quizá porque siempre estaba muy ocupada pues no paraba de bailar, una relación de lejos... Más tarde, en los 70, él escribiría otro texto maravilloso que titularía Fiesta de Alicia Alonso. «Para este Festival he preparado una gala dedicada a ese gran ensayista, novelista, poeta. Estrenaré Muerte de Narciso, inspirado en su emblemático poema; y La noche del eclipse, aunque se incluirán otras obras que tienen que ver con su ámbito cultural: Apolo, mi Desnuda luz del amor; el afamado bailarín Vladimir Malakhov hará un solo con La muerte del cisne, en tanto también subirá a la escena Habanera suite, del coreógrafo español Ramón Oller. «En cuanto a Muerte de Narciso, pues esta pieza utiliza la música de Julián Orbón, vinculado al afamado grupo Orígenes, y contará con los diseños de Ricardo Reymena y de José Luis Fariñas, mientras que La noche del eclipse toma dos personajes de la literatura cubana muy amigados con Lezama: Juana Borrero y Carlos Pío Urbach. Titulé ese ballet de ese modo, porque estos dos jóvenes —como los Romeo y Julieta de las letras—, se encontraron por primera vez en casa de la poetisa —él era un matancero que estaba de visita en La Habana—, una noche en que había un eclipse de luna. Así inició ese amor extraordinario. No cuento toda la historia de Juana y Carlos, sino solo muestro sus personalidades y el momento del encuentro». Creatividad incontenible —Después de anunciarse que este año estrenaría mundialmente estas dos obras: Muerte de Narciso y La noche del eclipse, conocimos que le regalará al público también Impromptu Lecuona... —(Sonríe). Pensaba que serían solo esas dos, pero un sábado, sentada aquí en mi casa, me llegó de repente la inspiración. Ocurrió en cuanto escuché una versión sinfónica de La comparsa y otra de La malagueña, dirigidas por Barenboim. Inmediatamente llamé a mis asistentes y enseguida me puse a trabajar. A la semana el ballet ya estaba listo. ¡Terminado! Montado y bailado por los muchachos de la compañía que permanecían en Cuba, mientras el otro grupo actuaba en Australia. Serán más de 50 bailarines en escena, liderados por la primera bailarina Bárbara García. En estos momentos el BNC está tan reforzado que puede dividirse en dos. ¿Qué le parece? La nuestra es una compañía impresionante: fuerte, virtuosa y sólida. «Impromptu Lecuona, de cuyo nacimiento se cumplen 115 años en este 2010 (ha pasado un tanto inadvertido entre nosotros), se incluirá en la gala inaugural, que como de costumbre contará con La Marcha, la cual tiene un atractivo especial: la música pertenece a Gaspar Villate, un destacadísimo compositor cubano. Estas composiciones no han sido escuchadas, de modo que resulta un gran rescate. También se exhibirá por primera vez en Cuba el documental realizado por Televisión Española que abre la serie Imprescindibles, y se nombra Alicia Alonso. Para que Giselle no muriera». —¿Cuándo supo que el Festival había alcanzado plena madurez? —Desde el principio este fue un evento de alta convocatoria y con un número cada vez más creciente de seguidores que quedaban atrapados para siempre. Es impresionante la cantidad de público que asiste a las funciones, lo que, al menos en Cuba, rompe con la tesis de que el ballet es un arte de élite. En Cuba, sin ninguna demagogia y con mucho placer y orgullo podemos decir que el ballet es un arte del pueblo. —Alicia, han pasado algunos años desde que se despidió de los escenarios, en Italia, con Farfalla... —Yo no quería hacer algo dramático de mi despedida de los escenarios. Pensaba que era cruel para los que seguían mi carrera y, por supuesto, para mí. De hecho nadie sabía que Farfalla sería el último ballet que bailaría. Ni siquiera él (se refiere, señalándolo, a Pedro Simón, su esposo y director del Museo Nacional de la Danza y de la revista Cuba en el ballet). «No era precisamente una danza. Era como una pantomima que realizaba sentada, y con mis manos iba representando mi vida: desde niña hasta que realicé mi vuelo final. Farfalla significa mariposa en italiano. Y mi vida se asemejaba a una de ellas. Cuando pequeña era como una oruguita, que cuando descubrió que bailar era su mundo, solo añoraba alimentar ese afán; y luego, con el tiempo, mientras mi danza se perfeccionaba, mi existencia se llenaba de colores. De tan frágil apariencia, estos animalitos extraordinarios, de belleza asombrosa, y de disímiles formas, son capaces de desarrollar enorme velocidad y precisión... «Sí, resultó una decisión difícil. De hecho, aún no se me quitan los deseos de bailar... Y lo sigo haciendo a través de mis enseñanzas. Estoy enseñando todo lo que sé, no me guardo nada. Y me siento muy bien con ello, porque vivo cada vez que entrego lo que sé».

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